Karol G: Ni te amo, ni te odio.

Cierta gente se persigna cuando escucha un reggaetón, como si del mismísimo demonio se tratara. Les escandalizan las letras porque no dicen nada y por vulgares, lo cual viene siendo un contrasentido, ya que hasta lo vulgar comunica si a eso vamos.

Karol G, también llamada La Bichota, es una exponente de este género urbano. La escucho porque es parte de la banda sonora del gimnasio al que asisto. Es un gym crossover. Allí alguien me explicó que el término bichota lo usa ella para referirse a una mujer empoderada y con carácter. “…poderosa, genial, increíble”, dijo alguna vez la propia G; no veo nada de malo en querer que las mujeres se quieran, aunque hay quienes también la acusan de hacer apología a la cultura traqueta (ya veremos…), porque el nombre deriva del inglés ‘big shot’, asociado a las jerarquías en el mundo narco; incluso un amigo creía que Bichota viene del inglés bitch, que ya sabemos lo que significa.  

La artista del trap y el pop latino se presentó en el estadio El Campín con lleno total y más, según los videos en redes sociales. Los 86 mil asistentes al concierto contribuyeron con $4 mil millones en impuestos para la ciudad. Ahí estaban mis dos hijas mayores, la una periodista especializada en marketing digital y a otra enfermera, disfrutando su juventud, como en su momento lo hicieron sus padres cuando estuvo de moda el rock en español, (los más osados optaron por el heavy metal), que combinamos maravillosamente con el merengue dominicano en las fiestas caseras, las tabernas y las Coca Colas bailables, tan zanahorios nosotros. Sí, tabernear era el verbo favorito los fines de semana y cualquiera prestaba la casa para seguir el desorden. Y no hablemos ya de los maravillosos años 60 y 70s de nuestros tíos y papás, hijos del movimiento Hippie, que no fue menos escandaloso con su sexo, drogas y rock and roll. Ahí están ellos en las fotos del viejo álbum familiar con sus pantalones bota-campana y sus mechas largas, no sé si grasosas, pero sí graciosos con sus pintas.

Era lo último en guarachas decíamos. Por eso me da risa leer lo que se dice sobre Karol G y sus fans en las redes sociales. Varios de mis amigos, casados y con hijos, publicaron este post: —“Yo no iría a un concierto de Karol ni porque se presentara en el patio de mi casa”. Una persona de 50 para arriba, debe estar pendiente de sus medicinas, les digo en broma. ¿Para qué darse la mala vida? Basta con no escucharla y ya.

Hasta se armó bronca por el uso del estadio: ¿Qué si es de los futboleros o de todos los bogotanos? Comparto lo dicho en El Espectador por el columnista Felipe Jiménez Ángel: Es absurdo creer que un estadio como El Campín sólo se pueda usar para el fútbol. Los estadios a lo largo de todo el mundo son escenarios multipropósito, en ellos se realizan actividades culturales, musicales, deportivas y en muchos casos, son el escenario que alberga familias afectadas por desastres naturales”.

La juventud es el derecho natural de cada ser humano a la inmadurez, a las locuras y a la bobada.

Como dice el dicho, las cosas no son del dueño sino del que las necesita, y cuando no haya fútbol, el show debe continuar. Una ciudad está viva cuando sus jóvenes están vivos. A los adultos de hoy, jóvenes no hace mucho, se nos olvida ese pequeño detalle. La juventud es el derecho natural de cada ser humano a la inmadurez, a las locuras y a la bobada.

El escritor Alberto Salcedo posteó un meme:

“—Soy el genio de la lámpara y te concedo 3 deseos.

—Que no exista el reggaetón.

—Genial, te quedan 3, la casa invita”.

A veces nos sobreactuamos. Hay cosas y personas realmente malas que deberían desaparecer.

Cuando éramos unos muchachitos sin porvenir, otros adultos reprochaban nuestros gustos. Pero nadie se escandalizó con una canción pegajosa que en realidad era una amenaza de muerte contra el mamón al que queríamos ver retorciéndose entre polvos picapica o porque Pilar no tenía bicicleta pero sí un buen par de lo que ya tú sabes.

“Le he quemado su jersey
Se ha comprado cinco o seis
Voy a destrozarle el coche
Lo tengo preparado, voy a ir esta noche
No te reirás nunca más de mí
Lo siento, nene, vas a morir
Tú me quitaste lo que más quería
y volverá conmigo, volverá algún día”.

Nadie objetó el tema Devuélveme a mi chica, de Hombres G, porque nos bastaba la violencia de Pablo Escobar y los carteles del narcotráfico. Desde que amanecía la sangre entraba a nuestras casas envuelta en titulares de la radio, la televisión y los periódicos, y mucho después por las narco-novelas o los narco-corridos; nos acostumbramos a vernos en ese espejo, sin conmovernos, sin descolocarnos.

La joven periodista Elizabeth Otálvaro ganó el Premio de Periodismo CPB 2024 (categoría Opinión) por una texto sobre Karol G en la revista Mutante: “La Bichota reforzó mi conciencia de clase”, tituló. Desde el primer párrafo supe que lo leería completo.

“Nací en Medellín el mismo año que Karol G: en 1991 se registró la mayor violencia homicida en la ciudad y 7.000 personas fueron asesinadas. No tuve conciencia de tanta muerte sino hasta que cumplí siete años y mataron a mi primo mayor. En los barrios de la comuna nororiental en Medellín el narcotráfico era el dueño y señor de las vidas de los demás”. 

Es decir, la artista y la periodista nacieron en un año en que a Escobar todavía le gustaban los verbos terminados en aba: mataba, secuestraba, violaba, extorsionada, torturaba, sobornaba. Mató y comió del muerto. Ellas son producto de una época y no fue su elección nacer en esta Patria que escupe rojo. En Colombia se nace y ya, lo otro es llegar vivo a la vejez con un poco de suerte para morir de muerte natural.

Dice la reportera: Ella no ha escapado del estereotipo con el que suelen asociarnos a las paisas. En algunos comentarios críticos a su imagen todavía se habla de narcoestética: ¡En esta expresión encuentro tanto clasismo y racismo! Esta etiqueta ha sido una forma de criminalizar la estética popular y ha estado al servicio de las élites para diferenciarse, como si ellas no hubieran participado activamente del negocio del narcotráfico. Claro, se vestían de saco, corbata y colores neutros, pero el dinero, en muchos casos, venía del mismo lugar”. 

Posteé el artículo en Facebook y un seguidor, Andrés Lozano, comentó: “Es triste lo de esta señora, porque a nivel internacional nos están identificando con este tipo de figuras y no con figuras del vallenato, la salsa, el rock, etc. Nos identifican con productos desechables que en cinco años ya nadie recordará”.

Suena exagerado culpar a Karol G de males que vienen de atrás. Dejemos quieta a “La Bichota” y tranquilitos a los amantes del reggaetón. Mañana madurarán, tendrán familia y surgirá de la nada una nueva generación y nuevos gustos musicales causarán tirria. Los adultos criticamos todo, quizás porque nos dirigimos inexorablemente hacia el ocaso: ¡cómo echamos de menos no tener esos 20 años en que no nos dolía una muela!, gozábamos a nuestras anchas: ¡Qué de las responsabilidades se encargaran los adultos, porque quién los mandó! ¡Sorpresa!!! Nos convertimos en esos adultos y quizás en el fondo es eso lo que nos molesta.  No tener alientos para cantar a grito herido ni la salud para trasnochar en un estadio. Los bríos son cosa del pasado. Vivir cansa, ya jodimos lo suficiente, pero nos jode que otros vivan. No seamos así.

Nos horrorizan las letras por castizas, porque el sexo desenfrenado ocurre ahí mismito, en el instante en que, abochornados, las escuchamos, pero ¿a quién en este país le preocupa que los niños y las niñas estén hoy más expuestos a la pornografía y al sexo explícito en internet, de lo que lo estuvimos nosotros? Gente que odia el perreo por lo obsceno estará en lo suyo al correr cortinas y cerrar puertas. Este tipo de música (no soy experto para juzgar si es arte o no. o para cuestionar la superficialidad de unas letras en un era de total banalidad), confirma que la muchachada de ahora es distinta: más desinhibida y menos solapada de lo fuimos la mayoría de nosotros, colorados por todo en una sociedad retrógrada que veía pecado y culpa en cada esquina. ¡Calcule la tara con la que mal-crecimos!

El problema no es el reggaetón. Lo que cuenta son la educación y los valores esenciales que se inculcan en casa. A mis hijos les gusta esa música y no son descerebrados. El otro día me conmoví por algo que dijo Kim. “Hay una canción que me hace lagrimear, Mientras me curo del cora, porque dice ´Salud porque tengo a mis padres bien y a mis hermanos también”. Y cuando Paula escucha Ocean piensa en mi nieta de tres años: “Me siento grande por ti y aunque lo intentara no podría sin ti. Toda mi felicidad es gracias a ti”.

En lugar de atacar a las bichotas, deberíamos preocuparnos por fenómenos como la explotación sexual o la trata de personas, entre muchos otros que crecen a la par con las desigualdades sociales, llevando a mucha gente a tomar atajos para lucrarse de los demás. Si vamos a ponernos camanduleros que sea para reclamar de las autoridades y gobiernos soluciones a tanto delito. A los jóvenes dejémoslos ser. Permitamos que vivan su cuarto de ahora, que –lo sabemos- no dura mucho, porque ya tendrán tiempo suficiente para constatar cómo duele crecer y transformarse en seres huraños que hacen filas y mala cara para reclamar medicamentos o pagar recibos.

 

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