Imagen del libro “Todo queda en casa”, del sello Lumen

El viernes de aquella semana fui a la librería y pregunté qué libros de Alice Munro tenían. Esa semana (lunes 13 de mayo de 2024) había muerto la escritora, de quien jamás había leído media frase, y en la prensa una de las notas necrológicas informaba lo duro que fue para ella abrirse camino en una época donde la mujer, básicamente, pertenecía a la alcoba y a la cocina: tener aspiraciones propias de hombres casi era un pecado, aunque en otra época lo fue y varias autoras debieron publicar usando seudónimos masculinos.

En una entrevista para la televisión sueca la propia Munro dijo: “… escribía siempre que podía, y mi primer marido me ayudó mucho; para él escribir era una cosa admirable. Él no lo veía como algo que una mujer no pudiera hacer, a diferencia de muchos de los hombres que conocí más tarde”. (Cita del libro “Todo queda en casa”, del sello Lumen).

El dependiente sacó dos libros y entre ellos estaba ese, “Todo queda en casa”, una colección de sus mejores cuentos (24 en total que ocupan 1067 páginas), escogidos por ella misma. Compré el libro por la necesidad de entender en qué consiste la magia de Alice Munro, misma que le mereció el Premio Nobel de Literatura en 2013, como “maestra del cuento contemporáneo”, a la altura de un Anton Chéjov, el célebre escritor ruso, según los críticos.

Menos de dos meses después, mientras devoraba los relatos de la canadiense, estalló el escándalo que puso de cabeza la escena literaria.

Resumiré este cuento de la vida real: La hija de Munro se llama Andrea Robin Skinner, hoy tiene 58 años, y por su boca el mundo supo que sufrió abuso sexual desde los nueve años (año 1976); al cumplir los 25 años se lo contó a su madre, quien decidió guardar silencio y seguir al lado de él, como si tal cosa. El abusador, Gerald Fremlin, segundo esposo de la escritora y padrastro de Andrea, murió en 2013. Tras un acuerdo con la justicia, el tipo recibió una condena a dos años de prisión y una orden para mantener lejos de menores de 14 años.

Nos enfrentamos a un doble caso en la misma persona: el de la mamá acusada por su propia hija de encubridora y el de la escritora juzgada por lectores y no lectores, por lo que hizo o dejó de hacer siendo mamá.

Andrea compartió con el mundo su secreto y el de su familia dos meses después de fallecer la escritora, y a partir de entonces la difunta ha sido sometida al escarnio público, sin derecho obviamente a defenderse. Hay quienes han sugerido que se le deben retirar los premios y cancelarla (no leer sus libros).

Surgen varias preguntas sobre este y tantos otros casos por conductas reprochables de un artista, sea escritor, actor, pintor, director de cine…: ¿Dejo de leer a la escritora por omisión ante el abuso que sufrió su hija? ¿En qué cambian las cosas si ignoramos la obra de Munro o si, siendo más severos, pedimos que se quemen sus libros, como en la Edad Media, para que nadie se sienta tentado a leerlos? ¿Hizo lo correcto la hija al hacer público el secreto familiar? ¿Qué debemos hacer los lectores con las obras de tantos otros escritores, cuyos principios morales han sido cuestionados? 

Charles Dickens, autor de Canción de Navidad y Oliver Twist, fue tildado de misógino y criticado por haber escrito sobre su divorcio sin mencionar a su amante. A George Trakl, escritor austriaco, le llovieron rayos y centellas por la relación incestuosa con su hermana y a Ruyard Kipling, autor de El libro de la selva,  por sus conductas racistas. Ernest Hemingway, autor de El viejo y el mar, fue catalogado de antisemita, homofóbico y misógino. Sin ir muy lejos, en Colombia conocimos los casos de un cronista y un cineasta acusados de presunto acoso y abuso sexual. La lista sigue. ¿Dejamos de ver las películas del director Woody Allen o del actor Kevin Spacey por las acusaciones de abuso sexual que pesan sobre sus hombros?

Me solidarizo con todas aquellas personas víctimas de cualquier forma de abuso, más tratándose de personitas indefensas que necesitan de nuestra protección permanente antes de que ocurra lo impensable. Es claro que las leyes deben caer con todo su peso sobre quienes las transgreden, pero una cosa es la condena de la opinión pública a la persona por conductas que corresponden a la esfera de lo privado y otra muy distinta la condena social al autor que se mueve en la esfera de lo público. ¿Cuántos llevan una vida santa en un mundo imperfecto por donde vuelan aves pero no ángeles?

Pienso que toda mujer separada y con hijos tiene derecho a rehacer su vida y del mismo modo esa mujer se hace responsable por la integridad de sus hijos a partir del momento en que permite compartir el mismo techo con el nuevo extraño; igual responsabilidad asume el hombre que rehace su vida cuando involucra a una extraña en la vida de los suyos. Con razón o sin ella, en la vida real padrastros y madrastras siempre han sido y seguirán siendo los malos del cuento… como sucede en la Blancanieves de la ficción.

Atesoro los libros de mis escritores y escritoras favoritos, y solo tengo enorme gratitud por lo feliz que he sido leyéndolos. Han saciado mi hambre intelectual y me han acompañado en el camino de la vida. Están ahí, a la mano, para mí, siempre, incondicionales. Por eso me cuesta entender que haya gente que pueda vivir sin leer. Cuando uno lee literatura está en comunión directa con el narrador, que no es el autor, sino otra invención de él, igual que sus personajes.

No juzgo a los escritores por sus vidas de alcoba, sus vidas humanas. Allá cada quien con lo suyo: Es su problema y que con su pan se lo coman, sabio refrán del siglo XVII.

No dejaré de leer a Alice Munro. Me es imposible dejar de ver las películas de Woody Allen. Dañaron el final de House of Cards cuando mataron a las malas a Frank Underwood, el personaje de Kevin Spacey, y sin embargo, Netflix con la doble moral que nos arropa, mantiene en cartelera varias de sus películas, incluidas todas las temporadas de esa serie donde sale él.

El arte está ahí para quien quiera degustarlo. Una obra literaria, una pintura o una buena película nada tienen que ver con los demonios que habitan a sus creadores. Buscando comentarios sobre la obra de Munro, encontré esta frase de Sara Mesa, escritora española, que podría convencer a otros de leerla por encima de cualquier prejuicio: “¿Cómo lo hará Alice Munro? Lo que consigue parece magia”.

¿Qué hacer con tanta gente, alrededor del mundo, que antes y después del escándalo ha profesado su admiración por la obra de la escritora canadiense? ¿Nos unimos para exigir que borren los elogios de la red, mientras siguen matando gente inocente en las guerras?


En defensa de la autora, que no tuvo derecho a una defensa pública, cabe pensar que vivió su propio infierno, debatida entre dos amores, el amor por su hija y el amor por un esposo. ¿Quién puede juzgarla por no hacer lo correcto y que era lo correcto de hacer, según nosotros, en ese caso?

Solo podemos hablar (y responder) por nosotros y nuestros actos. Es probable que a Alice Munro la haya enceguecido el amor por Fremlin y, sin saber qué camino coger, se mantuvo refugiada en la escritura, distrayendo a su alma ante semejante desasosiego; su punto de fuga en medio de la confusión. A lo mejor, el título del libro, Todo queda en casa, es una metáfora de esa oscuridad, tan íntima como lícita.  

A finales de los años 90 conocí el caso de una mujer, aquí en Bogotá, que abandonó a sus tres hijas y marido por irse detrás de un hombre más joven. Tiene y no tiene que ver con lo que estamos hablando, porque de fondo en esta discusión se debería considerar otro elemento: el derecho de las mujeres a decidir, para bien o para mal, qué sentir, qué pensar, cómo obrar. Nadie, en lo que he leído, ha juzgado al papá de la víctima, es decir, al exesposo de Alice, Jim Munro, que, una vez enterado del caso por boca de su hija, tampoco hizo nada, dicho por ella.

Lo que hubiéramos hecho cada uno de nosotros de estar en el pellejo de estas personas solo lo sabe cada quien, más eso no es materia suficiente para juzgar las acciones ajenas. La moral es algo más complejo que las normas escritas en un manual. La moral es lo que somos en el momento exacto en que la vida nos pone contra las cuerdas. Nadie sabe de lo que es capaz hasta que la vida le pide decidir.   

Teniendo -como tenemos todos- derecho a una vida privada, resulta complejo juzgar la de los demás y sobre todo juzgar los problemas que corresponden a ese ámbito. Estamos impedidos para entrar en ciertos terrenos, salvo que se nos otorgue licencia por parte de los involucrados.  O, ¿acaso firmaría usted un papel ante notario autorizando a conocidos y desconocidos para meterse al rancho?

Repito, es lamentable que una verdad tan desgarradora haya salido a la luz con Alice Munro muerta, sin derecho a dar explicaciones. Lo que esta historia enseña (al menos a mi) es que a veces el único camino posible es perdonar y  sanar todo lo que no está bien dentro de las relaciones familiares. Los padres no se las saben todas y se necesita más que humildad para aceptar las equivocaciones. La terapia con el profesional correcto es siempre un recurso adecuado para intentar recomponer lo que se rompió.

Por Alice Munro hablan sus libros, así que invito a los lectores de este blog a leerla sin aprensión; de pronto, entre líneas, cada quien encuentre algo más que un relato extraordinario.  Su obra, quizás, le sobrevivirá cien años o más. Porque la escritora murió, pero sus relatos vivirán mientras haya lectores.

El que quiera leer, que lea.

Avatar de Alexander Velásquez

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.