Después de los Juegos Olímpicos, Colombia tiene poco qué celebrar. No cubramos de conformismo un resultado mediocre.
Después de los Juegos Olímpicos, Colombia tiene poco qué celebrar. No cubramos de conformismo un resultado mediocre.
“Quiero comprarle a la vida
Cinco centavitos de felicidad
Quiero tener yo mi dicha
Pagando con sangre y con lágrimas”.
La canción “Cinco centavitos” fue compuesta por el actor colombiano Héctor Ulloa (el famoso Don Chinche) y convertida en éxito en la voz del ecuatoriano Julio Jaramillo. La letra de ese tema, se me ocurre, puede ser el himno que mejor nos representa a los colombianos, a este país que saca pecho en lo poco y en ese poco siempre le queda faltando el centavo para el peso (en este caso, para el oro).
Lo vimos en los Juegos Olímpicos de Francia 2024, adonde viajó una delegación de 89 atletas, quienes regresaron de París con cuatro medallas, tres de plata y una de bronce, pero ninguna de oro, cuando en las cuentas alegres de los dirigentes figuraban entre siete y 14 preseas.
No quiero parecer ni apátrida ni malagradecido con ese puñadito de mujeres y hombres que nos dieron la dicha de un triunfo, izaron la bandera por nosotros y nos conmovieron con sus lágrimas de felicidad, pues su mérito individual es clarísimo, no así nuestro resultado colectivo como nación que es mediocre. Solemos subirnos al bus del triunfo (“¡Ganamos!”) o bajarnos de él con rabia (“¡Otra vez perdieron!”), pero al final del día terminamos siendo complacientes por un extraño gen conformista que nos habita.
El país deportivo debe ser reseteado y eso implica pasar del aplauso merecido al látigo en mano para determinar qué nos pasó esta vez que no fuimos capaces de levantar la de oro, como sí lo hicieron en el pasado María Isabel Urrutia (año 2000, halterofilia); Mariana Pajón (2012, BMX); o el triple oro cosechado en 2016 con Oscar Figueroa (halterofilia), Mariana Pajón (BMX) y Caterine Ibargüen (Triple salto).
En la egoteca nacional apenas sumamos cinco medallas de oro en toda la historia de unos Juegos Olímpicos que se celebran desde 1896, aunque aclaremos que Colombia ha participado en 21 Olimpiadas desde 1932. ¿Por qué tiene uno la impresión de que en vez de echar hacia adelante, vamos hacia atrás? Pasamos de tres oros en Río de Janeiro a cero pollito en la Ciudad Luz, donde se nos apagó el bombillo.
No quiero posar de aguafiestas pero tampoco me gusta ser parte del montón que todo lo celebra sin chistar, sin cuestionar. Creo que podemos y deberíamos ser más que ese resultado paupérrimo.
Infografía de Víctor Zapata.
¿A quién culpamos de la debacle… o exagero al utilizar el término debacle? ¿A quién le pedimos cuentas? ¿Al Comité Olímpico Colombiano, (COC)? ¿Al Ministerio del Deporte que se supone reemplazó a Coldeportes para mejorarlo? Tristemente, esa Cartera está en el radar de todos por cuestiones extradeportivas: las dos anteriores ministras salieron pitadas, con pena y sin gloria, cargando a cuestas el escándalo: a María Isabel Urrutia, la medallista olímpica, le tocó renunciar por supuestas irregularidades en la firma de contratos y la cabeza de Astrid Bibiana Rodríguez rodó tras confirmarse la pérdida de Colombia como sede de los Juegos Panamericanos del 2027. Tres ministras en cosa de dos años son multitud.
Cuba, con una población de poco más de 11 millones de habitantes, (casi la quinta parte de Colombia) obtuvo nueve medallas (dos de oro) y ocupó el puesto 32 en el medallero oficial, en tanto que nuestro país quedó en el puesto 66, superado también por Ecuador, Argentina, Chile y Guatemala, cada uno de los cuales obtuvo su medalla de oro.
No se trata de querer ser como Cuba, una isla a la que solemos estigmatizar por cuestiones políticas, pero que es referente mundial por la alta calidad, por ejemplo, de sus médicos y que en lo deportivo supera con creces a todos los países latinoamericanos, menos a Brasil, puesto número 20 con veinte medallas, tres de oro.
Se trata de copiar (emular) lo bueno de los demás y obviar lo malo, que es, además, una regla de éxito para casi todo en la vida. ¿Qué nos falta: voluntad o dinero? ¿O ambas cosas a la vez?
Comparto la opinión del columnista Gonzalo Silva Rivas: “Mientras el deporte en este país (…) no cuente con una política de Estado que promueva eficazmente la actividad deportiva, mediante una hoja de ruta que comprometa planificación, aumento de recursos públicos y participación decidida de empresas y universidades, seguiremos celebrando algunos triunfos individuales de jóvenes atletas que buscan llegar a la élite, gracias a su dedicación, pundonor y sacrificio de muchos años”.
He de suponer que el Ministerio del Deporte se creó en 2019 (bajo el gobierno de Iván Duque), para ennoblecer el espíritu deportivo y resolver problemas reales, no para burocratizarlos. Fuimos capaces de aumentar la nómina oficial, que se paga de nuestro bolsillo, pero incapaces de responderles a los deportistas, muchos de ellos viven literalmente en el barro, a veces en condiciones de precariedad extrema, cuando no son víctimas del desplazamiento forzado; tal fue el caso de la vallecaucana Tatiana Rentería, bronce en lucha libre (categoría 76 kilogramos), madre desde los 17 años. Sus declaraciones a El Espectador lo dicen todo: “Con poco apoyo logré bronce, ¿Qué pasaría si nos apoyaran más?”.
Pienso que no hubo razones de peso que justificaran convertir Coldeportes en otro ministerio, que así lo dijo el propio presidente Gustavo Petro, quien también manifestó su desacuerdo con la creación del Ministerio de Ciencias como reemplazo de Colciencias.
A cinco años de creado el MinDeporte, sus resultados son agridulces, “un balance de luces y sombras”, como lo resumió el portal Razón Pública.
Con todo, encuentro más que justificado lo dicho por el automovilista Juan Pablo Montoya a la W Radio y al diario AS: “Soy orgulloso de ser colombiano, pero ningún deportista crece y se gasta las horas que se gasta pensando ‘es que lo hago por mi patria’, no, lo hace por él mismo… Uno hace el trabajo por uno”.
Aunque Montoya me sigue pareciendo un personaje engreído, admiro ese arrebato de sinceridad; me recordó los sacrificios tan tenaces que hizo su padre, Pablo Montoya, endeudado y con el patrimonio familiar comprometido, para convertirlo en ganador de siete Grandes Premios en la Fórmula Uno y dos veces vencedor de las 500 millas de Indianápolis, antes y después de otras competencias importantes. Un sueño que don Pablo comenzó a incubar en el kartódromo del parque El Salitre, en Bogotá, cuando Juan Pablo, sentado en sus piernas, apenas tenía tres meses de edad, así rememorado por el periodista Juan Carlos Salgado en su libro “Crónicas de velocidad”.
“Regresamos a Bogotá para conseguir el dinero para la Fórmula 3 pero fue difícil. Era demasiado para nosotros. Sin embargo, en enero del 95 recibí un fax de Paul Stewart en el que me ofrecía un asiento para la Vauxhall Lotus, a un buen precio. De inmediato dije que sí y me fui a conseguir un leasing, respaldándolo con mi casa. Les mandé a Juancho a Inglaterra y en la Vauxhall el aprendizaje fue buenísimo. En esta categoría terminó tercero, con una victoria en el Europeo”.
Pero en el país del Sagrado Corazón no todas las familias tienen capital para arriesgar e invertir en los suyos. Los deportistas de élite no nacen, se hacen; y esa tarea empieza desde la primera infancia; por lo cual, el Estado debería apoyar la creación de semilleros que garanticen la formación de futuros campeones y, más que nada, darle esperanzas a aquellos con pocos o ningún recurso.
A falta de una tradición deportiva fuerte y sostenible en el tiempo, en Colombia tenemos amplísima experiencia en endiosar deportistas, y los medios de comunicación sí que saben de eso. Cuando nace una estrella, lo siguiente es enterarnos del tren de lujos que traen el dinero y la fama. Para la muestra aquel titular de Las 2 orillas en 2022: “¿A dónde se fue la humildad de Luis Díaz? El Rolex de 300 millones con el que anda de arriba pa’ abajo”. Al año siguiente, recordemos, secuestraron al papá del futbolista.
A los deportistas hay que prepararlos para la victoria y para la derrota, pero sobre todo para que sepan lidiar con la popularidad, en tanto que a la clase dirigente, muy tranquila en su zona de confort, deberíamos exigirle que se espabile.
Es hora de que nos digan a dónde va el presupuesto asignado al MinDeporte y qué porcentaje se destina a criar a los champions criollos del futuro. Ojalá para las Olimpiadas de Los Ángeles 2028 seamos capaces de convertir la plata (de los contribuyentes) en oro; llegar a eso requiere de voluntad política y generosidad en contante y sonante. Tienen ustedes la palabra, señora ministra Luz Cristina López Trejos, y doctor Ciro Solano Hurtado, presidente del COC.
Porque seamos sinceros: Si a nadie le gusta vivir de chichiguas. ¿Por qué conformarnos entonces con los mismos cinco centavitos de felicidad?
Nota: Este autor no utiliza inteligencia artificial (IA) Modestamente, quiero decir que con la mía me basta. Todavía me considero un humano que escribe para humanos. Ejerzo mi derecho a pensar y por lo tanto me niego a dejar que mi cerebro sea remplazado por una máquina.
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