¿Cuántos buenos libros de autores colombianos se han escrito en estos primeros 25 años del siglo XXI? ¿Está el país literario en condiciones de afirmar que hay un título, o más de uno, de notable calidad, por cada año?
¿Cuántos buenos libros de autores colombianos se han escrito en estos primeros 25 años del siglo XXI? ¿Está el país literario en condiciones de afirmar que hay un título, o más de uno, de notable calidad, por cada año?

Imagen tomado en la Librería Merlín, en el centro de Bogotá.
“Para que un libro ´sude´ de verdad, se debe estar saturado de su tema hasta las orejas”: Gustave Flaubert, escritor francés.
El escritor bogotano Ricardo Silva confiesa que escribió su última novela, sobre la tragedia del Palacio de Justicia, en seis meses. “Para un ser humano normal este sería un trabajo de cinco años”, le dice Alejandro Gaviria, quien remata sus elogios con esta frase: “Refuerza la teoría del destino manifiesto”. No la he leído, no creo que la lea, así que no puedo opinar.
Pero ¿Cuál es mi punto? Que en Colombia, al parecer, se produce literatura bajo el mismo principio con el que operan las fábricas de cualquier cosa… cada lector juzgue lo que intento decir. Creo que escribir novelas no es como escribir columnas de prensa cada semana.
Añadiré que Gabriel García Márquez se encerró en un cuarto, a partir de 1965, durante 18 meses, con sus días, noches y precariedades, para escribir Cien años de soledad, tras darle forma en su cabeza desde que era un adolescente. El resultado: “1300 cuartillas, escritas en ese lapso a razón de ocho horas diarias, sin contar el doble o triple de material desechado”, escribe Mario Vargas Llosa en el ensayo “Historia de un deicidio”.
Cada vez me convenzo más de que estamos lejos de un segundo genio literario, porque no hay en Colombia o la paciencia o el tiempo para producir otra obra maestra o una que se le acerque. Con el perdón de los buenos escritores colombianos, que los hay, veo lejano un segundo Premio Nobel de Literatura.
La literatura colombiana no está dialogando con las literaturas del continente. Colombia no ha sido potencia literaria. Quien se universalizó fue Gabo y su pluma. Aún así, la revista The New Yorker despreció unos de sus cuentos y editores rechazaron obras suyas.
Estamos ante un nuevo boom literario en nuestra lengua, donde una nueva generación de escritores, pero especialmente escritoras (de Argentina, México o Ecuador), irrumpen con fuerza en el mundillo de las letras. Colombia parece aislada y retraída. Y la ausencia de buenos críticos lo agrava todo.
Pensemos, por ejemplo, cuántos buenos libros de autores colombianos se han escrito en estos primeros 25 años del siglo XXI. ¿Quién nos puede decir si hay uno, de notable calidad, por cada año? Creo que la Cámara Colombia del Libro podría tener una respuesta a tales preguntas.
La literatura ya no es lo que era y por eso insisto en la tesis de leer a los clásicos y a los grandes autores de este tiempo. Porque la vida es corta para perderla en libros que se escriben de afán.
En su magnífico ensayo “La orgia perpetua: Flaubert y Madame Bovary”, Vargas Llosa desmonta el proceso de creación del llamado padre de la literatura moderna. Nos cuenta que el escritor francés “comenzó a escribirla en la noche del viernes 19 de septiembre de 1851 y la terminó el 30 de abril de 1856 (…) lo que da una duración de cuatro años, siete meses y once días”.
“…Gustave descubrió (inventó) un sistema de trabajo mientras escribía Madame Bovary…”, escribió Mario Vargas Llosa.
En la biografía sobre Flaubert, Historia de una cama, Azriel Bibliowicz, habla sobre otra de sus novelas: Salambó: “… gastó años investigando y escribiéndola”.
“Confiesa haber leído más de 400 libros para componerla. Escogió un momento oscuro en la historia de Cartago que trabajó con delicadeza y determinación. El trabajo arqueológico es minucioso y guarda la fascinación de quien arma un complejo rompecabezas. (… ) con esa novela nos retorna al mundo de la antigüedad en forma deslumbrante. (…) Es una verdadera obra de ingeniería literaria, donde se restauran la arquitectura del lugar, los escenarios, las batallas, con una fidelidad impresionante”.
Sobre otra de sus novelas, La educación sentimental, Bibliowicz dice: “No hay nada en esta obra que no esté apoyado en una paciente y laboriosa investigación documental”. Según eso, Flaubert estudió desde el transporte, pasando por las modas, hasta el menú que ofrecía el café Anglais en 1847.
Hablando de libro de cualquier género, el Comité Evaluador del Premio Simón Bolívar al Libro Periodístico 2025, en cabeza de la escritora Yolanda Reyes, dijo un par de verdades que deberían ser la vergüenza de los autores de no ficción y de las editoriales, que quizás sean la mismas que producen novelas y otros títulos de ficción. “Pensamos que la idea de libro entraña cierta lentitud, contrapuesta a las urgencias de la inmediatez y de la coyuntura”, dijo la autora, refiriéndose al arduo y complejo proceso de concebir un buen libro, un trabajo de creación y procreación en el que, se supone, intervienen muchas personas de diversas disciplinas.
Señala el Comité: “… pudimos comprobar, en un número considerable de libros, una deficiente calidad de la escritura que se manifestaba en problemas ortográficos y sintácticos elementales, y que nos llevó a preocuparnos por el borramiento de los correctores de estilo y de los editores. Esa otra confusión de términos entre un proceso editorial y un procesador de lenguaje se reflejó también en la publicación de libros con páginas sobrantes, que se habrían salvado gracias a las tijeras de un editor agudo, o en la premura que afectó a otros que se habrían beneficiado con un tiempo más amplio para terminar tan bien como empezaban, o para dejar de ser meras recopilaciones y devenir en libro”.
El jurado también se refirió al impacto negativo de la IA en la producción editorial: “… reiteramos la preocupación por el impacto de la inteligencia artificial en los oficios del libro: si el traductor, el corrector de estilo, el diagramador y el editor se vuelven prescindibles, es posible predecir que cada vez llegarán más libros a la convocatoria, pero que cada vez será más fácil separar el grano de la paja”.
En un artículo del portal Zenda, “La doble cara del prestigio editorial”, del escritor y editor Raúl Alonso, las editoriales comerciales salen muy mal paradas. Es un ensayo extenso pero vale la pena leerlo para entender los cambios bruscos que está experimentando la industria. “Las editoriales que sobreviven —y prosperan— están construyendo respuestas nuevas. No mejores versiones de lo anterior. Cosas distintas”.
Si las editoriales se despreocupan de la calidad de los manuscritos, si editan e imprimen a toda velocidad para coincidir con una feria o una conmemoración histórica, los lectores debemos preocuparnos por darle valor a nuestro dinero; más en este mes de diciembre en que deseamos regalar libros y que nos regalen.
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