María Fernanda Cabal (candidata presidencial) y Daniel Pacheco (periodista). Fotos tomadas de sus cuentas en la red social X.

La historia que la cuenten los historiadores, no los políticos.

Habló la senadora Cabal en honor a la postverdad, no a la verdad.

El periodista Daniel Pacheco tiene en el cerebro la misma materia gris y materia blanca de la que están hechos el mío, el suyo, incluso el de la senadora María Fernanda Cabal. Nada tienen que ver con la caliza y la arcilla. No hay que ordenar una craneotomía para averiguarlo.

A los muchos males que aquejan al periodismo colombiano, agobiado por la falta de credibilidad, de la que apenas se salvan un puñado de medios, sume el irrespetuoso trato de ciertas fuentes a los periodistas. Eso no es nuevo. Para algunos políticos, los reporteros no son más que idiotas útiles que en el fondo sirven de megáfono para sus discursos y estrategias. Por algo, siempre tienen una oficina de prensa que cumple obedientemente la labor de llenar de comunicados los buzones de los periodistas, desde el primer bostezo del día.

Esta semana la congresista del Centro Democrático, quien sueña con ser la primera mujer presidenta de Colombia, trapeó con la dignidad del editor de La Silla Vacía, sin necesidad de alzar la voz ni salirse de la ropa. Lo ofendió sin perder la compostura. Ya puede uno imaginarse el trato diplomático que reciben sus subalternos.

Después de decirle a Pacheco que no puede discutir con gente que tiene cemento en su cabeza, le dice que “está muy joven para ser tan ignorante”, en una negación abierta a los crímenes de Estado contra militantes de un partido de izquierda: la Unión Patriótica.

“La Corte Internacional está capturada por la izquierda latinoamericana”, dijo más adelante para zanjar el asunto, sin atender razones, y borrando de un plumazo condenas y sentencias. No encuentro un pronunciamiento de ese tribunal ante las acusaciones de la senadora.

Me llamó la atención cuando dijo que “el consenso histórico es fascismo histórico”. Sentí explotar mi cerebro, y no porque tenga dinamita dentro de él, pues esa sola frase amerita una discusión, dolorosa por lo demás, ojalá no a palo seco.  

“Si querés cambiemos de tema que no tenés ni idea, entonces no sabés discutir, qué pena”, le dijo después al editor.  Es decir, para saber discutir con la doctora Cabal, toca darle la razón, incluso si no la tiene; no contradecirla, menos contrapreguntar. Se le podría simplemente soltar el micrófono y que dicte cátedra sin parar sobre lo que quiera hablar, hasta que se canse.

Primero le preguntó al periodista “¿a usted quién le enseñó Historia?” y luego lo acusó de reescribirla. “El que la reescribió fue usted por sus profesores y la propaganda de la izquierda”. También le dijo: “Parece alumno de Iván Márquez”. Pensé que lo llamaría izquierdópata, que es otro de sus términos favoritos, inventado por ella, claro.

¿Ya se pronunció el Círculo de Periodistas de Bogotá? Para variar, no.

El insulto o callar al otro es lo de ahora, y si los periodistas no se hacen respetar, apaga y vámonos. ¿Ya se pronunció el Círculo de Periodistas de Bogotá? Para variar, no. La doctora Cabal parece estar repitiendo el mismo patrón de un Donald Trump que menosprecia a la prensa y, cuando se le antoja, la demanda, aunque el gringo, revestido de poder, ha ido más lejos con ataques directos a los medios y a la libertad de expresión. Esperemos no tener en Colombia un gobierno que en el futuro les tape la boca a la periodistas. Ya ha ocurrido aquí.

Puede ser también una estrategia fríamente calculada: utilizar un lenguaje ofensivo para provocar una reacción. Y henos aquí, hablando de ella, no porque consideremos que merece publicidad, sino porque hay cierta obligación moral con las víctimas de crímenes atroces para honrar su memoria ante la arremetida de aquellos que no tienen problema en pisotearla.

Sin embargo, pensemos qué habría pasado si es Pacheco quien le dice a la señora Cabal que tiene cemento en el cerebro por su actitud negacionista. Mínimo le cuesta el puesto por irrespetuoso y es posible que se gane el apelativo de misógino porque a las mujeres, antes y después del Mee Too, no se les toca ni con el pétalo de una rosa.

La senadora Cabal niega el genocidio que se cometió contra la Unión Patriótica y, peor que eso, culpa de dichos asesinatos al propio Partido Comunista.

Dice la senadora: “Jamás repita que a la Unión Patriótica la aniquiló el Estado. (…) Los primeros asesinos de la Unión Patriótica fueron las mismas FARC y el ELN. Cuándo van a tener ustedes claro que el Partido Comunista usa como método la depuración, ellos se asesinan entre ellos”.

Creo que el partido se está demorando en responder de manera oficial y tajante ante semejante acusación.

En este punto, solo podemos decir que los menos indicados para contar la historia son los políticos, porque la historia es sobre ellos; sus decisiones, erradas o no, malas o buenas, son las que determinan el destino de los pueblos. Podríamos decir entonces que los ciudadanos somos víctimas de nuestras decisiones como electores. Ellos son arte y parte en los problemas y, por lo tanto, su versión de los acontecimientos nunca será fiable, intransigente eso sí. Es una opinión más, acomodada a sus intereses y convicciones ideológicas, lo que resulte más conveniente en tiempos electorales. La historia que la cuenten los historiadores, no los políticos.

El periodista Daniel Pacheco debió poner a la senadora en su sitio de forma respetuosa. Había que sentar un precedente. No podemos decir cosas a la ligera sin que haya consecuencias, y esto aplica para todos los ciudadanos, del presidente hacia abajo. Está mal que se sienta halagado porque le hayan dicho joven, porque eso es tanto como aceptar el insulto velado de que los jóvenes son personas incompetentes e influenciables.

La juventud, la de ahora y la de antes, no es títere de nadie. Tiene voz, voto y materia gris en el cerebro. Representa además unos voticos nada despreciables para quien está en campaña y, desde la Constitución del 91, que se nutrió de la Séptima Papeleta impulsada por la gente joven, está acudiendo a los mecanismos de participación para hacer uso del derecho que tenemos todos los ciudadanos de intervenir en política. Los jóvenes colombianos, no los jóvenes Cabal, debieron sentirse agredidos con la andanada de la congresista.  

Ante su insidioso atropello a la prensa, que tanto le ha servido, hoy me doy cuenta de que este país necesita sanadores antes que senadores. 

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