Distinguido caballero: yo no lo conozco, usted no me conoce, a pesar de que trabajé como periodista por casi dos años en Semana cuando el dueño era sumercé. Sí. Hablo de aquella época dorada ya extinta. Junto con Adriana Sanmartín y Juanita Uribe creamos Semana JR, la versión para niños de la semana de los grandes (con diseño de Vladdo), continuando el camino  iniciado por El Espectador con la revista Los Monos, y el programa Buena Nota, para acercar la prensa a la escuela. Pero no le vengo a hablar de mí. Le vengo a hablar de su ex revista.  O lo que quedó de ella, por así decir.

Viendo en lo que convirtieron a Semana, la magnífica revista que en sus manos, por casi cuatro décadas, fue referente de la prensa latinoamericana, me pareció necesario escribir esta carta, más que nada por el momento difícil que afronta el periodismo mundial y el colombiano en particular.

El año pasado le dijo a María Isabel Rueda, en entrevista para El Tiempo, dos cosas que todavía dan vueltas en mi cabeza. Una, que “Semana de pronto no hubiera podido sobrevivir a la pandemia”, y eso explicaría la razón para vendérsela a la familia Gilisnki; y dos, que los nuevos dueños “revivieron las revistas que habían sido cerradas”, refiriéndose a Dinero, Soho, Fucsia, Jet Set, Arcadia “y otras especializadas”, lo que a su vez obligó, dijo usted, a ajustar la nómina: “de 650 personas, pasó a 350”.

La leyenda cuenta que Semana fue creada en 1956 por el expresidente Alberto Lleras Camargo y que en 1982 usted la resucitó con la idea de que en Colombia hubiera una revista tipo Time. Lo logró con sobrados méritos. Le pregunto, don Felipe, si la Semana de hoy, bajo la dirección de Vicky Dávila, honra aquel ideal de hombre treintañero que era usted entonces.

Si algo nos gustaba de la antigua Semana era que brillaba como un todo por sus portadas impactantes y certeras (sus premiadas investigaciones lo corroboran); los periodistas hacían su labor más no figuraban.  El país debe recordar que Dávila salió por la puerta de atrás de RCN, tras publicar en La FM un video íntimo dentro del escándalo de La Comunidad del anillo y si no es por Julio Sánchez Cristo posiblemente no hubiera alcanzado la redención. Desde ese episodio (o tal vez desde cuando presentaba La cosa política en el canal RCN), ella ha sido la noticia. Valga decir que desde Semana no tuvo reparo en cuestionar a su antiguo jefe “por no abordar los temas en los que se critica al Gobierno Nacional”, insinuando que Julito era un arrodillado del poder.

Siendo el dueño de Semana estaba en todo su derecho de venderla. Pero yo creo que en lo más íntimo de su ser usted tampoco está para nada satisfecho de lo que hicieron con una marca emblemática del periodismo continental. De haber conocido el rumbo, ¿la habría vendido igual? A veces pienso que no, porque es como aceptar que el hijo al que se crio con tanto esmero, de pronto cogió por el camino equivocado. Pero a veces pienso que sí, porque como dice la filosofía popular: “bisnes son bisnes”. Negocios son negocios, aquí y en Cafarnaúm, o como dijo el “filósofo” que ahora es alcalde “plata es plata”.

Sinceramente, no creo que la pandemia haya sido la razón de la venta. La prueba es que ahí siguen los demás medios en la misma brega. Me quito el sombrero ante El Nuevo Siglo, que sin lectores sigue vivito y coleando. ¿Cómo lo harán?

En febrero de 2021, La Silla Vacía dijo sobre usted: “López siempre echa el chiste de que para haber nacido en una cuna de oro, le ha ido muy bien”.

¿Debemos suponer que se habían acabado los lingotes cuando entregó a la niña de sus ojos?

—No debió vender —pensé con rabia el otro día. Con rabia de lector. Y con la rabia de quien tuvo la suerte de trabajar en aquel edificio abajito del Parque de la 93 (entre 1998 y 2000). Luego de esa etapa, seguí siendo fiel a la revista en calidad de suscriptor (ya no,​ por supuesto). Me arropa la nostalgia: echamos de menos sus buenas tapas, esa que tantos escándalos destaparon, y todavía no comprende uno cómo hicieron trizas un nombre  respetable, poniéndolo al servicio de causas extra periodísticas. Me disculpa: soy dado a llorar sobre el periodismo derramado.

Semana no revivió ninguna de las publicaciones como se lo dijo a la señora María Isabel. Suena hasta pretencioso pensar, por ejemplo, que a unos señores negociantes les interese resucitar una revista como Arcadia, que –primero en manos de Marianne Ponsford y después en las de Juan David Correa, actual Mincultura- llegó a ser fuente respetable en el mundillo cultural, de un carácter intelectual, como lo fue el Magazín Dominical de El Espectador, bajo la dirección de Marisol Cano.​ Hoy los intelectuales casi que brillan por su ausencia en los medios de este país. Han sido reemplazados por influencers y youtubers. Tan cierto es, que la encuestadora Cifras y Conceptos ya no solo mide la popularidad de los medios tradicionales y los columnistas de prensa, sino que de un tiempo para acá incluyó una nueva modalidad: la de los llamados influenciadores o líderes nativos digitales, por el poder mediático que tienen como moldeadores de la opinión pública.

Recuerdo los zaperocos en la portería del edificio porque algún vecino avispado se había robado mi ejemplar de Semana. La verdad, don Felipe, es que ya nadie se roba la prensa. ¡Oiga: qué problemita para que la gente lea! Con decirle, que detrás de mis periódicos de ayer solo están un vecino de los que pintan con brocha gorda y el señor que vende aguacates en la esquina. No es chiste, se lo juro.

Cambié de opinión: ahora pienso que hizo bien usted en vender a tiempo. Mark Thompson, quien emprendió la reinvención de CNN, después de hacerlo de manera exitosa con la BBC y The New York Times, dijo en 2017 que la prensa de papel sobreviviría otros diez años… ¡como quien dice, le quedan tres de vida!

Entonces, me parece que fue muy inteligente al vender, así la sociedad en su conjunto, o lo que llaman democracia, haya sido en últimas la gran perjudicada con la transacción.

En ese estado de cosas, no parece tan buen negocio comprar hoy medios de comunicación, como sí lo fue antes de que existieran las redes sociales, porque sí o sí en tiempos no muy lejanos nos informábamos a través de la radio, la tele, los periódicos y las revistas. Ahora basta con entrar a X (antes Twitter) o Facebook ​p​ara entera​rnos de cualquier cosa, sean verdades o mentiras, porque en estos tiempos la ​profundidad está en la superficialidad​. Mejor dicho, las plataformas tecnológicas se ensañaron contra el buen periodismo… ¡y vaya u​no a saber en cuánto tiempo saldremos de ese agujero negro! El daño está hecho. No creo, sinceramente, que nos alcance esta vida para ver una trasformación. Volver hacia ese periodismo impecable requiere de cambios implacables.

Visto así, fue usted admirablemente sagaz para vender a tiempo, como sagaces son los señores Gilinski para saber en qué momento comprar barato. Adquirir periódicos, sabiendo que cada vez se leen menos, es más un caprichito que algunos se puedan dar. Lo decía por el señor Jeff Bezos​, que compró The Washington Post, (no necesariamente por don Luis Carlos Sarmiento que compró El Tiempo), con la diferencia de que Bezos ha respetado -hasta ahora- el legado centenario del diario fundado en 1877 por Stilson Hutchins. Pero que un rico compre un periódico no es garantía de nada: el año pasado el Post perdió millones de dólares y hoy, principios de 2024, están despidiendo reporteros y editores, más no es el único periódico cuyo futuro pende de un hilo, ahora que la IA nos muestra su lado perverso contra el talento humano.

“El negocio está en crisis, pero el periodismo vive una era dorada, impulsada por nuevas herramientas digitales, nuevas fuentes de datos, nuevos métodos de verificación. Esa revolución, que yo llamo, está ocurriendo fuera de las redacciones. El futuro depende de transformar las redacciones entrenando a los periodistas, no los modelos de IA”. Marta Peirano, columnista de El País de España.

Recordé la película Ciudadano Kane (1941), del gran Orson Welles: la historia basada en la vida real del magnate de la prensa William Randolph Hearst, quien entró al negocio a través de un periódico amarillista. De estos personajes hay más ejemplos: Silvio Berlusconi, cuyo conglomerado mediático subió casi un 10% en Bolsa tras su muerte en junio de este 2023 (lo que nos demuestra que algunas personas valen más muertas que vivas), o el señor Rupert Murdoch, que empezó su emporio con un diario australiano que heredó de su padre y hoy el “pobre viejecito” acaba de cederle el puesto a su hijo luego de  amasar una fortuna incalculable y dejando la vara muy alta, pues le achacan la fama de derrocar a primeros ministros e influir en la política del Reino Unido para que los vientos (opinión pública) vayan hacia donde más le convengan al ​potentado. Creo que ese es el verdadero sentido de comprar medios de comunicación. Dudo que lo hagan por amor al periodismo, porque, al contrario, en muchos casos han subvertido sus valores, sus principios.

También esa debió ser la intención de la familia Giinski al quedarse con Semana. Pero las cosas, a mi humilde modo de ver, no están saliendo bien. Para empezar, si la influencia de una periodista como  Vicky Dávila fuera tal, habría conseguido evitar la llegada de Gustavo Petro al poder, con tantas carátulas que le dedicó para mostrarlo ante la opinión pública como un verdadero mal para el país, incluida la famosa portada que dio origen al #Petrobastaya que tantos chistes generó… y sigue generando.

Conversación real entre amigos:

—Leer Semana es como ir al médico cuando se tiene un terrible padecimiento: mejor pedir una segunda opinión.

Pero remitiéndonos a la Semana años 90, bajo su dirección don Felipe, tampoco aquella logró tumbar al presidente Ernesto Samper por el famoso Proceso 8000: El presidente que se iba a caer pero al final no se cayó​. Es que, definitivamente, la política con sus volteretas encuentra la manera de quitarle poder al cuarto poder. Sí señor, mucho ruido y pocas nueces tanto ayer como hoy: El escándalo del momento es la posible destitución de Petro por posible violación de topes y supuestos dineros indebidos que entraron a la campaña presidencial.​ (Los años pasan​, las noticias son las mismas​).

S​emana tras ​s​emana hay un afán de crear escandalitos ​que no van a ningún lado. El título de la última portada lo dice todo: “Colombia en llamas”, con el cual se sataniza al presidente y se elogia al alcalde de Bogotá, por lo que podemos inferir que existe un “periodismo del establecimiento” -si se me permite el calificativo-  ​haciendo oposición abierta. Se habla bien o mal del gobernante, según le caiga bien o mal al director. Parodiando el mismo titular, podríamos de​cir que existe en Colombia un periodismo incendiario y otro benevolente.

Un medio que se precie de respetable no hace oposición ni se amanguala; hace periodismo. ¿Qué sentido tiene para un lector que detesta a Gustavo Petro leer una revista cuya línea editorial y todos sus columnistas disienten de la forma de gobernar del presidente? ¿Qué placer hay en esa lectura? ¿Qué enriquecimiento intelectual puede desprenderse de ello?​ Sin pluralidad de pensamiento, el periodismo se comporta como una especie de dictadura para si mismo.

El fiscal Francisco Barbosa, con una oposición descarada al gobierno desde el día cero, habría merecido, digo yo, al menos una portada que cuestionara sus métodos, su ética y su injerencia no santa en asuntos políticos. Ignorante de los pasadizos secretos de la política, pregunto: ¿Será Semana el órgano informativo del ex fiscal en caso de que oficialice su candidatura presidencial, de la misma forma que lo hizo con Rodolfo Hernández y Fico Gutiérrez? En el muro de la infamia del periodismo colombiano tendrán que estar esas portadas que inflaron campañas políticas, lo que terminó siendo un delirio de grandeza, que no pudo encubrir la falta de olfato político y rigor periodístico. El periodismo no se hace con el corazón sino con la razón para luego no ser el hazmerreír de la sociedad a la que se supone debe orientar, ni para desinflarse cuando las métricas no cuadren. Además, el activismo de los medios, si esa fuera su misión, debería estar emparentado con las causas sociales, las causas del bien común, no con las causas de los apellidos.

“La realidad, querido, no importa. Lo que importa es lo que crean que está pasando”. (De la serie Cómo vuela el cuervo, episodio 5, Netflix)

Quienes tenemos amigos en esa revista sabemos que hacen su mejor esfuerzo, acomodándose incluso a regañadientes a una línea editorial, que combina propaganda, periodismo y trinchera ideológica para confundir más a las audiencias. Muchos colegas que allá trabajaron hacen la salvedad: “la antigua Semana”. 

Me explico: Yo diría que Semana, cargada de adjetivos en sus titulares y amparada en el derecho a la libertad de expresión, agita los discursos de odio en las redes sociales, sin querer pero queriendo. Una cosa es la pasión por el oficio, otra los titulares apasionados. Un titular tendencioso (aquel que lleva escondida una opinión disfrazada de noticia) es un llamado para alebrestar los ánimos de la gente; ese ​pro​s​elitismo encubierto con periodismo convierte al medio en panfleto. Hay quienes creen que la revista se volvió eso. Pregunto: ¿Botaron la ética a la basura y se quedaron con el aviso? ¿Sería exagerado decir que Semana es para los colombianos lo que The Sun para los ingleses: un medio sensacionalista, que no sensacional?

El periodismo colombiano se jodió cuando los periodistas se convirtieron en jueces. Juzgan a sus entrevistados, ya solo les falta condenar e imponer al aire las respectivas penas. Al célebre periodista Truman Capote le preguntaron por qué le resultaba fácil entablar tan buenas relaciones con los asesinos, a lo que él respondió “porque inmediatamente se dan cuenta de que no voy a formarme ningún juicio acerca de ellos. Como persona, yo no opino respecto al hecho de que hayan cometido un asesinato o cualquier otro delito. No me formo ninguna opinión sobre ellos”. (Del libro “Conversaciones íntimas con Truman Capote, página 124, Anagrama). Los prejuicios le están haciendo un daño enorme al periodismo colombiano.

Por otro lado, los periodistas están confundiendo veracidad con voracidad. El periodismo no debe ser voraz, porque no lucha contra enemigos ni está para cazar peleas, no es el Clark Kent que se pone la capa para salvar al mundo. Mala cosa si la ​ kriptonita está en manos de los propios periodistas. El periodismo debe ser veraz, nunca voraz.

En días pasados, Semana anunció su retiro de Comscore (firma que mide audiencias en el universo de los medios digitales); según la publicación, se retiran “a pesar de ocupar el primer lugar del ‘ranking’ durante 16 meses consecutivos entre 2022 y 2023” y porque “esta casa editorial considera que hoy ya existen mejores herramientas para medir el alcance de los contenidos digitales, las interacciones y su impacto”.

Quisiera creerles, pero ya no es secreto que detrás hay una pérdida de credibilidad que se traduce en pérdida de audiencia y liderazgo. La columnista Marta Peirano escribió lo siguiente en El País de España: “El día que contrataron su primer optimizador de buscadores (SEO, por sus siglas en inglés), los medios empezaron a trabajar para Google, en lugar de escribir para el lector. Cambiaron audiencia por tráfico, hinchando artificialmente las visitas gracias a la red social”. ¿Será que Comscore les explotó en la cara?

Eso indica, en justicia, que Semana no es la única víctima del embate de las redes sociales. ​P​ero ​aclaremos ​algo: Que un medio sea ​”el más leído​” no significa que sea el mejor calificado. El Espacio se vendió como pan caliente en las calles en una época.  En medio del desprestigio que vive este noble oficio, se necesitan estudios que certifiquen cuáles medios ​son dignos de nuestra confianza. ¡Cuántas sorpresitas se llevarían los anunciantes! Es una pregunta retórica.

Hago un paréntesis para preguntarle, don Felipe, si en sus manos la revista habría puesto en portada, al expresidente Álvaro Uribe luego de que, por tercera vez, la justicia negó archivar su proceso por soborno a testigos o, a lo mejor, se hubiera decidido por poner en carátula las pesquisas que antropólogos forenses realizaron en Norte Santander para determinar si los paramilitares convirtieron trapiches en hornos crematorios para desaparecer a sus víctimas, como resultado de la confesión  de Mancuso ante la JEP. ¡Shhh! Fueron las dos noticias más importantes en una misma semana.

Todos estamos de acuerdo en que la prensa está para incomodar al poder. Y ese poder son también los que gobernaron ayer, y a quienes hoy la justicia les pide cuentas.

Diré lo siguiente pensando en aquellos lectores menores de 35 años: En Colombia, el caso emblemático de una prensa incómoda se llamaba Guillermo Cano, ​e​l hombre que  se enfrentó a los carteles de la droga sin más arma que su pluma, de cuyo poder nos quedaron unos contundentes editoriales y la columna Libreta de apuntes, legado que debería ser referente en las facultades de periodismo.

Fue una lucha solitaria que le costó la vida. La misma prensa que lo dejó solo, luego de un Día de Silencio, rodeó su féretro.  No sé hasta qué punto su sacrificio fue en vano. ​Este 9 de febrero, el Estado admitirá su responsabilidad en el magnicidio: lo mínimo que podemos hacer es honrar su memoria expresando a la familia Cano el perdón sincero de todo un país.

Con el Premio Mundial de la Libertad de Prensa “Guillermo Cano”, la  UNESCO ​nos recuerda año tras año la gallardía de quien antes desafió al poderoso grupo Grancolombiano, otro hito en la historia del periodismo nacional: En un editorial titulado “La tenaza económica” (4 de abril de 1982), don Guillermo escribió lo siguiente: “…No vendemos, no hipotecamos, no cedemos nuestra conciencia ni nuestra dignidad a cambio de un puñado de billetes. Eso no está dentro de nuestros presupuestos”.

Se lo dijo clarito al Grupo Grancolombiano que dejó de publicar avisos en el periódico El Espectador cuando éste denunció que los directivos hacían fiesta con los recursos de los ahorradores mediante fondos de inversión y autopréstamos.

El diario demostró entonces el poder de la prensa para encontrar la podredumbre debajo del tapete: el empresario Jaime Michelsen Uribe fue a prisión, en tanto que el Grupo se hizo polvo como la plata de los ahorradores. Podemos decir, con cierta razón, que en periodismo todo tiempo pasado fue mejor. Si viviera, don Guillermo Cano ​v​ería con horror​ al periodismo ​colombiano, con contadas excepciones,  ​convertido en una caricatura, ni la sombra de lo que fue.

Hoy más que nunca, cuando se llega otro Día del Periodista (9 de febrero) en que el CPB repartirá sus premios a quienes sacan la cara por el oficio, los periodistas tenemos la obligación de hacer que la noticia sea la verdad o, dicho de otra manera, que las noticias sean ciertas, como lo sugiere la periodista de ficción Lale Kiram, en la serie turca Cómo vuela el cuervo.

Para concluir esta diatriba  tan larga, mi señor, en un artículo de 2021 La Silla Vacía nos recordó que, bajo su dirección “…para bien o para mal, Semana ha sido una fuente decisiva para formar la opinión calificada y es un claro referente de interpretación para las élites sobre lo que sucedes en el país”.

¿Cierto que ya no, don Felipe?

 

 

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