Al extender el horario de rumba hasta las 5:00 de la mañana, se podrían ampliar también los problemas de inseguridad de la ciudad. ¿Qué necesidad? Bogotá necesita orden, no más relajo.
Al extender el horario de rumba hasta las 5:00 de la mañana, se podrían ampliar también los problemas de inseguridad de la ciudad. ¿Qué necesidad? Bogotá necesita orden, no más relajo.

Theatron es uno de los iconos de la rumba bogotana. Foto: Theatron.co
Esta alcaldía resultó peor que un guayabo. Y pensar que faltan dos años para pasar este trago amargo.
Cuando las encuestas no favorecen, los alcaldes y sus asesores siempre tienen un plan B para que su imagen suba, literalmente, como la espuma (de cerveza). Titula El Espectador: “Alcaldía de Bogotá ampliaría el horario de rumba: ahora irá hasta las 5:00 a.m.”, con el argumento de frenar las fiestas ilegales.
Es decir, a la hora en que una parte de la ciudad madruga a ponerse overol y delantal —esa población a la que el sueldo no alcanza para incluir la diversión en la canasta familiar—, otra parte estará ebria y atajando pollos con los primero rayos de sol… o las primeras gotas de lluvia; nunca se sabe, porque el clima de la ciudad es tan impredecible como el burgomaestre.
Suspendió el racionamiento, a pesar de los embalses no estar todavía a tope, ni siquiera con los diluvios de estos días. Pero nos querrá embriagados –y a otros enviagrados y moteliando– para así no tener que pensar ni chistar sobre los problemas reales de la ciudad.
Ampliar la rumba no es una buena idea. Todo lo contrario, me parece una medida peligrosa teniendo en cuenta los graves problemas de criminalidad que afronta la capital, que dentro de poco estará 2.600 metros más cerca viendo estrellas, por las lagunas mentales que traerán las borracheras prolongadas.
Extender el horario de la rumba, bajo la premisa, por ejemplo, de que habrá más empleo y dinamismo de la economía capitalina, también equivale a aumentar el horario de trabajo a los ladrones, a quienes viven del microtráfico y a todos aquellos malhechores que se lucran en complicidad con la Bogotá noctámbula.
Con formalizar la rumba hasta las 5:00 de la mañana vía decreto, no se van a acabar los amanecederos, como ingenuamente cree el alcalde; esos sitios clandestinos existen desde siempre y sobre ellos nunca ha habido control efectivo por parte de las autoridades. En ese mundo subrepticio no todo es rumba sana. De alguna manera, se les legaliza en vez de desmantelarlos, que es lo que toca, en lugar de darles la razón.
Preocupa que no hay un proyecto de ciudad para estos cuatros años que corren, salvo el afán de inaugurar el metro elevado de Bogotá, como si fuera la panacea, cura milagrosa para todos los males, aunque ahora entiendo que se hizo elevado porque hay que mostrarlo para ganar réditos políticos en el futuro.
Se improvisa sobre la marcha y al son que toquen las encuestas. Cuando el señor alcalde quiere desviar la atención, entonces caza peleas con el señor presidente, y Juan Pueblo, como pelota de tenis, toma partido por el uno o por el otro, olvidando que lo que pasa o no pasa en la ciudad también es culpa es de nosotros los ciudadanos, que pudiendo hacer uso de los mecanismos de participación para protestar, preferimos ahorrarnos la fatiga, como Jaimito, el cartero. Y mientras tanto, la prensa se muestra más complaciente con el alcalde que con el presidente.
Repito como loro lo que escribí en 2023: “La gente es fea por su mal comportamiento, su falta de empatía y civilidad (ese sentimiento fraterno que nace de mi hacia el otro y nos permite cambiar el entorno). Se necesita una cátedra urgente de bogotanismo en barrios y colegios. (…) Bogotá carece de amor propio y eso explica tantos males. Antanas Mockus, bogotano con sangre lituana, entendía nuestro desequilibrio colectivo pero rechazamos su cura. (…) el turista valora más la ciudad que los propios lugareños”.
Sin civilidad no hay convivencia, y sin convivencia no hay solidaridad: Una ciudad desfraternizada se convierte en la ciudad del “¡sálvese quien pueda!”. Y así estamos: cada cual cuidándose como puede.
Aun así, el alcalde se empecina en patrocinar el relajo con horario de rumba extendido, incentivando de paso que se abran nuevos negocios de estos donde hoy no los hay. Es decir, la diversión nocturna –con amanecida incluida- y los excesos que se derivan de aquella-, tienen mayor prioridad en la agenda oficial que la propia seguridad ciudadana. Por excesos me refiero también al ruido, ese factor de contaminación ambiental que se suma a la contaminación lumínica, en contra de la recién aprobada “ley del ruido”, (Ley 2450 de 2025).
Sí, yo también tuve 20 años y un corazón vagabundo, pero no tenía problema en rumbear hasta la 3:00 de la mañana, incluso hasta la 1:00 a.m., cuando nos adaptamos a la ley zanahoria del alcalde Mockus; ah, si mal no recuerdo, en pandemia los borrachitos se iban a dormir a las 11:00 de la noche. Y aquí estamos: quizás con menos licor en el hígado y menos aspirinas en la cabeza.
Pero es entendible que el alcalde quiera imponer una medida populista, pues así se echa al bolsillo, por decirlo coloquialmente, a la industria del entretenimiento nocturno; es decir, a un sector amplísimo de la población y el comercio: gastrobares, hoteles y moteles, taxistas y, obviamente, a los rumberos, los propios y extraños, que aquí encuentran una variadísima oferta para pasarla very nice.
Los problemas de Bogotá no son pocos –en una entrada anterior del blog me referí a varios de ellos- e igual diagnóstico hizo Cristina Nicholls Ocampo, a través de una columna que tituló “Bogotá en crisis”: “No hay una cuadra de Bogotá que no esté adornada por desechos de todo tipo, ni hablar de las inundaciones por el taponamiento de las alcantarillas”.
Pero al parecer, las preocupaciones de la Alcaldía Mayor son otras. Parece ser que el alcalde y quienes le hablan al oído están más angustiados con las decisiones que tome su hermano, Juan Manuel, hoy precandidato a presidente de la República. Lo dice La Silla Vacía, no yo: “… en Bogotá, donde su hermano Carlos Fernando Galán es el alcalde, la aspiración es vista como inconveniente. (…) No nos parece conveniente que sea candidato. Como tampoco es conveniente que sea precandidato y director del partido al mismo tiempo”, dice una fuente de la Alcaldía de Bogotá a condición de no ser citada. El mensaje es repetido por otras tres fuentes de alto nivel cercanas al alcalde. Carlos Fernando Galán le dijo a La Silla que no puede pronunciarse por la prohibición de participar en política de funcionarios electos”.
No se pronuncia él pero sí sus funcionarios. ¿Cómo se llama eso?
Ese portal político reproduce también una declaración de cuando todavía Carlos Fernando Galán no era alcalde: “No sería fácil en términos de opinión. Si él toma esa decisión, la gente vigilará al centímetro lo que hace la Alcaldía, y con razón, para garantizar que esta no se ponga al servicio de nadie”, dijo.
Por ahora necesitamos con urgencia que el alcalde se ponga al servicio de Bogotá, que para eso le dieron el puesto. Los medios deberían ser menos complacientes y los ciudadanos más exigentes. Porque mientras la ciudad se derrumba, el alcalde promueve la rumba, parodiando el famoso grafiti. ¿Qué necesidad de crearnos más problemas?
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