Bogotá está en pleno festival (de popó) de canes, y no hablemos ya de otros excrementos. En la ciudad hay un problema serio de excretas —y no precisamente por esa gente que habla mucha shit—, lo que agrava la contaminación y es una amenaza para la salud pública.
El que quiere al perro, quiere su caca y la recoge.
Bogotá está hoy en manos del hampa y del popó de perros. Pero, de una vez aclaro, no tengo nada en contra de los animales para que los animalistas no se vayan a quejar. Mi rabia tiene que ver con los otros animales, los de dos patas.
En mis tiempos a la gente mala gente le decían: “¡Usted es una caca!”. Eso son hoy muchos ciudadanos con la ciudad y con sus mascotas. Felices paseando con sus perros y muchos —porque los he visto— haciéndose los desentendidos a la hora recoger sus inmundicias. Disimulan que hablan por celular. Viéndolos desde la ventana, me pregunto: ¿así son en sus casas… o peor?
Miran hacia todas partes, haciéndose los locos, como si buscaran pispirispis en el ambiente –no sé qué es eso, pues tampoco los he visto- y cuando ven que nadie los observa… ¡saz! Huyen de la escena dejando la plasta como prueba del crimen.
Porque no recoger el excremento es un crimen penalizado con multa económica (alrededor 170 mil pesos, más cinco fines de semana de trabajo comunitario), no con cárcel (por ahora). Es lo que establece el Código Nacional de Policía y Convivencia en su artículo 124.
¿Hay sobrepoblación animal en Bogotá, además de la humana?
Señor alcalde Galán: ¿A qué organismo de la Alcaldía le podemos preguntar cuántas toneladas de excremento de perros se producen a la semana o al mes en la capital? Otra duda: ¿Hay más perros que humanos en la ciudad? Pareciera que sí. Por donde vivo hay gente con tres, cuatro ¡y hasta cinco mascotas en apartamentos de menos de menos de 60 metros! ¡Dios mío: comparo eso con el hacinamiento carcelario ¿Hay sobrepoblación animal en Bogotá, además de la humana?
Por donde pase, señor alcalde, hay caca de perro. Dese una vueltecita y verá. Aquí abro paréntesis: Noto muy ansioso al burgomaestre por ser él quien estrene el metro de Bogotá y se tome la primera foto (en las cuentas alegres, la fecha es el 14 de marzo de 2028, lo que significa que no será él quien lo estrene (de ahí la importancia del autobombo mediático que vemos por estos días hasta en la sopa), distrayendo la atención sobre problemas urgentes que tiene la ciudad, como el del popó, por ejemplo.
Deposiciones en el parque, en la acera, en las áreas verdes, incluso en las zonas comunes de edificios y conjuntos residenciales. Nadie se compadece de las señoras del aseo que deben lidiar con la caca ajena. Ya no se puede ir a un parque porque están minados. Es un peligro echarse sobre el pasto con la novia, porque se corre el riesgo de quedar vuelto miércoles un domingo. En las excretas o heces fecales conviven microbios, parásitos y huevos de parásitos causantes de enfermedades, lo que hoy es un problema de salud pública invisibilizado.
En otra época uno mataba el tiempo en los parques porque no había dinero para mejores planes. Ese plan era de los más románticos. No deberíamos permitir que se extinga. ¡Recojan la popó, carajo, no sean caca!
Un artículo de El Espectador (2023), refiriéndose a Nueva York informaba que en la caca de los perros –y supongo que en los orines también- hay bacterias que ingresan a nuestros hogares a través de la suela de los zapatos. Quienes hicieron el estudio recomiendan a la gente dejar los zapatos a la entrada, algo que hicimos en la pandemia, ¿se acuerdan? O podemos convertirnos al budismo que invita a quitarse los zapatos al ingresar a lugares sagrados. Y la casa de uno lo es.
El otro día, mientras veía en Netflix la serie “Maniac” —muy buena por cierto, sobre enfermedades mentales, la recomiendo— me pareció hasta tierno ver, al principio y al final, un robot recogedor de popó. ¿Por qué aquí a nadie se le ha ocurrido la idea para ahorrarles la fatiga a los propietarios de canes? ¡Qué se compren un perro y a la vez un robot! Los podrían adquirir los consejos de administración de la Propiedad Horizontal con cargo al bolsillo de los tenedores de mascotas.
En Medellín ya existe una empresa que convierte esos desechos en abono orgánico. Recolectan e inactivan los patógenos contenidos en los excrementos. “Capturamos 2200 Kg de gas carbono, liberando 63 Kg de oxígeno por tonelada de excremento procesado, ayudando así a la disminución del calentamiento global”, dicen en su página web.
Señores concejales: Hagan algo para poner orden en la ciudad. ¿Qué está haciendo la Alcaldía de Bogotá? ¿Qué tienen que decir las secretarías de Salud y de Medio Ambiente al respecto? ¿Cuál es el papel de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos, UAESP, en esta materia (en esta materia fecal)? ¿Hay alguna competencia del Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal, IDPYBA?
Porque, me cuentan, las peleas entre vecinos han llegado a límites absurdos. “Con mi perro nadie se mete”, gritan algunos justificándose, desentendidos con la indirecta.
Pregunta un vecino afligido en internet: “Si el perro del vecino siempre que lo suelta se caga en la puerta de mi casa, y él la recoge porque yo le digo, pero se repite la situación casi todos los días, ¿Qué se puede hacer?”.
Estamos llegando al punto en que los derechos de los humanos acaban donde empiezan los de las mascotas.
Una amiga me cuenta que en un festival gastronómico, al norte de la ciudad, vio situaciones que le dañaron el fin de semana: perros haciendo sus necesidades al lado de quienes se alimentaban, perros olisqueando mesas, (algo parecido sucede en ciertos restaurantes); niños haciendo fila para usar el rodadero, lo mismo que amos para lanzar a sus perros. Estamos llegando al punto en que los derechos de los humanos acaban donde empiezan los de las mascotas.
Lo que debería ser un plan de disfrute y esparcimiento en familia termina convertido en pelotera de vecindario. “Tenemos inteligencia artificial, pero no inteligencia ciudadana. Tenemos normas de convivencia pero no sabemos convivir”, me dice ella, atrapada en su indignación.
No sé si gente energúmena envenene perritos hoy para vengarse de los malos vecinos. Recuerdo que eso ocurría en el barrio de mi infancia. A Lassie, que era un alma de Dios, chiquitita ella, la loca de la cuadra le echó algo en una comida. Otro crimen impune.
Sale este titular en la prensa: “Estudiante de Bogotá podrán prestar su servicio social ayudando animales”. Ojalá no pongan a esos muchachos a recoger la caca de los perritos a cambio de una nota. Que la ayuda consista en educar a los amos.
Tener un perrito me parecía encantador cuando era niño y ahora me parece un encarte porque, me confieso, no tengo paciencia, ni tiempo para cuidarlos. Comprar o adoptar uno para someterlo al estrés del encierro me parece inhumano.
Además, los ladridos son otro lío por contaminación auditiva en horas impropias, con afectación de la tranquilidad y el sueño ajenos. A la hora de mis lecturas, hay concierto perruno, mezclado con lamentaciones, y todo lo que puedo hacer es preguntarme qué estoy pagando.
Los perritos no tienen la culpa. Son inocentes de cualquier cosa que se les acuse. Yo los absuelvo de todo pecado pero no me pongan a cuidar uno. Los animales son los otros, ya lo dije. Con un chasquido de dedos el perrito o el minino entienden.
Las personas, en cambio, necesitan un policía ahí, encima a toda hora, porque el sentido común no les alcanza para actuar debidamente. Es cuestión de civilidad, lógica e higiene, todo lo cual forma parte de habitar con otros un mismo territorio.
Pero este es el mundo al revés y por eso mismo en Alcázares (localidad de Barrios Unidos), pusieron este aviso: “¡Señor perro: eduque a su amo!”.
Alexander Velásquez
Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha escrito para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana (la antigua); El Tiempo y Kienyke. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Autor de la novela “La mujer que debía morir el sábado por la tarde”. El nombre de este blog, Cura de reposo, se me ocurrió leyendo “La montaña mágica”, esa gran novela de Thomas Mann.
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