Plaza Mayor de la Nueva Granada. Fuente: Joaquín Piñeros Corpas. Acuarelas de Mark- Colombia 1843-1856 (Bogotá: Banco de la República y Biblioteca Luis Ángel Arango, 1992). Tomada del libro: “Bogotá asediada siglo XIX”.

Esta tierra, mi suelo sin consuelo, estuvo anegada de sangre y lágrimas durante todo el siglo XIX, pero aquellos santafereños fueron gente corajuda que me defendieron y se defendieron de quienes nos atacaron con violencia, aunque también hubo un odio encarnizado entre semejantes, tan dispuestos a matarse entre sí. Para cuando amaneció el siglo XX, ya tenía encima tres guerras civiles, un golpe de Estado y menos de cien mil habitantes.

Con decirles que el general Simón Bolívar fue enemigo antes que amigo; entonces me llamaban Santafé y era la capital del Nuevo Reino de Granada. Este reino se componía de 15 provincias: Tunja, Socorro, Pamplona, Santa Marta, Cartagena, Riohacha, Panamá, Veraguas, Chocó, Antioquia, Popayán, Mariquita, Neiva, Casanare y, por supuesto, Santafé, pero desde finales de 1819 quedé Bogotá a secas.

Era una aldea tan pequeña que mis 260 hectáreas se podían recorrer a pie en apenas media hora; las gentes vivían en condiciones miserables. Había corrupción y donde hay corrupción, ya saben: hay atraso. Para el 20 de julio de 1810 tenía 23.956 habitantes y unos 40 mil a mediados de dicho siglo.

Carlos Roberto Pombo, autor de “Bogotá asediada siglo XIX” y presidente de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá.

Al principio de su libro “Bogotá asediada siglo XIX”, Carlos Roberto Pombo Urdaneta me pinta como una villa más bien lúgubre, triste, “cuya vida transcurría lentamente en torno a las iglesias y conventos construidos a lo largo de los doscientos años de Colonia”. Los desechos humanos y las aguas sucias corrían por callejuelas estrechas, y el agua, proveniente de los ríos San Francisco y San Agustín, se recogía en las fuentes de las pocas plazas que existían.

Las pilas eran verdaderos hitos urbanos: ellas no sólo prestaban el servicio de agua, sino que convertían el espacio de la plaza en centro inevitable de reunión diaria. Decenas de aguateras y sirvientes se congregaban alrededor de ellas todos los días, comentaban los últimos sucesos de la villa y los avatares de las familias para las que trabajaban o vendían el agua”.

Sin embargo, aquellos aldeanos, hombres y mujeres, se armaron de valor (y de armas en algunos casos) para defenderme y defenderse, aunque no siempre con éxito, de quienes quisieron someternos a la fuerza.

Les decía que Bolívar fue enemigo porque en 1815 se ensañó contra nosotros y hasta las mujeres juntaron machetes y cuchillos para responder. Cuenta el doctor Pombo Urdaneta que Bolívar “entró por el sur y ocupó el barrio Santa Bárbara tras un feroz ataque, casa por casa (…) dejando a los defensores sin agua ni alimentos”. Con autorización suya, las tropas me saquearon durante dos días, en los que hubo más asesinatos y violación de mujeres.  

Pero luego, el 10 de agosto de 1819, el mismo Bolívar hizo historia: entró triunfal tras derrotar con Santander al ejército español en las batallas de Boyacá.

—“Llorando de alegría, las mujeres se echaban a sus pies”.

En el costado sur de la Plaza Mayor (hoy mi Plaza de Bolívar) fusilaron a treinta y ocho españoles.

“… el suplicio fue cruel pues a los condenados se les llevó al banquillo en grupos de a cuatro, de manera que los últimos tuvieron que ver nueve veces la escena de la partida, antes de partir ellos mismos”.

Antes de Bolívar, un valiente Antonio Nariño con el ejército de dos mil hombres me defendió del ataque del general Antonio Baraya, que traía una tropa superior en mil quinientos hombres. Nariño se salió con la suya en 1813: “colocó los cañones de frente a las bocacalles y cuatro grupos de 300 voluntarios, cada uno sobre las cuatro entradas que daban acceso a San Victorino”.

Cuando visiten la iglesia de San Agustín, agradezcan al Jesús Nazareno, que investido del uniforme e insignias “fue nombrado generalísimo de las tropas defensoras”,

Festejamos aquel triunfo con piquete y bailes en la Plaza Mayor, en tanto que los heridos de ambos bandos recibieron atenciones en el hospital San Juan de Dios.

Por cuenta de las pasiones políticas me bañaron en sangre, lágrimas y desconsuelo.  

Durante la Reconquista, el español Pablo Morillo impuso su Régimen del Terror: instaló de nuevo el Tribunal de la Inquisición y trasladó a estas tierras la Real Audiencia de Cartagena. Al cadalso fueron llevados para su fusilamiento personajes ilustres como Policarpa Salavarrieta, Jorge Tadeo Lozano, Francisco José de Caldas, Antonio Baraya, Camilo Torres y José María Carbonell, entre otros.

“Para hacer más pavorosos estos suplicios, se exhibieron durante nueve días las cabezas de Camilo Torres y Manuel Rodríguez Torices en la alameda La Vieja, donde las descarnaron los gallinazos a la vista de todos”.

¡Qué valiente fue la Pola!  En mis entrañas quedó grabado su gritó de sabiduría: “¡Miserable pueblo! Yo os compadezco: algún día tendréis más dignidad”.

Enrique Santos Molano, historiador.

Si bien mi tranquilidad se vio constantemente amenazada (ya fuera por las desavenencias entre criollos e ibéricos, centralistas y federalistas, militaristas y civilistas, gólgotas y draconianos, mochuelos y alcanfores, liberales y conservadores), también conocí el alma fraterna de quienes me habitaron en aquellos tiempos. El sabio francés Louis Pasteur me llamó “la Atenas Neogranadina”, contado así por el historiador Enrique Santos Molano en el prólogo del libro que les cuento.

Las artes y las tertulias literarias florecieron de la mano de poetas, ensayistas, novelistas, filósofos, cuentistas, dramaturgos, artistas, filólogos y gramáticos.

Se preguntarán cómo pasé de ser una aldea de humildes santafereños a la urbe moderna del siglo XXI donde conviven, y a veces malviven, diez millones de bogotanos y no bogotanos.  

Gonzalo Mallarino, escritor.

En el epílogo, el escritor Gonzalo Mallarino se aventó con una respuesta: “La han lastimado todas las formas posibles de violencia y desesperanza. Pero resiste y continúa empecinada en que todos quepan (…) Bogotá no renuncia a la búsqueda de su espíritu de metrópolis moderna. Su espíritu civil, su civilidad”.

Hasta aquí les resumí una parte del cuento. La historia completa está relatada en 202 páginas con lujo detalles, croquis e imágenes, donde me verán cómo fui antes. La Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá ha publicado esta obra para quienes desconocen mi pasado, que es la historia de santafereños y bogotanos, y cómo entre todos han forjado la ciudad civilizada que soy y lo que falta para que entre ustedes se traten con mayor humanidad.

Clic aquí para descargar la versión digital desde el portal www.construyendocivilidad.com

Fotografías: Cortesía Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá.

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