Para mí, queda claro que detrás de la posible candidatura presidencial de Vicky Dávila está el Grupo Gilinski y nada tendría de raro que esa ansía de (más) poder haya pesado a la hora de comprar la revista Semana.  

Todo indica que le han dado carta blanca a su pupila para aparecer en calidad de oradora en cuanto evento público se le ocurra, como si se tratara de una funcionaria de las altas esferas del poder… sin serlo todavía. Se volvió protagónica hasta en los titulares de la propia revista que dirige y desde esta semana será protagonista de sus propios eventos:

Vicky Dávila lanza fuerte advertencia: “Petro me amenazó por opinar sobre las inversiones forzosas”.

El pecado de Vicky Dávila no es tener aspiraciones presidenciales. Su pecado es haber trasgredido los principios de un oficio noble por naturaleza como es el periodismo.

Con este excesivo y empalagoso culto a su personalidad, me pregunto quién dicta dichos titulares: si la propia Vicky o su jefe inmediato. El pecado de Vicky Dávila no es tener aspiraciones presidenciales. Su pecado es haber trasgredido los principios de un oficio noble por naturaleza como es el periodismo.

Tal nivel de descaro no se había visto en la historia de la prensa colombiana. Me late, pues, que los empresarios compraron un prestigioso letrero, la marca Semana, no para hacer el mejor periodismo posible, sino para usarlo como sombrilla de un suculento apetito, ya no  empresarial: el poder magnificado que otorga hacerse con el primer cargo de la nación, así sea por interpuesta persona, alentados quizás por un Trump gringo, un Noboa ecuatoriano o un Piñera chileno (QEPD). Eso de gobernar en cuerpo ajeno se lo inventaron los políticos colombianos.

¿Toca entonces atajar a Vicky Dávila para atajar al grupo Gilinski, un conglomerado que si bien no sabe de periodismo sí sabe cómo generar riqueza para los suyos? Y ¿Quién podría atajar a la candidata-no candidata?

La deberían atajar los partidos políticos para no quedar pintados en la pared, aunque hay que ver si al final la Derecha se pelea por esa candidatura, pues en política (ese arte convertido en la caricatura de sí mismo) la oportunidad tiene su propio alias: oportunismo.

A Vicky Dávila la suelen emparentar con Álvaro Uribe, no necesariamente con el Uribismo, que en este momento tiene a cuatro de los suyos haciendo fila para que el expresidente los bendiga: María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Paola Holguín y el niño Miguel Uribe. Eso sí, cualquier precandidato, sea de la Derecha o de la Izquierda, deberá cuidarse de lo que le confié a la Vicky periodista, porque de paso le estará desnudando el alma a un posible enemigo político, una hábil contendora que en su doble rol podría adivinarles el lado flaco para aventajarlos.

La deberían atajar los demás medios de comunicación. El periodismo, como el cuarto poder que dice ser, debería sentar un precedente.  Alienta saber que ciertos medios dejaron de hacerle el juego a Dávila, no replicando sus informes o encuestas. Quizás no vean como su competencia a una revista que usa el contenido para hacer proselitismo encubierto. 

No cubrir lo que haga o diga Vicky Dávila desde Semana, y dudar de los “escándalos” en portada -que, por lo general, terminan en nada-, es una forma de mostrar respeto por quienes ejercen el oficio con las uñas y a quimba limpia, sin más músculo financiero que el que provee una suscripción o el aporte voluntario de los lectores.

Puede ocurrir también -y con seguridad ocurrirá- que algunos medios tomen partido por el candidato de su preferencia para contener a los Gilinski y a su candidata, en lo que podría ser una “guerra” inédita entre cacaos, lo que haría más entretenida y novelesca la campaña del 2026. De hecho, periodistas de peso, como Gustavo Gómez, director 6:00 A.M Hoy por Hoy, de Caracol Radio, (perteneciente al Grupo Prisa), ya están dando señales de simpatías políticas en las redes sociales:

La periodista Claudia Morales respondió a ese trino con una pregunta que me parece válida para todos los directores de medios: “Gus, con tu trino se da por hecho que Vicky ya es candidata. Sería muy interesante, entonces, pensar qué harán los medios para cubrir lo que ella hace: ¿lo harán como colega periodista o como política?”. Es decir, añado yo, ¿Cuál será la garantía de imparcialidad y transparencia en el manejo de la información?

Pero sigamos con el tema de los atajadores…

La deberían atajar los otros conglomerados económicos, pues con los Gilinski manejando los hilos del poder, tendrían, no un competidor, sino un supra-rival.  

La deberían atajar las otras posibles candidatas, (agréguense a la lista Claudia López, María José Pizarro, incluso Francia Márquez), a quienes Vicky ya dejó tiradas en la línea de partida, aunque eso no signifique nada por ahora.  

Y la deberían atajar las organizaciones periodísticas, tipo CPB (Círculo de Periodistas de Bogotá) o la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa), que, en teoría, están llamadas a salvaguardar los valores del que era el oficio más bello del mundo. Si Gabo resucitara, se volvería a morir de tristeza viendo que hace rato se cruzó la línea de lo ético. La crema y nata del periodismo ha sido incapaz de leer correctamente el momento político o simplemente mira hacia el techo ante el manoseo evidente de un medio como Semana, que no es el único caso para lamentarse.  

Abro un paréntesis: con el fin de promover un periodismo responsable, el presidente Petro y la FLIP discutieron esta semana “la necesidad de crear un órgano de la sociedad civil que actúe como instancia ética a la que pueda acudir cualquier ciudadano, incluidos funcionarios”.  En otros países están pasando cosas. Mientras que en Francia le quitaron beneficios fiscales al sitio web France-Soir por publicar noticias falsas, en Alemania cancelaron la revista Compact por difundir mensajes de odio desde la extrema derecha.

Pero quién más debería atajar a Vicky Dávila es el presidente de la República, Gustavo Petro, ignorándola, no cayendo en ataques personales, para no dispararla como rival de la Izquierda y la figura “que nos salvará del comunismo“, de la misma manera que ahora Donald Trump, perdido en las encuestas, quiere salvar a los gringos de la “comunista” Kamala Harris. Seguirle el juego a Vicky Dávila en las redes sociales es permitirle victimizarse. Recuerden el auto-titular: “Petro me amenazó por opinar sobre las inversiones forzosas”.

¿Es Semana una revista o un panfleto político?

El otro día caminaba por la Carrera 11 de Bogotá y me preguntaba cuánto tiempo falta para que aquel elegante edificio, donde funciona la sala de redacción de Semana, sea adaptado como sede de campaña, si es que ya no funciona como tal.  

Dávila trinó lo siguiente: “El 28 de agosto, empieza Vicky en Semana por Colombia. La primera ciudad será Medellín. Recorreré más de 30 ciudades y regiones en los próximos meses para entender mejor sus desafíos y retos, y ayudar a visibilizar sus logros. Lo importante es estar en la calle con los colombianos, y tener la oportunidad y el privilegio de escucharlos. Solo así se logra conectar con los ciudadanos”.

El armadillo, un medio de comunicación independiente, pruebas en mano hizo un análisis del contenido político (que no periodístico) detrás de aquel trino, y lo que uno puede inferir, luego de leer el informe del portal, es que presuntamente Vicky Dávila está utilizando, con la venía o no de su jefe, la marca Foros Semana,  y por ende la misma revista, como plataforma de campaña, en tanto que los patrocinadores de los anunciados eventos, (entidades públicas que manejan recursos de los contribuyentes), estarían siendo usados para tal fin, con su aprobación consciente o no, al aportar dineros por la vía de los patrocinios.

¿Acaso Vicky tiene una agenda propia, distinta a la de directora? ¿Por qué razón los Gilinski no le han pedido que salga de la dirección de la revista?

Una teoría: Porque saben que una Vicky candidata solo se sostiene como tal con el mucho o poco poder que acumule siendo directora de un medio; sin ese paraguas sería una candidata más del montón de candidatos. Así que, se me ocurre, están retrasando ese paso para afianzar una posible candidatura, inflar el globo hasta donde más se pueda a punta de nuevas auto-encuestas, conforme avance su gira por Colombia, de la misma forma que, con o sin encuestas, agrandaron las candidaturas de Fico Gutiérrez primero y la de Rodolfo Hernández después, con tal de atajar, sin éxito, a Gustavo Petro.  

Sabiendo que a esa candidatura le faltan varios hervores, ¿están haciendo tiempo hasta ver si cuaja el nombre de Dávila para el tarjetón?

Calculadores como son para los negocios, los Gilinski ya deben saber que la fecha límite para inscribir candidatos vencerá en marzo de 2026, así que tiempo les sobra para sostener el “bajo perfil”  de la candidata agazapada. Mientras tanto, podrían estar barajando la lista de sus posibles sucesores en la dirección de la revista, entre quienes fijo se cuentan Salud Hernández, Jairo Lozano, Andrea Nieto, Yesid Lancheros y María Isabel Rueda, no necesariamente en ese orden. O quizás, para sorpresa de todos, opten por alguien con quilates en el oficio y  respeto dentro del medio, capaz de regresar a Semana a sus épocas doradas: una María Jimena Duzán o una Ana Cristina Restrepo, por ejemplo. Póngale la firma, eso no ocurrirá.

Pero seamos francos: una periodista fotogénica (como lo fue Andrés Pastrana en sus años mozos, otro bendecido de las cámaras, director y presentador del noticiero Tv Hoy, donde Dávila fue reportera en 1994), no es garantía de competencia e idoneidad para dirigir los destinos de 50 millones de almas pluri-étnicas y multi-multiculturales.

Atajar a Vicky es recordar la desastrosa presidencia del hijo de Misael Pastrana (el que se robó las elecciones del 71, dando origen al M-19), tan desastrosa que hasta la guerrilla de las FARC se le burló en la cara y lo dejó hablando solo;  como prueba de semejante oso histórico y mundial quedó el nombre de un prestigioso portal político, La Silla Vacía.

¿La outsider?

En política, como todo en la vida, nada es gratuito. Cada línea de lo que alguien escribe tiene un por qué y un para qué. Por eso, hay que leer con beneficio de inventario la columna de María Isabel Rueda (El Tiempo, 11 de agosto de 2024), donde se pregunta si Dávila es “la outsider”.

La señora se derrama en prosa para hablar bellezas de su ex jefa en Semana y uno que es malpensante se pregunta si se retiró de esa publicación para hacerle campaña desde el periódico de don Luis Carlos Sarmiento. Me gusta pensar mal pero odio acertar. ¿Les suena Rueda como la ministra de Comunicaciones de Dávila?

María Isabel empieza su columna advirtiéndonos: “Me siento en la libertad de escribir acerca del prospecto de candidatura electoral de Vicky Dávila, sin ningún complejo o atadura que me obligue a ser amable”, y desde  ese párrafo en adelante se dedica a endiosarla con legítima amabilidad.  

“Sí me vienen descrestando sus intervenciones de claro tinte político y sobre todo, la última de ellas, esta semana en Medellín, en el ‘She is’, foro Latinoamericano, donde improvisadamente, sin ‘teleprompter’ ni papel escrito, habló durante media hora ante 2.000 mujeres que la aplaudieron a rabiar”.

¿Cuál fue la clave? Su capacidad de expresión, su humildad, su sencillez y valentía. No debe ser nada fácil confesar públicamente, sin odios ni resentimientos, que su papá le pegaba a su mamá y que eso marcó duramente su infancia. Que las dificultades económicas de ese hogar de cinco hermanos la obligaron a ayudar siendo vendedora ambulante y cantando en serenatas; que hasta consideró ser monja, pero que su verdadera pasión estaba en el periodismo, a donde por fin llegó”.

Definitivamente, los caminos del Señor sí son inescrutables. Yo digo que si Victoria Eugenia Dávila Hoyos no se volvió monja en su natal Buga fue porque, a lo mejor, alguna vez se soñó lavando la banda presidencial.

Al leer las palabras vendedora, ambulante y monja en el mismo párrafo, me acordé inmediatamente del lustrabotas Lucho Díaz que salió del Concejo de Bogotá con pena y con Gloria, su mujer, y desde esa vez tuve claro que en este país cualquiera, sin mérito o idoneidad, puede llegar lejos, desde concejal a Papa. Por algo somos Macondo, el país de la chiripa, donde algunos cayeron de pie.  

Decir, como dijo ella, que su papá le pagaba a la mamá, no es ninguna novedad en una sociedad machista, con rasgos de misoginia, donde cosas peores suceden para sorpresa de esos auditorios. Si de infancias desgraciadas vamos a hablar, entonces millones en este país merecen la Presidencia de la República.

Por otra parte, María Isabel nos recuerda que en las redes sociales Dávila tiene 3’900.000 seguidores, pero no tuvo tiempo de verificar que uno de sus post en Facebook, el de “Petro me amenazó”,  apenas llegó a los trece mil Me gusta. Son travesuras del algoritmo. Ingenuo es pensar que likes y votos son sinónimos.

Agregó María Isabel. “Su discurso estuvo lleno de reflexiones profundas. “Nada en esta vida puede ser regalado, todo nos cuesta”, dijo”.

Doy fe de que mi abuela, analfabeta ella, también hacía reflexiones así de profundas y añadía que “lo que nos cuesta, hagámoslo fiesta”; lástima que se murió sin ser presidenta.

En los debates y en la plaza pública, Vicky tendrá que demostrar que es más que una mujer veterana con cara bonita a sus 52 años, porque presentar noticias y dirigir una nación no son la misma vaina. Insisto: Esa escuela ya la hicimos con Andrés Pastrana. No sé si Vicky Dávila sea una buena o una mala persona –los subalternos podrán decirlo- pero es claro que una transgresora del periodismo sí es y eso gracioso no es.

Falta ver si los contrincantes le encontrarán su talón de Aquiles…  a lo mejor terminen matriculándola como alguien cercana a la extrema derecha por su admiración hacia figuras como Javier Milei, Donald Trump o Giorgia Meloni (favor remitirse a las portadas de Semana) o como un miembro más del cuestionado clan Gnecco por el simple hecho de estar casada con José Amiro Gnecco… porque en política y periodismo, como en la guerra y el amor, todo se vale en estos tiempos. Eso lo ha enseñado la propia Vicky Dávila desde su revista… perdón, desde la revista de la familia Gilinski.

En consecuencia, las preguntas finales son obvias: ¿Está Colombia preparada para que la gobierne una mujer? Y si la respuesta es sí: ¿Cuál de las mujeres que se cree presidenciable tiene el perrenque para encaramarse en el potro donde ahora está Petro?

Ya veremos si los colombianos escogen a conciencia o dejan su destino en manos de Neptuno retrógrado.

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