“En ninguna ciudad del mundo me he sentido tan forastero como en Bogotá”: Gabo.
De Bogotá se dice que alguna vez fue el pueblo de las tres efes: frío, feo y fétido. Tengo la impresión de que fea ha sido siempre, menos cuando la llamaban Muequetá, Bacatá o La gran laguna de Humboldt. Fea desde antes que yo naciera y desde antes que nacieran mis padres y los de ellos, que, por cierto, ninguno nació acá; la violencia entre rojos y azules los trajo como plumas desorientadas que el viento lleva a cualquier parte. Pero aclaro algo para no herir susceptibilidades: nada más subjetivo que los conceptos de belleza y fealdad. Como dijo El Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Y lo esencial es que soy un orgulloso rolo, mitad boyacense, mitad llanero.
Crecida sin una adecuada planificación, Bogotá es desorden y dejadez en lo urbanístico y en lo arquitectónico. Hay quienes dicen que el desbarajuste comenzó después de El Bogotazo. No soy urbanista ni arquitecto pero lo que mis ojos ven no me agrada. Podría ser mejor, que así lo quería don Karl Brunner. Si Bogotá fuera un cuadro sería el Guernica de Picasso nada más que por sus tristes blancos, negros y grises. El norte en general es más agraciado que el sur, pero sin el glamour de las grandes metrópolis del tercer mundo, digamos una Buenos Aires, un Santiago o el DF mexicano.
Quien diga que Bogotá es candidez y dulzura, sólo conoce de la 72 para allá -a lo sumo desde la 26- pero desconoce El Amparo, Patio Bonito o el Palo del Ahorcado, allá, en los márgenes, donde los tugurios crecen como la maleza, allá donde la policía no arrima y los taxistas menos… No sé qué término es peor: si marginales o barrios subnormales.
En unos sectores hay más feúra que en otros, como si la hubieran hecho de afán y siguiera a medio hacer. Cada alcalde hace lo que se le da la gana y, de remiendo en remiendo, la volvieron una colcha de retazos. “Fea sí… pero el amor es ciego”, dice mi amiga Gina Martínez, que la defiende a capa y espada. “Sólo nos faltan las cuatro estaciones pero no las del Transmilenio”.
Tal vez no hay Bogotá fea sino mal arreglada. O difícil de ver. Como esas señoras desaliñadas que salen a la esquina en rulos, chanclas y piyama; o esos señores barrigones y descamisados con un palillo en la boca un domingo cualquiera. Ni siquiera el mapa de nuestra ciudad es bonito, ¿a qué se les parece? No sé, ¿quizás tiene la forma de un hígado?
Antonio Caballero fue más tenaz en sus apreciaciones. “¿No podía hacer Dios un mundo donde no existiera Bogotá? (…) Había olvidado como es la gente de fea y numerosa. El mundo es como es”, escribió en Sin remedio, su única novela, tan vigente después de cuarenta y tantos años.
La gente es fea por su mal comportamiento, su falta de empatía y civilidad (ese sentimiento fraterno que nace de mi hacia el otro y nos permite cambiar el entorno), porque nadie sabe dónde queda este lugar o el otro. Se necesita una cátedra urgente de bogotanismo en barrios y colegios. En la ciudad de todos, al forastero lo tratan con cierto desdén los otros forasteros (menos al extranjero). En un descuido lo envían a uno para donde no es; de direcciones nada sabemos, de su historia menos. Bogotá carece de amor propio y eso explica tantos males. Antanas Mockus, bogotano con sangre lituana, entendía nuestro desequilibrio colectivo pero rechazamos su cura. Es un hecho incontrovertible que el turista valora más la ciudad que los propios lugareños.
- “Bogotá, ciudad flamen entregada al culto de un dios desconocido. Bogotá, ciudad nictálope envenenada de sombras y tinieblas que convierten cada casa en un burdel, cada parque en un cementerio, cada ciudadano en un cadáver aferrado a la vida con desesperación. Bogotá, clítoris monstruoso que te desangras en las bienaventuranzas de tu extraño y promiscuo delirio. Bogotá, ciudad de vesánicos y mendigos destruidos por las caricias de un suplicio terebrante, horda de despojos humanos que son la promesa de una hecatombe. Bogotá, rostro de la infamia. Bogotá, sin escritores que te busquen y te inventen. Bogotá: yo tampoco puedo hacer nada por ti”. (La ciudad de los umbrales, Mario Mendoza).
Yo no he visto jamás el cielo completamente azul ni las noches enteramente estrelladas. Siempre veo nubes y desde niño me pongo a buscarles formas. ¿Es la contaminación o la hipermetropía mía? Estrellados nosotros: poco solidarios, cero compasivos, indiferentes con el habitante de las intemperies. Eso sí, con el costo de vida 2600 metros más cerca de las estrellas, ¡ala, carachas!
Tal debió ser el impacto de Gabriel García Márquez para escribir lo que escribió en sus memorias:
“Bogotá era entonces una ciudad remota y lúgubre donde estaba cayendo una llovizna insomne desde principios del siglo XVI. Me llamó la atención que había en la calle demasiados hombres de prisa… de paños negros y sombreros duros. En cambio no se veía ni una mujer de consolación, cuya entrada estaba prohibida en los cafés sombríos (…) En los tranvías y orinales públicos había un letrero triste: ´Si no le temes a Dios, témele a la sifilis´”. A propósito, a comienzos del siglo XX había más asilos (10) que hospitales (4), e innumerables chicherías.
Bogotá ha cambiado. Es una criatura bipolar: palos de sol seguidos por palos de lluvia, a veces con el cielo cayéndose en granizadas; ni que hablar de las inundaciones. Un día de estos va a nevar. Las solteronas aguardan la promesa del día que lloverá maridos. Hay empate técnico y aun así muchos se quejan de soledad: 4,12 millones de mujeres contra 3,79 millones de hombres, según el DANE.
El himno oficial necesita una actualizadita. No sabía, por ejemplo, que en 2024 cumplirá 50 años y que su letra la escribió un poeta boyacense y su música un compositor antioqueño. Muy raro eso, ¿no? La primera estrofa dice: “Tres guerreros abrieron tus ojos / a una espada, a una cruz, y a un pendón / desde entonces no hay miedo en tus lindes /ni codicia en tu gran corazón”. (bis)”. Dizque los tres guerreros fueron Jiménez de Quesada, Sebastián de Belalcázar y Nicolás de Federman.
Al contrario de esa letra, estamos llenos de miedo y de codicia. El uno producto de la inseguridad y la otra promotora de las inequidades. Le tememos al Tren de Aragua, la megabanda criminal venezolana que lleva ocho años entre nosotros. Se adueñaron del microtráfico y eliminaron a otros malandros. Se habla de casas de pique donde pican personas, como pican gallinas en los piqueteaderos. Causan pavor las historias de los embolsados que antes fueron desmembrados. Dicen que van casi 80 desde 2019; algunos de esos cadáveres flotaron en el río Bogotá.
En Sin remedio, Caballero les echó su pulla a los codiciosos:
“No cantaré del norte las bellezas
pues la belleza injusta es vil patraña:
el lujo, la opulencia, la riqueza
pueden cegar pero jamás engañan.
Voy a cantar al sur y su pobreza
sus trucos, y sus artes, y sus mañas
el sur de los sufridos bogotanos
que tienen muchos pies, y muchas manos”.
Hay desigualdad hasta en la manera cómo se reparten geográficamente las inmundicias, porque los rellenos sanitarios siempre quedan al lado de las casas de los pobres, a quienes les toca convivir sin chistar con la basura de todos. Sepan: los olores pútridos de cuando colapsó Doña Juana en 1997, extendiendo su pestilencia por 900 barrios, no fueron percibidos adonde están las santas: Santa Ana y Santa Bárbara. Aquellas señoras ni deben saber que el río Tunjuelo o las curtiembres de San Benito huelen a pescado, sobras y desechos industriales.
En esta ciudad el que nace rico muere rico y el que nace pobre muere pobre, a menos de que se gane la lotería o se apropie de lo ajeno, como hizo don Gonzalo Jiménez de Quesada, el flamante fundador, que de todas maneras murió arruinado, enfermo de lepra, en Mariquita, de 80 años. “Aunque ordenó en su testamento que se rezaran misas por su alma pecadora, no dejó con qué pagarlas”, relata Caballero en otro de sus libros: “Historia de Colombia y sus oligarquías”.
A Caballero le dolía la miseria del sur, y se las quiso mostrar a los del norte, adónde él pertenecía, porque era un burgués con espíritu proletario, ¿o al revés?
“Y esas barriadas escalonadas de casuchas, al sur, también prohibidas, y perseguidas duramente por el acueducto y por la policía, son barriadas fantasmas… (…) Las llagas amarillas que devoran los cerros, donde antes hubo encenillos y arrayanes, y robles y cerezos, cedros y borracheros y altas palmas de cera, se llaman areneras, receberas, chircales”.
Recordé el diálogo de una vieja caricatura española donde hablaban dos urbanistas:
—Mira, derribaremos todos estos hermosos pinos y construiremos imponentes edificios.
—Magnífico, —respondió el otro: Lo llamaremos El Pinar.
Pasó lo mismo y sigue pasando en ésta, la ciudad de los ilustres José Asunción Silva, Rafael Pombo y José María Vargas Vila. Amputaron humedales para levantar moles con ascensores donde viajan algunos salvajes que no se saludan entre sí; cunden los apartamentos-alcancías donde perros gigantes conviven con humanos y estos últimos van con sus amos dentro del ascensor, y los demás residentes por las escaleras ladrando de rabia porque el mundo se volvió al revés. A eso le llamamos la modernidad, y de modernidad se sigue llenando la urbe con sus dinosaurios de cemento, algunos auténticos adefesios.
Al crecer la ciudad, no solo dejó de ser pueblerina sino que perdió su inocencia para vivir de las apariencias.
“En Bogotá existía la costumbre de la ´penitencia´, la invitación que se le hacía al visitante para compartir el almuerzo o la cena con la esperanza de que no aceptara, muchas veces como forma de ocultar la avaricia o la pobreza”, se lee en el libro “Historia de la vida privada en Colombia”. Ya no es cierto eso de que “más vale llegar a tiempo que ser invitado”. Llegue usted a tiempo, temprano o tarde, igual corre el riesgo de que ni un vaso de agua le ofrezcan.
De los chircales que alude Caballero en su novela, la HJCK rindió un homenaje a Martha Rodríguez, considerada una pionera de la realización de documentales antropológicos en América Latina. “… la familia de Alfredo, María y sus doce hijos viven esa realidad que se encubre, que se niega: como ellos, una población aproximada de cincuenta mil personas sobrevive de la elaboración primitiva de ladrillo en los latifundios urbanos que rodean la ciudad de Bogotá. El obrero, desalojado por la miseria y la violencia política, traslada su estatus de siervo bajo un amo del latifundio agrario al latifundio urbano. En manos de un señor terrateniente, respaldado por un régimen, los chircales escapan de todo control laboral o estadístico”. Escuchar a la cineasta es descubrir una Bogotá no contada.
¡Ay, mi feíta Bogotá! Amo tus fríos de los mil demonios, tus soles que sancochan humanos, tus lluvias torrenciales que me agrian el genio, tus vientos que pasean la mugre como pequeños huracanes; amo tus cráteres porque ya no tengo que ir a la Luna, amo el aroma a café y chocolate de la zona industrial y amo tu belleza interior fascinadora, que bulle en museos, galerías, librerías, teatros y bibliotecas.
¡Ya no hay cachacos, caray! Cuidemos las montañas y la Sabana de Bogotá, no sea que desaparezcan también.
Feíta y todo, hoy siete machos la cortejan de día y de noche. Le prometen lo divino y lo humano para conquistarla. Y ella, desbaratada y cansada de tanta charlatanería, sigue vestida y alborotada con lo del Metro. Ni que fuéramos grandes y bobos, mejor que nos pongan a volar en globo, como antaño, porque Transmilenio, que causó sensación empezando el 2000, ahora nos causa pavor.
“El Dorado” que no encontró Jiménez de Quesada con su desmedida ambición, lo encuentran cada cuatro años, con otro tipo de tesoros, los que quieren ser alcaldes. Las ges lideran las encuestas para trastear sus corotos al Palacio Liévano: la G de Galán Carlos Fernando y la G de Gustavo Bolívar. Hay quienes dan por ganador al primero y lo quieren ver saliendo en hombros el 29 de octubre “para que se acabe la vaina”. Lo bueno de ganar en primera vuelta: nos ahorramos un dinero y otro domingo perdido.
Fíjense que cuando el gobierno colombiano es de derecha, el alcalde es de izquierda o de centro. Con presidente zurdo, la tendencia podría revertirse a partir del 1º de enero.
¿Por quién pienso votar? ¡Pin una, pin dos, pin tres! Espero que gane el que tenga la ge de Generoso con los más pobres, la ge de Guerrero para hacer cumplir la ley contra el hampa, la ge de buen Gusto para desafear la ciudad y la ge de Gentil para que sea amable y educado con los ciudadanos y nunca se les salga la g de Gamín (que todos llevamos dentro) cuando lo llamen a rendir cuentas.
Bogotá, la de mis amores, y Bogotá, la de mis terrores: te quise, te quiero y te querré, así hablen a tus espaldas.
Lunes: “Leyva respaldó a Petro y le sugirió al embajador de Israel pedir excusas a irse”. (¡Por favor, cierra la puerta al salir!)
Martes: “En 2026 se tiene que ir. Sale o lo sacamos”, dijo Alejandro Gaviria sobre el presidente Petro. (¡En las redes sociales todos somos intelectuales y machos!)
Miércoles: “Los polémicos insultos de Javier Milei contra el papá Francisco podrían afectar su candidatura”, dice El País. (¡La ira santa caiga sobre ese bocón, extremista y mechudo!)
Jueves: “Los Gilinski quedaron viendo un chispero. Almacenes Éxito quedó en manos de compañía salvadoreña”, titula Publimetro. (¡Pierdan una, señores!)
Viernes: Los de Avianca cambiaron la A del logo por la a minúscula. (¿Será por aquello de su minúsculo “buen” servicio?)