“Las personas llegarán a amar su opresión, a adorar las tecnologías que deshacen su capacidad de pensar”, Aldous Huxley, escritor británico (1894-1963).
Advertencia: en estas líneas no intervino ningún chatbot.
Sin terminar de comprender los vericuetos de la inteligencia humana (IH), ya estamos metidos de cabeza en los intríngulis de la llamada inteligencia artificial o IA generativa.
Corre el rumor de que nuestra civilización será reemplazada por una tecnología invisible, una especie de competencia de Dios, capaz de crear robots asesinos que nos destruyan, tarea que se supone les corresponde a los siete ángeles con las siete trompetas que anunciarán el Apocalipsis, según la Biblia cristiana.
El ser humano promedio ve esto como si no fuera con él. Los medios, con casos excepcionales, se limitan a registrar los hechos sin mayor profundad. Nos están inundando de noticias sobre supuestos videntes y “viajeros del espacio” que semanalmente predicen el fin de todo, dizque porque eso es lo que piden las audiencias, preocupados por acumular clics en lugar de traducir lo que resulta incomprensible para nuestro limitado entendimiento.
En el ensayo “Hablamos del posible fin de la historia humana”, leído en el diario La Vanguardia de España, Yuval Noah Harari nos previene: “¿Qué ocurrirá con el curso de la historia cuando la inteligencia artificial se apodere de la cultura y empiece a producir relatos, melodías, leyes y religiones? Las herramientas anteriores, como la imprenta y la radio, ayudaron a difundir las ideas culturales de los humanos, pero nunca crearon ideas culturales propias. La inteligencia artificial es en todo punto diferente. La inteligencia artificial puede crear ideas completamente nuevas, una cultura completamente nueva”, afirma el historiador y filósofo israelí.
No obstante -hay que decirlo- Harari se equivocó al asegurar en su libro “Homo Deus” que “…la incidencia del hambre, la peste y la guerra se está reduciendo” (página 31), sin imaginar que a la vuelta de los años nos esperaban una pandemia por Covid-19 y el conflicto Rusia-Ucrania, con un desquiciado Putin que tiene una mano puesta en el botón del apaga y vámonos en átomos volando.
Antes del acabose, el gurú Bill Gates vaticina que periodistas y escritores pasarán a la obsolescencia, y así otra veintena de oficios. Razón debe tener desde que The New York Times anunció la primera novela creada a partir de tres sistemas distintos de IA; su “autor”, Stephen Marche, dijo “que la experiencia fue interesante, pero también dejó claro que sin un humano creativo que incite a los sistemas, no habría habido gran cosa en la historia”.
En otro artículo, plantea una pregunta crucial: ¿La IA puede ser considerada inteligente aunque no tenga cuerpo? “Una IA que no pueda explorar el mundo y conocer sus límites, del mismo modo en que los niños descubren lo que pueden hacer y lo que no, podría cometer errores mortales”, resume el diario en el boletín que recibo en mi correo. (¡Y mejor no inmiscuirnos en el asunto del alma para no enredar más la pita!).
Por mi parte, no quiero consumir literatura hecha por entes. ¡Sentiría la misma rabia que si me sirvieran un ajiaco santafereño dentro de una píldora! Quiero degustar párrafos cargados de sensatez y sentimientos (parafraseando la novela de Jane Austen), concebidos por la imaginación de criaturas de carne, hueso y seso, y no por obra y gracia de Chat GPT. De ser así, vendrá un tiempo (o así lo quiero) en que los textos (llámense novelas, cuentos, crónicas o artículos de prensa) tendrán que incluir etiquetas que aclaren si fueron escritos o no por personas, de la misma forma que ahora nos advierten sobre el peligro de consumir productos ultra procesados (altos en azúcar, sal y grasas), para que cada cual elija bajo su propio riesgo. Horrible sería que el próximo Premio Nobel de Literatura se lo den a esta nueva especie de escritor fantasma, porque será como aplaudirle de pie a la nada.
Sin darnos cuenta, estamos inaugurando una nueva “guerra fría”, nosotros contra eso que no vemos, sin saber hasta dónde nos llevará, pero atento a ver si esa cosa acabará hasta con el nido de la perra. Si ello supone la aniquilación de la raza humana, lo más triste será que no quedará quien publique tan suculento titular de prensa. Un momento: se me ocurre un ejercicio previo: —“El hombre, víctima de su propio invento, nunca supo para quién trabajaba; de haberlo sabido se habría quedado a vivir en la Prehistoria”.
Piense el lector que se quedó solo en el planeta y todo cuanto hay obviamente le pertenece, incluidos los lujos y los cementerios. Será como ese cortísimo cuento de terror que escribió Fredric Brown en 1948: “El último hombre sobre la Tierra estaba sentado solo en una habitación. De repente tocan la puerta”.
Hay quienes, angustiados, piden frenar las investigaciones. No me parece razonable. Desenchufar todo sería más rápido, ¿no? Detener los avances de la IA suena tan absurdo como pedir no celebrar el cumpleaños por lo terrible que resulta envejecer. Es como querer dar un paso hacia adelante y otro hacia el Oscurantismo, pretender obstaculizar el conocimiento, como se hizo en el Medioevo, sólo que ahora buscan atrapar el futuro en un congelador invocando “profundos riesgos para la sociedad y la humanidad”; mucho me temo (¡piensa mal y acertarás!) que detrás de tan buenas intenciones están unos empresarios avispados queriendo ganar tiempo para ser los primeros en sacar ventaja económica de los negocios que traerá la IA generativa. ¿Quién nos garantiza que no lo harán a escondidas?
Si la humanidad no hubiese seguido dando cuerda a su imaginación, difícilmente habríamos podido abordar un avión o poner los pies en la Luna. ¡La IA puede ser ese salto de pie gigante que todavía nos falta dar! Creo que nos llevará a otro nivel, a una dimensión desconocida con más beneficios que riesgos, sin desconocer por supuesto que gobiernos y mafias poderosas la utilizarían con fines malévolos, ¿acaso cuál es la novedad?Desinformación, ciberataques o regímenes tiránicos ya existen en nuestro lenguaje. La Historia parece un continuo reciclaje de sí misma, nada que aprendemos.
A propósito, quedé fascinado con el documental “Un viaje al infinito” (Netflix) por la posibilidad de que haya en la galaxia copias infinitas de nosotros, explicada matemática, científica y sencillamente. Yo creo que la IA es el principio para resolver cuestiones que siguen en veremos: (¿estamos solos?, ¿tiene límites el Universo?, ¿hay un Dios en alguna parte?)… O, como dijo alguien, ¿somos nada más que el sueño en la cabeza de un perro?
Es posible que “en otro lado” esas preguntas hayan sido ya resueltas por nuestros otros yo. Se vuelve fascinante la idea de posibles universos paralelos y que -como le sugerí en otra columna- los escritores de ciencia ficción sean los enviados de otras galaxias para advertirnos sobre lo que ellos ya experimentaron en un tiempo y espacio distintos a este presente. Es la misma razón que me lleva a concluir que la ciencia, la antropología, la filosofía y la literatura pueden explicar mejor la vida y su sentido que cualquiera de las religiones.
Por ahora respiramos, señal de que seguimos vivos. Repito: no me apetece leer novelas escritas con IA. Me gustan los libros hechos por humanos, estén vivos o muertos. Pero pareciera que incluso los que están muertos siguen vivos, porque hoy amanecimos con la noticia de que en 2024 se lanza la novela inédita de García Márquez, “En agosto nos vemos”, sobre los encuentros furtivos de una mujer casada, según El Espectador. ¡Quiero creer que Gabito sigue escribiendo desde el más allá! A lo mejor, la IA se encargue de levantarlo de sus cenizas y traerlo de vuelta.
Para entender el miedo que infunde la IA, habría que preguntarnos -como Aldous Huxley en su novela “Un mundo feliz”– qué nos hace humanos. Noventa años atrás el escritor británico anticipó cómo sería la Tierra sin seres inteligentes: la creación intelectual ha sido mutilada en laboratorios, ha dejado de existir; se impone la hipnopedia (“se necesitan las palabras, pero palabras sin razonar”, página 28).
Sobre el trasfondo de esta obra, Mario Vargas Llosa dice lo siguiente en “La verdad de las mentiras”: “Todos son felices pero no todos son iguales”. “…los hombres ha sido fabricados con diferencias físicas y psíquicas insalvables”. “Privada de su fondo oscuro incontrolable, la vida pierde su misterio y su carácter de aventura”.
—“Crecerán con lo que los psicólogos solían llamar un horror instintivo hacia los libros y las flores. Reflejos condicionados para siempre. Han sido vacunados contra los libros y la botánica para toda la vida” (“Un mundo feliz”, página 22)
Es la mente (y no el hueso y la carne que la envuelven) lo que en realidad nos hace humanos para responder la pregunta de Huxley. Es la mente lo que nos dota de carácter sensible e impredecible, y a lo mejor cada mente, única e irrepetible, tiene la capacidad de renacer muchas veces y en muchos mundos posibles, como lo sugiere el budismo. Lo que no admite discusión es que el cerebro humano y sus neuronas, buenas y malas, nos han traído hasta este presente, tan fascinante como aterrador, donde nos seguiremos preguntando hasta la muerte qué sigue. El problema será cuando las máquinas lean de verdad nuestros pensamientos y sepan, por ejemplo, lo que escribiré en el siguiente segundo antes de escribirlo. El día que eso pase será, ahí sí, nuestro fin.
Alexander Velásquez
Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha escrito para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana (la antigua); El Tiempo y Kienyke. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Autor de la novela “La mujer que debía morir el sábado por la tarde”. El nombre de este blog, Cura de reposo, se me ocurrió leyendo “La montaña mágica”, esa gran novela de Thomas Mann.