Campo Elías Delgado, el hombre que inspiró la cinta “Estado de Fuga: 1986”, protagonizada por Andrés Parra.

Formidable la actuación de Carolina Gómez. Su personaje sorprende tanto, que toma tiempo descubrir que es ella quien está detrás de la detective Indira Quinchía.

La literatura y el cine todavía nos deben la historia sobre la masacre de Pozzetto, desde la veracidad de los hechos, más allá de los detalles conocidos, y no necesariamente desde lo que añade la ficción.  

La literatura nos ha regalado extraordinarios libros sobre asesinos seriales y no seriales, aunque a Campo Elías se lo conoce como spree killer o “asesino relámpago”. Tres obras que llegan a mi mente son “El adversario” de Emmanuel Carrére; “A sangre fría”, de Truman Capote y “La canción del verdugo”, de Norman Mailer.

He leído las tres y las tres me cautivaron con su prosa envolvente. Dos de estas obras se centran en un solo asesino y en la de Capote dos asesinos matan a toda una familia. De “El adversario”, permítanme dejarles este diálogo de la página 139: “Cuando el juez le acusó de la carnicería en Clairvaux, él se indignó: ´Uno no mata a su padre y a su madre, es el segundo mandamiento de Dios´”.

Lo que quiero decir es que en la historia sobre la masacre de Pozzetto no ha sido posible concebir una novela centrada única y exclusivamente en la figura de Campo Elías Delgado, el hombre que mató a 29 personas, incluida su madre, en la Bogotá de los años 80. Una Navidad negra para muchas familias, incluidos los sobrevivientes. Éramos adolescentes aquel 4 de diciembre de 1986.

Sabemos más sobre el verdugo y poco sobre sus víctimas, entre ellas su propia madre y los cinco inquilinos del edificio de Chapinero donde ambos vivían.

Imágenes tomadas del documento “Anatomía de un resentimiento. Invención mediática del psicópata de Pozzetto” (Universidad Católica Luis Amigó).

Con cada aniversario, los periódicos nos recuerdan los horripilantes crímenes de aquella mente trastocada: el veterano de la guerra de Vietnam que sufre de estrés postraumático.

En la intro de la miniserie queda claro que es una mezcla de verdades y mentiras: ficción inspirada en hechos reales; en el último episodio, el espectador desprevenido sabrá que la historia está inspirada en Campo Elías Delgado y la masacre de Pozzetto.  

El escritor Mario Mendoza, autor de la novela Satanás, en la que se basó la película del mismo nombre, y productor ejecutivo de “Estado de fuga: 1986”, le dijo a la BBC: “La primera idea que teníamos clara es que no íbamos a hacer Satanás, que ya la hicimos”.

Pues mucho me temo que no lo lograron del todo. La miniserie es más de lo mismo, por más que hayan cambiado de locaciones, actores y efectos especiales. Y lo es porque la historia tiene tres momentos culmen que son imposibles de alterar: las tres escenas del crimen en que se movió el exsoldado.  

Se perdió la oportunidad de explorar otros personajes y otras posibilidades ligados a los hechos verídicos. Las historias alternas permitieron alargar las escenas y saciar, eso sí, el morbo de una audiencia que no había nacido cuando se estrenó la película Satanás (2007).

No se ha hecho aún la película que aborde los entresijos de una psique perturbada -sin que sea documental, claro-, para comprender el impacto de las enfermedades mentales y el estigma tenaz sobre quienes padecen alteraciones de la personalidad y el comportamiento. Cuando menos, hizo falta la figura de un psiquiatra. Hasta en Los Soprano encontraron una manera simple (aunque en el campo de la psiquiatría nada es simple), de abordar el tema, sin necesidad de academicismos. Porque más allá de las conductas violentas, detrás de los trastornos mentales hay siempre un drama profundamente humano.

De las víctimas se habla menos. Nadie recuerda, por ejemplo, la historia del periodista Jairo Gómez Remolina, al que llamaban el Ciego Evaristo por sus gafas de miope. Se desempeñaba como director de la revista Vea, dedicada a la crónica roja, y se encontraba en Pozzetto durante aquella cena memorable y trágica, como lo recuerda esta nota de El Espectador de 2016.

Remolina fue un reconocido reportero judicial, trabajó en El Espectador entre 1968 y 1972 y fue autor de un libro muy famoso, “El estrangulador de los Andes”, sobre otro asesino en serie, Pedro Alonso López: mató a 300 niñas en Ecuador, Perú y Colombia.

A quien más beneficia esta producción es a Mario Mendoza, el escritor superventas, que halló una mina de oro en la breve relación de amistad que sostuvo con el asesino, siendo ambos estudiantes de Literatura. Su alter ego es Camilo León, en la piel del actor José Restrepo.

Hasta cierto punto, Mendoza logró monopolizar el relato sobre Delgado hasta volverlo oficial desde la literatura. Cualquier otro escritor habría hecho lo mismo. No obstante, considero que el tema no se agota y confío en que el próximo año, cuando se cumplan cuarenta años de la matazón, el cine, las editoriales y el periodismo nos sorprendan con la historia contada desde otros ángulos.   

Hay varias cosas más para rescatar además de las buenas actuaciones.  La banda sonora (episodio dos) con la canción “Navidad sin ti” tan oportuna y al final con el bellísimo Réquiem de Mozart; escenas con buen suspenso y hasta un par de frases memorables, entrecomilladas y en rojo en este artículo, más las referencias literarias; en una época en que la imagen amenaza con tragarse los libros, se agradecer todo gesto que invite a la lectura.

En una historia sobre crímenes la violencia no siempre tiene porque ser gráfica, por lo cual resultó gratificante la escena del vidrio molido puesto dentro del comedero de los pajaritos. Extraordinario el maquillaje de Jorge Enrique Abello. Andrés Parra, como el asesino Jeremías Salgado, hace un buen papel, incluso infunde miedo y nos muestra el rostro desencajado de los estados melancólicos. Me debato en un estado de indecisión: No podría decir si el actor colombiano supera lo hecho por Damián Alcázar, el actor mexicano que personificó a Campo Elías Delgado en Satanás.

De la miniserie “Estado de fuga: 1986”, me quedo también con este aviso final: “A la fecha, el cuerpo del asesino sigue desaparecido y documentos claves de su caso están extraviados o son inaccesibles:

Ese podría ser el principio para un nuevo relato. 

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