Captura de video: ceremonia La noche de los mejores, CPB 2024.

Se ha pervertido tanto el periodismo que a los periodistas les importan más los clics que la veracidad de lo que informan. Desde un principio el periodismo se puso al servicio de las redes sociales y no al revés, degradado y entregado al algoritmo que lo deformó, compitiendo con las tontearías que circulan por allí, donde “todos sabemos de todo”. ¿Estamos a tiempo de corregir, o incluso acabar, esa relación malsana?

Las redes sociales han golpeado al periodismo y aunque todavía no lo han noqueado, salvo una que otra excepción, el moribundo da lástima. Debilitado como está, necesita reanimación y primeros auxilios. Tiene uno la impresión de que el cuarto poder lo acaparan hoy esas redes sociales. El paciente todavía tiene signos vitales, por fortuna, aunque su crisis de identidad es evidente. Pasa en Colombia y pasa en el resto del mundo.

Si el periodismo no se reinventa, corre el riesgo de ser irrelevante y luego desaparecer. El periodismo debe repensarse de cara a una generación apática a las noticias. Un medio debería ser relevante por la calidad de la información y, en menor medida, por sus opiniones y las de sus colaboradores. Para ser relevante es necesario estar por encima de lo ordinario. Es decir, el periodismo debe ser extraordinario en sí mismo para ser imprescindible. Y cuidar algo tan básico como la buena ortografía, porque al parecer las ediciones en línea jubilaron a los correctores de carne y hueso.

Sin embargo, cada vez más la prensa está pensando por nosotros, como si desconfiara de nuestro criterio, sin darse cuenta de que los ciudadanos ya entienden de artimañas manipuladoras. Necesitamos un periodismo amigable con las audiencias, una prensa que enseñe a pensar, no una que nos diga lo que debemos pensar.

También da para pensar los resultados del Estudio ECAR III-2024 sobre la radio informativa en Colombia, liderado por Blu Radio; de últimas aparece Caracol Radio, que perdió el brillo de sus mejores épocas. No obstante, llama la atención que La FM de manera milagrosa (según trino del periodista William Calderón, que reproduce un gráfico de La República, perteneciente al mismo grupo mediático), se adjudica el segundo lugar, posición ocupada por W Radio. Si se refieren al mismo estudio, ¿por qué las cifras no coinciden?

Al sumar oyentes, las cuatro estaciones radiales no pasan de los 3.500.000 oyentes, menos del 8% de la población que tiene Colombia, una país que en otros tiempos creció pegado a las ondas hertzianas. Según este informe de El Espectador, en 2014 las mismas emisoras sumaban más de 5.475.200 radioescuchas. El caso más dramático es el de Caracol Radio, que en cosa de diez años perdió la tercera parte de su audiencia: de 2.1 millones pasó a 700 mil.

La vanidad le hace daño al periodismo. Cuando el periodismo es la noticia, pierde credibilidad. Y eso es lo que ha estado pasando en el país. Las peleas entre periodistas o entre medios están en los titulares de tanto en tanto. Y ahora, con una ex periodista de candidata presidencial, con toda seguridad se agudizará aún más la politización del periodismo y los periodistas. Alquilen su balcón para el 2025.   

Se han borrado las fronteras entre el poder y la prensa. Podríamos decir que hoy existe en Colombia un periodismo de Derecha y un periodismo de Izquierda, cada cual agarrado a sus propias verdades. Lo grave no es que los ciudadanos se traguen las mentiras que publican unos u otros. Lo grave es que haya medios publicando mentiras adrede o reacomodando (del verbo tergiversar) la información con desfachatez.

¿Acaso se han prostituido el periodismo y la política para intercambiar favores o es un cambio de roles a conveniencia, con el fin de seducir a un tercero -la audiencia- para armar el “triángulo amoroso” perfecto? Cuando esa audiencia se transforma en elector y ese elector en votos, a este último lo sacan del juego, y es poco probable que sepa que su rol fue siempre el de idiota útil de aquel binomio, porque, recuerden, en política el amor también es ciego. El punto es que hoy tenemos una reportera/candidata presidencial o, mejor, siempre hubo una política disfrazada de periodista, solo que estuvimos enceguecidos. Cada cuatro años somos llamados a formar parte del mismo triángulo, aún sabiendo que al final del día solo hay cama para dos.

Las organizaciones periodísticas y los premios de periodismo deben servir para exaltar la excelencia periodística y alertar a los ciudadanos sobre las malas prácticas de quienes ejercen este oficio.

El periodista Oscar Javier Parra, profesor de Cátedra en tres universidades y director del medio Rutas del conflicto escribió en X el 16 de noviembre: “¿Saben cuándo lanzó Vicky su candidatura? En la celebración del Día del Periodista, en febrero de este año, cuando recibió el Premio CPB. Todo tan absurdo, tan doloroso, tan asqueante, tan poco transparente”.

La presunta payasada quedó plasmada en las propias palabras de Dávila al recibir la estatuilla por una investigación incipiente, más no concluyente, sobre la financiación de la Campaña Petro Presidente: “… los periodistas deberíamos estar unidos para defender la democracia y la verdad”. Y pensar que ahora ella hace parte de esa clase política amenazadora; en adelante, la prensa tiene el deber de fiscalizar sus actuaciones y quizás los periodistas deban unirse para defenderse y defendernos de políticos como ella.

Días después, el analista de medios Germán Yances puso lo siguiente en su cuenta de Facebook: “Los colombianos esperamos que el jurado del Círculo de Periodistas de Bogotá-CPB, que le regaló un premio a Dávila, pida perdón y le retire el galardón por haber usado de manera tan descarada su ejercicio periodístico para abonar su candidatura”.

Al margen del asunto, este puede ser perfectamente el peor año en la historia CPB, con dos de sus expresidentes envueltos en líos judiciales (Cesar Mauricio Velásquez y Víctor Hugo Lucero, el primero condenado a 63 meses de prisión por participar en un plan para desprestigiar a la Corte Suprema de Justicia siendo jefe de prensa del gobierno de Álvaro Uribe, y el segundo, bajo acusaciones por un presunto caso de abuso sexual), lo que enloda la imagen del gremio que en febrero de 2025 celebrará (¿?) con mucha pena y poca gloria sus primeros 80 años de existencia.

Yendo al fondo del primer asunto, encontré dos perlas: una, del jurado del Premio CPB 2024 hizo parte el político Juan Lozano, el mismo que ha usado el periodismo como escampadero sin que se le agrande más la nariz, y quien el pasado 18 de noviembre, menos de una semana después de conocerse la decisión de Dávila de ser candidata presidencial, escribió una columna en El Tiempo alabando su aspiración.

Se pregunta Lozano desde el titular: ¿Por qué le temen a Vicky? Y luego se responde:

“Mil veces prefiero a una experiodista intachable que a un posdoctorado ladrón. (…) Dicho todo lo anterior, creo que el salto de Vicky Dávila a la arena política representa una bocanada de oxígeno para una oposición necesitada de líderes cercanos al pueblo capaces de disputar el voto popular”.

¿Vicky Dávila una “líder cercana al pueblo” y además “intachable”? Por algo dicen que el papel lo aguanta todo, pues sirve hasta para inflar candidaturas.  

“¡Que Dios la proteja!”, dice el columnista y yo pido que ese mismo Dios nos proteja a los colombianos de una Victoria Eugenia aprendiz de la cosa pública. Es posible que el doctor Lozano, varias veces candidato en la lona, termine siendo parte de la campaña de Vicky. Si decide hacerlo, por el bien del periodismo, ojalá lo haga lejos de los micrófonos de La FM, para no seguir el mal ejemplo de la mujer intachable que pervirtió el periodismo para echar andar su sueño de ser la mandamás del reino de Macondo.

No pretendo mostrarme irrespetuoso con ella, simplemente quiero dejar una constancia para la posteridad: En momentos en que la prensa pasa por una crisis de identidad y credibilidad, y los partidos políticos igual, lo último que necesita Colombia es una reportera aprendiendo a gobernar desde la Casa de Nariño. Esa sería la tapa.

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