Foto: © Alejandro Mendoza

Hay libros que valen lo que pesan. “Mi padre, Germán Castro Caycedo” (Editorial Planeta, 711 páginas), son muchos libros a la vez. Es una biografía pero también una clase magistral de periodismo. Es un libro de confesiones pero también un manual sobre el duelo.

Es un libro de historia de Colombia a través de la mirada de un contador de historias, pero también es un libro sobre política y conflicto armado. Germán Castro Caycedo fue periodista y, sin quererlo, por gajes del oficio, también protagonista de una Colombia difícil. La Colombia amarga, que así la llamó él.

Usó el periodismo para condolerse por las desigualdades sociales. “Nuestra violencia viene con nuestra cultura, todo se quiere arreglar, antes a machetazos y hoy a balazos. Somos un pueblo depravado por la violencia”.

Empecé la lectura por el final donde están las 50 fotografías que resumen su vida en imágenes: con su esposa, con su única hija, con sus dos nietas, con sus amigos, con sus compañeros, con sus entrevistados, entre ellos Gabriel García Márquez, las  avionetas accidentadas. que por poco le cuestan la vida. 

Quería ser pianista, pero “escuchó que sus dedos eran cortos y que nunca llegaría a sobresalir en este arte”. Otras teclas lo esperaban. Muy temprano descubrió su vocación.

“Recordaba perfectamente el día que tomó la decisión de ser cronista. Fue un martes de 1959, en su último año de bachillerato, A su casa materna llegaban cada mañana El Tiempo y El Espectador, los diarios más importantes de Colombia, y desde que él tenía quince años, Helena, su madre, lo acostumbró a hojearlos para que se asomara al mundo más allá de Zipaquirá”.

Este cundinamarqués nació en 1940. Su infancia “estuvo enmarcada por dos hechos dolorosos: el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y el abandono de su padre”. Muchos años después se reencontraron siendo ya reportero en El Tiempo. “… me repitió hasta el cansancio que un hijo no tenía derecho a juzgar a los padres; que podía no estar de acuerdo y debatir ciertas cosas, (…) con argumentos, pero jamás juzgar”, recuerda Catalina Castro Blanchet, autora de la biografía.

Aprendió el oficio por su cuenta, leyendo a los nuestros. “Aquí hay unos cronistas muy verracos. Lo que pasa es que no los conocen los profesores. Y creen que nuestra crónica nació en Miami. ¡No joda! Nació aquí con los cronistas de Indias”. (…) En ese ejercicio, se topó con escritores magníficos, especialmente en El Espectador”.

Un amigo lo definió como “un dandi de tiempo completo, pero también todo lo opuesto: era del pueblo llano, del pueblo que bebe, que disfruta (…) Sus héroes eran los hombres y las mujeres que salían de la nada”. De adulto seguía riendo como niño viendo los capítulos repetidos del Chavo del 8.

Decía que “la crónica es el género mayor del periodismo”. El 13 de septiembre de 1968 publicó la primera, relacionada con los restos humanos de 25 patriotas del Ejército Libertador. Germán Castro Caycedo deshizo los pasos de Simón Bolívar en tres ocasiones (1976, 1979 y 1983), al cruzar el páramo de Pisba en mula, soportando “la violencia de las lluvias, los vientos y la niebla”. En su Ruta Libertadora conoció a los “descendientes directos de los soldados del ejército libertador”, acompañado por Gloria, su esposa.

“… llevamos aguardiente en botellas pequeñas y Pielroja, y con eso pagábamos las posadas”. Con los de su equipo durmió en una iglesia abandonada, dentro de sacos de dormir, con millones de murciélagos alrededor.

Al final de la odisea les confesó a sus televidentes: “Bolívar perdió su tiempo, pues todos esos pueblos que quedan en la ruta del olvido están más atrasados que en 1819”.

En 1970 recibió su primer reconocimiento, premio que se le subió a la cabeza, según reconoció después. “… don Hernando Santos, viendo mi actitud, en una forma cariñosa pero enérgica, me agarró de las solapas y me dijo: ´Vea, mijito, yo he visto a muchos periodistas que los acaba un premio…”.

Los grandes personajes de la segunda mitad del siglo XX pasaron frente a él en el programa de televisión Enviado Especial: Gabriel García Márquez –que todavía no era Premio Nobel-; Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha, Carlos Castaño, Álvaro Fayad (ver video); Antonio Navarro Wolf… Las anécdotas sobre estos encuentros están contadas en el libro con lujo de detalles.

De las 1.018 emisiones sólo se conservan 48 editadas y 14 sin editar: “… aquel archivo histórico se perdió, por un lado, porque en aquella época se grababa varias veces sobre las mismas cintas con el fin de economizar y, por el otro, debido a malas prácticas de conservación”. Lo que se salvó está en su página web.

Hizo dos veces la travesía por el Tapón del Darién, la selva inhóspita donde mucha gente sigue muriendo buscando el sueño americano, y otro programa sobre los polizones, de donde surgió la idea de escribir El Hueco.

En sus 52 capítulos, la biografía ahonda en anécdotas sobre su extensa obra periodística. Por ejemplo, los hechos raros que rodearon la investigación para escribir La bruja. “… enterraba cuarzos en el jardín a manera de protección, leía salmos bíblicos en las noches…”.

Fue secuestrado por el M-19 en 1980, por los días en que ocurrió la toma de la embajada de República Dominicana por ese mismo movimiento guerrillero. “Compadre, serénese un poco, no somos asesinos, solamente queremos conversar con usted unas horas, ¿bien?”, le dijo el mismísimo Jaime Bateman Cayón, en medio de aguardientes. Fue el emisario de “una carta al presidente Turbay en la que le proponían establecer un diálogo de paz”.

Eran los tiempos del Estatuto de Seguridad, “durante el cual, entre otras cosas, se prohibía la protesta social, limitando la libertad de prensa o callando a quien pensara diferente, fuera guerrillero o no”, cuenta su hija Catalina Castro.

Día y medio después fue liberado en las oficinas de El Espectador, hasta donde llegaron cuatro oficiales del B2 que “rompieron los vidrios (…)  buscándolo”.

“—Respeten, esto es un periódico, es la democracia”, gritó indignado don Guillermo Cano, el director.

Los detalles los contó en primera persona durante ocho entregas dominicales en El Siglo, bajo el título “Obligado a preguntar”.

Entre 1986 y 1987 se encontró diez veces con Pablo Escobar: un mayor del Ejército o alías Popeye –uno de los sicarios del capo- lo recogían en un hotel de Medellín. “…varias veces, en medio de la conversación, debía excusarse para ir al baño a trasbocar”, por los detalles escabrosos que narraba el capo. 

Tiempo después el hijo de Escobar le confesó avergonzado que su padre había ordenado matarlo. Uno de los matones mintió: dijo que Germán era policía y no periodista, con el único fin de ganarse una recompensa. El libro relata los detalles de cómo salvó su vida.

Con medio siglo de periodismo a cuestas, murió en 2021, con 81 años, víctima de cáncer de páncreas. “Su rostro había adquirido un color extraño, amarillento; el cáncer opacaba su semblante, otrora atractivo”.

Germán Castro Caycedo entendió como pocos la nobleza de este oficio. No dejemos que la crónica muera. Ese es el único homenaje posible para honrarlo en este presente.

Las lecciones del maestro en 15 frases

En las páginas de “Mi padre, Germán Castro Caycedo” hay muchas lecciones de este cronista de cronistas para los reporteros de hoy.

·       1. “Lo único urgente es descubrir la vocación verdadera. De lo contrario, el trabajo se te volverá mañana una desgracia”.

·       2. “Recuerda, la objetividad no existe”. Para él, lo importante son el equilibrio y la precisión.

·       3. “El periodista que no tiene nada que contar no está en nada”.

·       4. “… era un hombre culto, de una inteligencia sorprendente y un lector empedernido. Leía la prensa a diario, religiosa y obsesivamente”.

·       5. “Ese era mi trabajo, descubrir un país. Me pagaban por hacerlo y la gente me leía”.

·       6. “Encontraba los temas principalmente en la prensa, en la radio, en los noticieros de televisión y escuchando a la gente durante sus viajes”.

·      7. “… no soportaba el mal uso del lenguaje y los adjetivos innecesarios lo incomodaban. ´Tu capacidad de contar es hacer sentir los lugares y las situaciones. Para eso no necesitas adjetivos´”, solía decirle a su hija.

·       8. “Sostenía que ´el periodista que se atreve a decir en un periódico que ´los arreboles de la tarde mueren en el río´, debe ser honesto, retirarse del oficio y dedicarse a escribir cuentos´”.

·       9. “El periodismo colombiano está lleno de poetas mientras que la gente simplemente quiere información”, le dijo a Gonzalo Guillén en 1979, en una entrevista que él tituló “Este campesino hace los mejores reportajes en Colombia”.

·      10. ¿Cuál fue su estilo?  “… haber ido siempre hasta el lugar de los hechos para sentir sus olores, entender las luces y las sombras, los colores, las tradiciones y las costumbres (…) Esto, mezclado con una investigación rigurosa, muchas veces apoyada por especialistas en ciertos temas”.

·      11. “Pienso que hay dos clases de periodistas: Uno es el comentarista que da sus opiniones. El otro es el reportero que, en muchos casos, con mala fe, opina a través de lo que hace”.

·      12. Trataba con respeto a sus entrevistados. “Los abordaba con tacto, con humor cuando el tema lo permitía, conversaba primero, se embebía en su historia sin agredir, sin afán. En el momento de hablarles, sus encuentros eran ante todo amables y respetuosos”.

·      13. “… nunca recibió una solicitud de rectificación”.

·      14. “… todo el mundo le caminaba porque confiaban en su visión periodística, en su criterio y credibilidad”.

·      15. “… era accesible, amable, trataba bien a todas las personas. Se desvivía por ayudar. Era tranquilo, humano sin importar el rango ni el nivel de educación. Para él, todo el mundo tenía algo para dar o recibir”.

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