Dos mujeres economistas
-Y coincidentes-
Humberto de la Calle
A Marcela Meléndez y Ana María Ibáñez.
El mundo de la economía ha sido predominantemente masculino. Eso ha cambiado. Entre nosotros, hay figuras destacadas tanto en el análisis como en la toma de decisiones.
Pero si miramos hacia afuera, hay una circunstancia llamativa. Dos de ellas están en posiciones de comando y, a la vez, han adoptado posiciones críticas el esquema macroeconómico imperante.
Nora Lustig.
Nora Lustig (Buenos Aires, 1951), profesora de Economía Latinoamericana de la Universidad de Tulane (Nueva Orleans) y presidenta emérita de la Asociación de Economía de América Latina y el Caribe (Lacea). Se dedicó al estudio de la desigualdad y la pobreza, algo que no era propiamente muy sexi hace algunos años. En los noventas el tema pertenecía a la órbita interna de los países. El Banco Mundial y el Fondo Monetario, preocupados más por la estabilidad, aparcaron durante mucho tiempo la cuestión de la equidad. Por otro lado, era una materia demasiado permeada por la política. Hoy se sabe que la desigualdad es un impedimento para la estabilidad y el desarrollo.
Desaparecido el Muro de Berlín y ante la inequidad creciente en la sociedad norteamericana, es ya un asunto prioritario en la agenda. Para decirlo en términos coloquiales, pasó de ser una “pasión mamerta” a convertirse en un tema esencial.
Para Lustig, en Latinoamérica, el auge de los productos primarios implicó un aumento de la mano de obra menos calificada. El impacto político permitió un crecimiento de la izquierda. Se avanzó en elementos estructurales como la extensión de la educación, la lucha contra la pobreza, una política social más activa. Pero el hecho central, a su juicio, fue el salario mínimo. “Creció mucho más que en los países gobernados por el centro o el centroderecha, con o sin auge de materias primas. Esa es la política que más distingue a los Gobiernos de izquierda y de derechas: la ideología no define las transferencias [sociales], pero sí el aumento del salario mínimo real. Es una diferencia muy interesante”, dijo en reciente entrevista para el País de España.
Pertinente reflexión cuando en Colombia varios economistas, comenzando por el actual ministro de Hacienda, Carrasquilla, sostienen que entre nosotros el salario mínimo es demasiado alto. Las transferencias a los pobres ya no son el distintivo. Han sido adoptadas por gobiernos de derecha y de izquierda. A veces, no pocas, con efectos políticos nocivos en el terreno del auge del populismo. Y no pocas veces contaminadas por subsidios que no van realmente a los más pobres. En cambio, el salario mínimo es muy divisivo pero también es un instrumento más eficaz en busca de la equidad.
Esto, según Lustig, debe ir acompañado de un sistema tributario más progresivo. A la pregunta de por qué la tributación ha sido tan ineficiente en Latinoamérica como herramienta para vencer la desigualdad, no vacila en expresar su diagnóstico: “en buena medida por la resistencia de las élites: ahí es donde la desigualdad original crea un freno para corregir la desigualdad actual. Los sistemas deberían ser mucho más progresivos, sobre todo por la vía de los impuestos directos”.
Esta advertencia es muy pertinente en este momento en Colombia. La llamada ley de financiamiento, que otorga enormes ventajas a los grandes capitales con la creencia de que la consecuencia sería el aumento del desarrollo y el recaudo, está de nuevo sobre el tapete como resultado de la anulación por sentencia judicial de esa norma. Se abre un nuevo capítulo en esta discusión crucial. El gobierno pide re-aprobar la ley con un texto exactamente igual. Lo mismo han dicho lo gremios. Peor no son pocos los sectores que piensan que hay que revisar algunas ventajas exageradas y no muy productivas. Y, por el contrario, asesores cercanos a grupos políticos influentes y no pocos gremios, en cambio pretenden ir más allá en el camino de las rebajas impositivas para las empresas. Lustig agrega una premonición que debería ser escuchada: “El mercado no va a crear, por sí solo, sociedades más equitativas: al contrario, con el cambio tecnológico se van a crear más desigualdades y va a haber que poner mecanismos para que la gente que ya no tiene empleo, al menos tenga acceso a ingresos”.
Será una discusión compleja, no sólo por la falta de unanimidad en el pronóstico del resultado sino, en el caso de Colombia, porque la desconfianza en el Congreso es enorme. Habrá un montaje mediático para sostener que los congresistas que propongan cambios, lo hacen por intereses poco confesables. Y lo que adopten la posición del gobierno, lo harán -se dirá- para obtener contratos y burocracia. Ese es el tormento de nuestras instituciones. Sometidas a una presión superlativa, carecen de legitimidad política que les brinde un mínimo de confianza. Y fuerzas de derecha que se habían distinguido por un discurso en defensa de las instituciones, ahora denigran de ellas de manera permanente, cavando un foso muy peligroso para Colombia, con mayores veras cuando la conjugación del populismo económico, el irredentismo social y la deslegitimación institucional puede llegar a tener carácter explosivo.
Ita Gopinath.
Nacida en Calcuta en 1971, es la primera mujer economista jefa del Fondo Monetario Internacional (FMI). Profesora en Harvard, doctora en Princeton, creció en la India y de su juventud extrajo un concepto fundamental. Que a veces crea confusión. Algunos economistas piensan que basta con combatir la pobreza. Si allí hay éxito, ¿qué importa la desigualdad? Es rotunda en su apreciación: “La desigualdad es un problema desde el punto de vista macroeconómico y desde el punto de vista social. Dentro de un país, si el dinero se concentra en una parte de la población, provoca un problema de falta de generación de demanda. Y muchos problemas que estamos viendo de bajo crecimiento en países, que se prolongan durante tanto tiempo, pueden ser un reflejo de esto. Hay otros tipos de desigualdad, como la de género. Una escasa participación de mujeres en el mercado de trabajo también es un problema económico, ya que no contribuyen en la producción o en la demanda. No solo es un problema social”. Y agrega que no se puede dar por hecho que van a prosperar políticas para repartir la riqueza de la globalización. “Fuimos complacientes sobre las consecuencias negativas de la globalización. Ni siquiera en la teoría se supone que el comercio debe mejorar la situación de cada persona. Beneficia a algunos, a otros no. Así que la forma en la que favoreces a todos es a través de una redistribución, reciclando a la gente, dando igualdad de oportunidades en salud, en educación”.
Dos mujeres economistas destacadas. Dos visiones coincidentes. Un aire nuevo en las instituciones internacionales y en la Academia. Visiones que contribuirán a abrir la discusión sin el estigma de la descalificación política. Ojalá sea ese el ambiente reflexivo en el que discutamos estos temas en Colombia.