La muerte de Miguel Uribe, es absurda como toda muerte violenta. Un caso lamentable más, en la interminable lista de asesinatos de políticos y líderes ciudadanos, ocurridos en Colombia a lo largo de los años. Una lista sangrienta y absurda, clara señal de que en nuestra sociedad y en nuestra política – que de alguna manera es expresión suya -, subyace una capacidad de violencia que
parece superarnos. Seamos claros, combatirla sin tregua, obvio que es necesario e inaplazable, pero no basta, porque no se ataca la raíz del problema; nos quedamos en los síntomas, por mortíferos que sean, pero sin poder entender y enfrentar, lo que hay detrás de tanta muerte y dolor. La respuesta a esta pregunta, literalmente, es una cuestión de vida o muerte. Solo si a esa realidad la miramos de frente, como ella nos mira, podremos empezar a desentrañarla, para comprenderla y superarla.
Analizando la larga lista de políticos y dirigentes ciudadanos asesinados, empezando con Rafael Uribe Uribe a comienzos del siglo pasado, es posible concluir que muchos no lo fueron por causas directamente políticas. Considero que Gómez, Garzón, Pizarro, Galán, Lara Bonilla, lo fueron por la delincuencia ordinaria, no política; por actores y por causas diversas, que no son políticas, como había sucedido anteriormente, entre liberales y conservadores y comunistas. Los asesinatos fueron de figuras políticas que enfrentaban al crimen organizado, a las mafias del narcotráfico o de la explotación de la minería ilegal o de los recursos naturales, principalmente de la selva. Asesinatos realizados u ordenados por miembros del crimen organizado, de Pablo Escobar a las disidencias de las viejas FARC, entregadas con verdadera pasión a esa ilegalidad criminal. Hoy lo suyo son vulgares negocios que pretenden disimular o adornar con la justificación de que esos recursos son supuestamente para financiar la lucha política revolucionaria, buscando así el amparo de los beneficios que nuestras normas contemplan para esos casos de naturaleza política, al camuflarlos como proyectos políticos guerrilleros, cuando son vulgares y muy rentables negocios criminales, montados en la violencia y desarrollados por organizaciones nacidas con una filosofía y unos propósitos revolucionarios, que ni fueron derrotadas por el Estado ni lograron el utópico triunfo de la revolución.
Los temas de la violencia y de la criminalidad organizada, en especial el narcotráfico, requieren una acción firme y continuada de la autoridad del Estado, pero, como dijimos, ella no basta. Reconozcamos que somos tierra fértil para organizaciones criminales de grueso calibre; la razón de ello la debemos entender para transformar las condiciones generadoras de tanta violencia y muerte. Detrás de esta triste realidad, está la prevalencia de la política del sálvese quien pueda; del yo voy y los demás que se quiten… Ese comportamiento, ese pensar, tiene sus raíces en una situación/condición muy colombiana y generalizada, la del rebusque, para el cual, el fin – la supervivencia y el bienestar de los míos -, está por encima de cualquier otra consideración.
Y este comportamiento social no cayó de la nada ni respeta categorías sociales. Es producto de una sociedad que se desarrolló de manera espontánea y fragmentada; hija de una geografía accidentada, que más que integrar, aísla, que llevó a una organización de la sociedad con fuertes fundamentos en los vínculos de proximidad, en la familia y en la vecindad, de la comunidad de la vereda o del barrio, desde la cual se organizaba el trabajo y las formas de participación social, con una mínima por no decir inexistente, presencia del Estado y de sus normas. Un vacío llenado por un esfuerzo individual sin reglas; por la familia apoyando y reclamándole a los suyos, y una iglesia más preocupada por la moral individual que por el bienestar social, reducida a una caridad asistencial, que mitiga dolores, pero no cura el mal social, que tranquiliza el espíritu y poco más. No se trata de que estas prácticas no existan, pero no pueden ser el eje de la iniciativa social; máxime pueden complementar la acción social, la iniciativa colectiva. Es ese vacío de Estado y la consiguiente presencia de un rebusque generalizado para tratar de llenarlo, que necesita la sociedad que no existe en un vacío de relaciones, estas espontáneamente nacen, de la necesidad. Ese es el vacío que, entre nosotros, sigue alimentando la violencia y la muerte violenta. Superarlo es la gran tarea pendiente que compromete por igual y de manera conjunta, al Estado y a la
sociedad.