En enero de este año, los capitalinos presenciamos con dolor la muerte de miles de plantas, animales e insectos que habitan los cerros orientales de la ciudad. Según datos reportados por la Alcaldía Mayor de Bogotá, se registraron 136 incendios, de los cuales los más graves correspondieron al cerro El Cable, los alrededores de la quebrada La Vieja y el parque Entre Nubes. Cientos de personas, dirigidas por los Bomberos, la Defensa Civil, Policía, Ejercito y Cruz Roja, hicieron frente a las llamas que devoraban con agresividad todo lo que se oponía a su paso. La solidaridad y la acción ciudadana fueron determinantes para enfrentar la emergencia.

Las altas temperaturas que registró la capital en el mes de enero continuaron fluctuando en febrero, marzo y persistieron en abril. Esto es una clara muestra de los efectos locales del cambio climático. La temporada de lluvia que anualmente solía presentarse en estos meses es cada vez más escasa.

La afectación a la calidad del aire de la ciudad fue evidente, y la pérdida de biodiversidad dejó daños irreparables. Sin embargo, en medio de las cenizas poco a poco se comenzó a observar la recuperación de la capa vegetal de las zonas afectadas. Según los especialistas, su plena recuperación puede tardar más de 30 años.

Bogotá no acababa de reponerse de todas las consecuencias ambientales de los incendios, cuando emerge otra crisis, en este caso por abastecimiento de agua, debido a los bajos niveles de los embalses que proveen la capital.

Incendios y falta de agua son problemas comunes a la crisis ambiental que se agudiza día a día y que pondrá en peligro la vida de miles de especies, incluyendo la humana. El agua que hace posible la existencia de más de ocho millones de habitantes de Bogotá proviene en gran parte del complejo Chingaza, que en la lengua muisca corresponde a Chim-gua-za, significa “Serranía del Dios de La Noche”, representa el centro de un espléndido territorio sagrado de nuestros antepasados, quienes consideraban el agua como el elemento sagrado de donde proviene la vida.

En la modernidad, Chingaza es un sistema natural complejo, delimitado mediante la resolución 710 de 2016 del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, con una extensión de 111.667 hectáreas. Específicamente, el área de Parque Nacional Natural (PNN) fue establecida en 1977 y abarca 76.600 hectáreas, que comienzan en las lagunas de Siecha y se extienden hasta el pie de monte llanero. El PNN Chingaza se prolonga por 8 municipios del Departamento de Cundinamarca (Guasca, La Calera, Fomeque, Choachí, Gachalá, Junín, Medina y El Calvario) y por 3 municipios del Departamento del Meta (Cumaral, Restrepo y San Juanito).

Gran parte del PNN Chingaza se ubica sobre los 3300 metros de altitud, considerado un inmenso páramo que, por sus características climáticas y ecológicas, constituye un gran reservorio de agua. Su vegetación, en gran parte endémica, retiene el líquido preciado y luego es permeado lentamente hacia sectores bajos de las cuencas de ríos y quebradas. El 99% de este Parque Natural conserva las cuencas altas de los ríos Guatiquía, Guacavía, Guayuriba, Guavio y Humea, que forman parte del complejo hídrico que alimenta el Embalse Chuza. Este, junto con el embalse San Rafael, proveen la mayor cantidad de agua (70%) que consume la población capitalina.

Según datos de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), para el 18 de abril el Embalse Chuza registró un 14% de su capacidad y el San Rafael un 20%, presentando un comportamiento descendente pese a los racionamientos de agua y las ligeras lluvias. Los críticos niveles son los más bajos de los últimos 40 años, y así llueva por meses seguidos, difícilmente se recuperará su máxima capacidad. Todo esto apunta a evidenciar que los efectos del calentamiento global se expresan en el complejo Chingaza.

Según un reporte editado por Patricia Bejarano, Alfred Grünwaldt y Angela Andrade sobre adaptación al cambio climático en la alta montaña colombiana, se prevé en Chingaza en el 2040 un incremento de 1°C, para el 2070 las variaciones serán superiores a 1.3°C y para finales del siglo, en el escenario más pesimista, el cambio de temperatura puede estar por encima de 3°C. En cualquier caso, los datos evidencian la clara afectación del Parque Natural por efectos del aumento de temperatura, y con ello, los impactos serán notables en la disponibilidad del agua y en la afectación de la biodiversidad. La falta de agua será más frecuente, los racionamientos aumentarán y los conflictos por el agua empezarán a estallar en distintos escenarios. Todo esto hace parte del resultado del desarrollo económico que hemos construido en la civilización proveniente de occidente y que debe repensarse y transformarse con urgencia.

Alineados por la concepción antropocéntrica, los ciudadanos prendemos las alarmas por los racionamientos de agua, pero poco pensamos que todas las formas de vida que habitan el territorio sagrado de Chingaza sufren y padecen los efectos del calentamiento global, la agricultura, la ganadería extensiva, la deforestación, la sobreexplotación hídrica, la caza, entre otras actividades humanas que han arrebatado espacio a la vida hace años.

Además de enfrentar las raíces del cambio climático arraigado en el extractivismo y el uso de carbón y petróleo, es necesario reconstituir nuestro encuentro con la naturaleza de Chingaza, aprendiendo de su importancia ecológica, social y cultural.

Las acciones ciudadanas en defensa del agua deben comprender desde el nivel macro hasta el micro, exigiendo un nuevo ordenamiento territorial que respete las dinámicas propias de la naturaleza y el agua. Esto implica repensar estructuralmente el manejo sanitario de los residuos que producimos desde el ámbito doméstico hasta el nivel industrial, dando un vuelco radical construyendo sistemas secos.

Además de las medidas de ahorro de agua que todos conocemos en nuestras actividades cotidianas, como duchas cortas y estrictamente necesarias, reparación de fugas, instalación de sistemas ahorradores, entre otros, debemos avanzar en la recolección de agua de lluvia para el consumo doméstico, reciclar intensivamente el agua para labores de limpieza y, sobre todo, emprender labores organizativas y comunitarias orientadas a enfrentar los conflictos socioambientales que aún persisten alrededor del agua. De esta manera, se construirán nuevas formas de gobernanza que coloquen en el centro la vida en lugar del  hiperconsumo y el desenfrenado crecimiento económico.

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