Cattagena

Publicado el teresitagoyenechep

Cartagena, la ciudad debajo del tapete

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Cuando era niña mi papá me regaló un globo terráqueo de Fisher Price. Era uno de esos que tenía luz interna y un visor que, puesto sobre sitios destacados, mostraba imágenes de ese mundo prometido, el inmenso, el lleno de oportunidades. Rápidamente noté que cuando apuntaba a Colombia no veía nada, mucho menos a Cartagena, la ciudad donde nací y crecí. No pasaría mucho tiempo antes de entender que esta ciudad no sólo era invisible para Fisher Price, lo era para todos, hasta para sus habitantes.

De las tradiciones vergonzosas que se viven con naturalidad en el ecosistema cartagenero, la que más invisibiliza la existencia de ciudad es la popular: te doy para que me des, y acá les cuento de lo que hablo. A tres semanas de las elecciones de alcalde, gobernador, concejales y diputados, me puse en la tarea de hacerle la misma pregunta a todos los taxistas: «¿cómo ve las elecciones, señor?». La respuesta, normalmente, es un repaso político bastante juicioso a través de los ocho candidatos a la alcaldía de Cartagena y los dos que quedan a la gobernación de Bolívar. Una colección de nombres y movimientos políticos que, la mayoría de los casos, poco habla de un programa o una ideología, mucho menos de una discusión seria sobre el futuro de la ciudad.

Una de esas veces me monté en un taxi para ir a casa de mis padres desde el centro de la ciudad, diez minutos de viaje. Entré agitada con los cables de los audífonos enredados en las gafas y con la maleta abierta de par en par, casi dejando escapar cuadernos y libros. Mientras me acomodaba en la silla, solté la pregunta esperando el ya varias veces escuchado análisis, pero como un bombillo que se enciende, encontré, por fin, un nuevo discurso. El señor taxista comenzó contando las razones por las que no votaría por Manolo Duque: «se postuló a la alcaldía con firmas y ahora resulta que muchas de esas firmas son de personas que ya están muertas. Como 300, o no sé cuantas, pero son bastantes», me dijo.

Luego vinieron sus reflexiones sobre William García, adherido recientemente a Manolo, que terminó cayendo en el mismo saco porque a pesar de que sus propuestas eran innovadoras y mediáticas, como quitar los peajes dentro de la ciudad y ofrecer gratuidad en el mínimo vital de agua, también fue cuestionado por inconsistencia en las firmas. Después hubo un cambio en el tono de voz: «Uno tiene que irse con el que más le convenga. Tengo ocho votos y necesito pagar un permiso para seguir circulando con el taxi», continuó. «Un amigo dice que puede hacer que de la campaña de Quinto Guerra (candidato del Partido Conservador) me ayuden con el pago de ese permiso (600 mil pesos) si le doy mis votos». La confesión resultó en un silencio raro entre nosotros y por eso siguió: «Es la única forma que hay, niña. Ellos no están ahí sino para sacar y uno tiene que sacar lo que más pueda también», concluyó taladrándome el cráneo, mientras llegábamos y me daba el cambio. Quinto lidera las encuestas locales.

Para la gobernación de Bolívar, el asunto es menos alentador. Por un lado está Yolanda Wong, posicionada como la candidata de los sectores populares, y apadrinada por Miguel Ángel Rangel, un cacique político emergente . Por el otro tenemos a Dumek Turbay, de la tradición politiquera rancia del Caribe, que hace algunas semanas expuso su misoginia en un discurso público, diciendo: «me presta la pringamoza, que con la pringamoza es que le voy a dar a la china». Hablaba de darle una tunda a Yolanda (de ascendencia oriental) con esa planta que al contacto con la piel da urticaria.

La puja entre estos dos se resolverá de acuerdo con la eficiencia que los líderes políticos tengan en las zonas rurales del departamento. Sí, líderes políticos, ese es el título que se le concede a todo individuo capaz de juntar votos (comprados) para sus candidatos.

En un artículo reciente de Laura Ardila para la Silla Caribe, la periodista entrevista a un «líder popular» experimentado, uno de esos personajes que se encargan de ordenar la maquinaria de la compra de votos en la ciudad en los meses previos a las elecciones. El «Puya Ojos» —así se le llama en Cartagena al que embauca a otro para obtener un beneficio— le dice: «la primera regla de este «negocio» es que siempre hay un 50 por ciento de pérdida, pues para comprar 10 votos hay que pagar 20″. En la ley de la costa caribe no existe el voto de opinión, sólo el voto comprado. Por eso no sorprende que ni una sola de las veces haya escuchado hablar sobre las propuestas de los candidatos, sino sobre sus vidas privadas, sus trayectorias públicas y sus relaciones con el poder.

Mientras que en los extramuros de Cartagena hay bandas criminales reclutando niños para el sicariato y el narcomenudeo, el área turística de la ciudad es uno de los lugares más seguros del país, incluso cuando el Distrito tiene una tasa de homicidios de más de 29 por cada 100 mil habitantes. Mientras esperamos y esperamos, y pagamos y pagamos por un sistema de transporte masivo, el Transcaribe, que lleva 12 años en construcción y aún no ha sido inaugurado, el puerto recibe decenas de cruceros que cunden el centro histórico de turistas ávidos de compras. Mientras los señores candidatos se miden las espuelas y sus habilidades para el soborno, más del 40 porciento de la población vive por debajo de los niveles de pobreza. Pero nada de esto entra en el debate público, es lo innombrable, lo resignado, y por tanto, invisible. La ciudad no existe debajo de ese cascarón luminoso que llamamos Heroica.

Los idealistas —si aún existen— ven la época de elecciones como la temporada por excelencia para el ejercicio democrático. Pero, oh paradoja, en este lado del mundo es el día de «la liga», el día en el que el ciudadano pierde su sentido de la libertad por los cincuenta mil pesos que cuesta su voto, los permisos para transitar, el cargo público para el primo, el favorcito, el chamullo, la transacción fraudulenta. Así las cosas en esta época, 25 años después de mi globo de Fisher Price, en la que la Cartagena visible, glamorosa y romántica está sobre expuesta en los grandes medios del mundo, y la ciudad que habitamos los cartageneros vive debajo de un tapete que solo se levanta para echar la basura que nadie sabe donde votar botar.

 

Este texto hace parte de la serie Neurosis Urbanas de VICE Colombia, en la que colaboradores de Medellín, Cali, Barranquilla y Cartagena contamos cómo vemos nuestras ciudades en vísperas de elecciones. Acá les dejo los enlaces a los textos de las otras tres ciudades:

Medellín:http://www.vice.com/es_co/read/neurosis-urbana-medelln

Cali: http://www.vice.com/es_co/read/neurosis-urbana-cali

Barranquilla: http://www.vice.com/es_co/read/neurosis-urbana-barranquilla

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