Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Veinticuatro ojos

Son doce niños que miran con atención a su profesora, son veinticuatro ojos pendientes de ella. Veinticuatro ojos es una película japonesa de 1954 basada en la novela de Sakae Tsuboi y dirigida por Keisuke Kinoshita. Cuenta una larga historia de la profesora de escuela apodada “Señorita guijarro” y sus alumnos. Historia que empieza en 1927, en Shodoshima, una isla rural del Japón, cuando ella llega por primera vez a enseñar, y termina veinte años más tarde.

El escenario es hermoso, la cámara se mueve muy lentamente, cada cuadro en blanco y negro es tan bien balanceado y armonioso que nos parece estar contemplando una obra de arte. No es fácil ver cine viejo, pues el cine envejece en general muy mal. Como en otros campos del arte, el que la película resista el paso del tiempo es un buen indicio de que posee cualidades especiales, es prueba de que el director encontró situaciones, escenas, momentos y un lenguaje que siguen siendo significativos.

Dos cosas se quedan en la mente al ver esta película. A diferencia de las películas de Hollywood, el conjunto de acontecimientos no se encamina a lo que en el fondo desea el espectador; no, como es frecuentemente la triste realidad, los pobres terminan más pobres y jodidos, y los menos pobres, con un poco más de posibilidades de salir adelante, logran una situación mejor. La profesora, dadas las circunstancias –los horrores de la Segunda Guerra Mundial– deja de ser la persona alegre de la juventud para convertirse en una mujer triste.

El otro asunto que se queda en la mente es que los niños permanecen casi todo el tiempo fuera del aula de clase. La profesora los saca a caminar y a cantar, y así pasan la mayor parte del tiempo (los niños cantan durante una tercera parte de la película, formando un hermoso coro; la película dura más de tres horas). Entonces no se puede dejar de pensar en que los niños nuestros van al colegio a estar ocho horas dentro de un aula de clase, en silencio, sin moverse sin reírse y sin cantar. ¿No es un absurdo?

George Bernard Shaw, al reflexionar sobre la educación, llega incluso a decir, y exagera, creo, que el colegio es encarcelamiento pensado por los padres para resolver la molestia que producen los niños cuando se quedan en casa. Hace 70 años la educación en los colegios era cruel, además de absurda. A los niños se les podía castigar sicológica y físicamente. Ahora el colegio es sobre todo aburrido, pues la enseñanza carece para el estudiante de propósito, y no se hace de manera divertida y con libertad. No es que no sea importante, como dice Bernard Shaw que se eduque la mente y el autocontrol, pero como dice también él, si una clase resulta aburridora, el niño debería poder salir del salón e irse a jugar, como nos salimos los adultos de una conferencia que no nos gusta, de la sala de cine, de la obra de teatro.

Volviendo al tema, los niños de Veinticuatro ojos juegan y cantan al aire libre, y al respecto como dice Nietzsche (cito a Ricardo Bada en su blog de esta semana citando a Nietzsche): “Un par de horas ascendiendo montañas convierten a un santo y a un canalla en dos criaturas muy parecidas; el cansancio es el camino más corto hacia la igualdad y la fraternidad”. Quizás necesitamos niños más cansados de jugar y de estar al aire libre, menos aburridos y tensos con las tareas y los exámenes, menos dispuestos a vengar sus rabias con otros niños.

 

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