Se decora para separar lo natural de lo artificial. La decoración siempre mostrará un signo de intención. Es muy poco probable que encontremos en la naturaleza un elemento decorativo que se repita siguiendo un intervalo regular. Sabemos que las plantas crecen siguiendo la sucesión identificada por Fibonacci, y que hay formas como la del nautilo, que crece en espiral logarítmica. Otra cosa es encontrar dibujos, manchas, puntos, círculos, figuras geométricas o rayones organizados que se hayan formado naturalmente.
A los caballos se les forman en las crines unos enredos que parecen una especie de trenzados; esto llama tanto la atención, que es del imaginario colectivo decir que las brujas se encargan de tan dispendiosa tarea. Respecto a la brujas, el sicólogo Jonathan Haidt dice que los grupos humanos las inventan, que crean esos seres sobrenaturales, no para explicar el universo, sino para poner en orden sus sociedades.[i]
Nuestro sistema perceptivo se despierta ante lo improbable. Nos movemos por el mundo ignorando lo que es permanente, lo que está ahí y es común, y, por el contrario, nos detenemos ante las formas en las que percibimos un trabajo o elaboración especial. Muchos dicen que una manera de entender mejor las formas es decorándolas. A veces, me parece que no, que puede volverlas más difíciles de apreciar. Lo que sí es evidente es que la decoración añade valor a la pieza decorada.
Muchas veces con la decoración se alcanza la categoría de arte. Sólo basta comparar el capitel de una columna sin decoración con el de una decorada. No hay que explicar nada.
Capitel del claustro románico del Monasterio cisterciense de San Andrés de Arroyo (Palencia). Capitel dórico del Partenón.
En Occidente, la categoría de arte se ha diferenciado de la de artes decorativas. La de artes decorativas tiene menos estatus, aun sabiendo que algunas cúspides de la arquitectura y de las artes se han alcanzado precisamente por sus valores decorativos. Son ejemplo de esto el arte del Lejano Oriente, el del mundo islámico, el del mundo anglo-irlandés, el final del gótico, el plateresco español, el rococó, el churrigueresco mexicano, el art nouveau y el arte de muchas culturas tribales, como la de los maoríes o de los indios del este estadounidense. E. H Gombrich no dejó de preguntarse por qué los bordados de las campesinas eslovacas, que su mamá coleccionaba, no eran considerados “arte” al igual que las grandes pinturas. En este libro nos planteamos la misma pregunta.
La decoración siempre fue producto del trabajo manual y de las tradiciones, y daba muestras de las destrezas del artesano, de su cultura y del tiempo invertidos en volver especial los objetos y superficies del mundo. La industrialización suprimió el gran valor que le dábamos a los objetos decorados. Lo que antes era un privilegio para unos pocos, se comercializó, se produjo en grandes cantidades con acceso a muchos. La revolución industrial puso en jaque la decoración y sus motivos decorativos tradicionales. La máquina de alguna manera fue un nivelador social, pues, una vez una máquina produce artefactos bellos por miles, sin esfuerzo ni cuidado, y todos perfectos, la perfección y decoración del objeto se vulgariza.
Se decora para mostrar pertenencia a un grupo humano y para diferenciarse de los demás; por ende, para mostrar estatus, señalar el puesto en la jerarquía social. Los uniformes son formas de decoración para mostrar el oficio. Los vestidos militares, con sus medallas e insignias, son hasta infantiles en la obviedad de sus propósitos. La gente les pone vestidos a sus mascotas y, en general, a los animales domésticos, para humanizarlos. También para mostrar apropiación. Cuando se va caminando por un bosque y se encuentra uno un corazón tallado en la corteza de un árbol, se ve claramente la intención del autor de apropiarse de lo que no le pertenece. La bandera americana puesta en la Luna sirve para decir que los norteamericanos estuvieron allá. Es como si los humanos sintiéramos la necesidad de marcar el territorio y de gritar, ¡AQUÍ ESTUVE YO! O esto es mío.
Si decorar es un crimen, como alegaba furibundo el famoso arquitecto Adolf Loos, estamos condenados a ser criminales. El arquitecto y diseñador industrial alemán Mies van der Rohe fue quien pronunció la famosa frase “Menos es más”. Suena bien, pero parecería que a nadie convence.
[i] Jonathan Haidt. La mente de los justos. Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata. Bogotá,
Planeta, 2019, p. 36.
Ana Cristina Vélez
Estudié diseño industrial y realicé una maestría en Historia del Arte. Investigo y escribo sobre arte y diseño. El arte plástico me apasiona, algunos temas de la ciencia me cautivan. Soy aficionada a las revistas científicas y a los libros sobre sicología evolucionista.