Esa fue la característica de Ada Lovelace: el atrevimiento, el valor de meterse en un mundo que era exclusivamente masculino y que hoy, de alguna manera, lo sigue siendo: en el mundo de los computadores y la programación; estamos hablando del año ¡1836! Ada creció anhelando la presencia de su padre, que se fue a buscar mejores aires cuando ella tenía cuatro meses de nacida. Fue tal el temor de la madre de Ada de que esta se pareciera al famoso poeta romántico, o que tomara el mismo rumbo, que la educó para que condujera su vida por los caminos cuadriculados del rigor matemático, y la pasión quedara, en lo posible, desnutrida y arrinconada por la información que alimentaba el conocimiento y la razón. Para Lady Byron, la educación en usanza: conocer los modales y protocolos de la alta sociedad y adquirir las destrezas para ser una buena madre y ejemplar esposa no estuvieron dentro de los planes para su hija.

Ada Lovelace no solo fue matemática, sino quizás la primera mujer programadora de máquinas de computo; hoy computadoras, prótesis de la inteligencia humana. Fue una mujer rebelde, apasionada e intensa. El qué dirán nunca puso resistencia a su ambición. En una de esas fiestas de la aristocracia inglesa del siglo 19 que tantas veces hemos visto recreadas en el cine, Ada conoció al ingeniero y diseñador de la máquina analítica, Charles Babbage. Hay personas que se cruzan en nuestro camino para torcerle definitivamente el rumbo. Ya estaba casada con el octavo Barón de King (más adelante, conde de Lovelace, de quien tomó su apellido, y con quién tuvo tres hijos) cuando le propuso a Charles Babbage ser su asistente. Recordemos que en el siglo 19, las mujeres casadas no trabajaban por fuera del hogar, menos para un hombre que no fuera el marido, y mucho menos en ámbitos científicos. Y para mostrar lo poco que había cambiado cien años después el papel de la mujer en la misma Inglaterra, y ni mejor hablar del resto del mundo, citemos a Virginia Woolf.
En su libro, Una habitación propia, dice así Virginia Wolf: “¿Os he comunicado con bastante claridad, en las palabras que han precedido, las advertencias y la reprobación del sector masculino de la Humanidad? Os he dicho en qué concepto tan bajo os tenía Mr. Oscar Browning. Os he indicado qué pensó un día de vosotras Napoleón y qué piensa hoy Mussolini. Luego, por si acaso alguna de vosotras aspira a escribir novelas, he copiado para vuestro beneficio el consejo que os da el crítico de que reconozcáis valientemente las limitaciones de vuestro sexo. He hablado del profesor X y subrayado su afirmación de que las mujeres son intelectual, moral y físicamente inferiores a los hombres. Os he entregado cuanto ha venido a mis manos sin ir yo en busca de ello, y aquí tenéis una advertencia final, procedente de Mr. John Langdon Davies. Mr. John Langdon Davies advierte a las mujeres que «cuando los niños dejen por completo de ser deseables, las mujeres dejarán del todo de ser necesarias». Espero que toméis buena nota. ¿Qué más os puedo decir que os incite a entregaros a la labor de vivir? Muchachas, podría deciros, y os ruego prestéis atención porque empieza la peroración, sois, en mi opinión, vergonzosamente ignorantes. Nunca habéis hecho ningún descubrimiento de importancia. Nunca habéis sacudido un imperio ni conducido un ejército a la batalla. Las obras de Shakespeare no las habéis escrito vosotras ni nunca habéis iniciado una raza de salvajes a las bendiciones de la civilización.”
Es claro que Virginia Woolf nunca supo de los aportes de Lovelace ni los de las matemáticas María G. Agnesi (Milán 1718-1799), Sophie Germain (Paris 1776- 1831) o Emmy Noether (Alemania 1882 -1935); y se entiende ya que ellas fueron la excepción, no la regla.
Volviendo a la historia, Charles Babbage la aceptó como ayudante. En 1842, Ada tradujo al inglés una conferencia dictada por el ingeniero en la Universidad de Turín, en Italia. Además, adicionó unas notas de su creación (el tamaño de la conferencia se duplicó con las notas). Fueron notas de importancia, pues no solo explicaban mejor que Babbage cómo funcionaba la máquina, sino que además describían un algoritmo que, a menudo, es considerado el primer programa para computador. El algoritmo podía ser empleado para calcular los números de Bernoulli: una sucesión de números racionales con profundas implicaciones en la Teoría de números y aplicaciones prácticas en la elaboración de cartas de navegación. La máquina, lo predijo Lovelace, podría hacer varias rutinas en paralelo; en sus palabras: «Esta máquina puede hacer cualquier cosa que sepamos cómo ordenarle que ejecute».

Como su padre, el famoso poeta Lord Byron, Ada no tuvo con una sola pareja y se vio enredada, con varios hombres, en escándalos de infidelidad. Era adicta al juego. En compañía de sus amigos masculinos inventó un modelo matemático para apostar y ganar, que perdía. Las deudas la persiguieron el resto de su corta vida. A nuestra heroína le dio cáncer de útero. Los tratamientos médicos de entonces ayudaban, pero a matar, y Ada Lovelace murió de 36 años; coincidencia nada poética con su padre, que murió exactamente de 36 años.
El segundo martes de octubre se celebra el día de Ada Lovelace. El 11 de octubre se celebra el Día de la niña. Aprovechemos estas dos fechas para hacer consciente la importancia de la educación de las niñas en el mundo entero. Se sabe que allí donde se pone empeño en educar a las mujeres, se logra un cambio positivo que beneficia a todos. Cuando las niñas están facultadas para dirigir y tener los recursos que se necesitan para impulsar el cambio, las posibilidades son inconmensurables.