Consumimos para tener, tenemos para mostrar, y mostramos para subir en el rango social. Los objetos que portamos con nosotros, muchos de ellos, se pueden considerar partes del cuerpo, extensiones de lo que somos, objetos que desempeñan el rol de las plumas y adornos de los animales y las plantas. Somos monos desnudos, por eso robamos los adornos de la naturaleza para ponérnoslos sobre la cabeza y el cuerpo (plumas, pieles, flores, dientes, colmillos, etcétera).

Todos somos consumistas, aunque no lo creamos así, pero claramente hay grandes diferencias entre unos y otros. No se puede negar: el consumismo capitalista produce muchas de las emociones excitantes que trae la vida moderna; también, genera aspectos horribles que nos desagradan. A la mayoría de la gente le gusta comprar ropa, accesorios, automóviles, carteras, seguridad, educación, medicinas y productos para su recreación, como paseos, música, conciertos, cine, drogas; a muchas personas les gusta viajar, y la mayoría echaríamos de menos algunas de estas cosas si tuviéramos que vivir en un mundo carente de ellas.

Somos ambivalente al juzgar el consumismo porque detestamos algunos de sus efectos secundarios o, digamos, de rebote, como la explotación laboral, las deudas que nos deja, la explotación ecológica, la polución, la basura, la complejidad industrial, la corrupción, las diferencias sociales que marca, la alienación para con algunos. Básicamente, seríamos más felices si estos efectos secundarios desaparecieran o al menos disminuyeran. Por otro lado, el nivel de vida que llevamos acaba con los recursos del Planeta y, además ¡lo calientan! Los ecologistas dicen que los seres humanos consumimos más de la mitad de la biomasa que crece cada año sobre la Tierra.

No deberíamos olvidar, nos guste o no, que el mercado influye en todos los aspectos de la cultura moderna. Deberíamos entenderlo con profundidad. La triste realidad es que no lo entendemos, y más triste todavía es saber que obedecemos a la propaganda inconscientemente. La publicidad nos bombardea con tres mil mensajes cada día (se ha estudiado). ¿Cómo no terminar creyendo en algunos de estos? ¿Cómo hacer para no consumir lo que no necesitamos?

La biología nuestra, por ser animales sociales y jerárquicos, nos empuja a actuar de manera que nuestro estatus aumente en la sociedad a la cual pertenecemos; así que nos hace sentir el placer de impresionar a los otros y de exhibirnos. Como todo rasgo humano, el deseo de aumentar el estatus puede llegar a ser patológico. Los narcisistas son aquellos individuos que tienden a alternar entre la búsqueda del estatus y la búsqueda del placer. Estos dos aspectos son los mismos que presenta el consumista, pues compra para aumentar su estatus, o por hedonismo; compra para impresionar a otros, o para darse alguna forma de placer.

Con sus compras, el narcisista quiere demostrar cuáles son sus gustos, cuál es su estatus, y magnificar su capacidad económica. Al mostrar sus gustos señala quién es, a qué grupo pertenece y quiénes son dignos de su amistad. Deseamos como amigos a las personas que comparten nuestros gustos y criterios estéticos y, por supuesto, a quienes comparten nuestros criterios morales y sociales: religión y afiliación política. Ni con el gusto ni con el estatus ni con la capacidad económica ganamos los beneficios que creemos ganar. Lo que los demás leen son los rasgos importantes de verdad, los biológicamente importantes, los rasgos estables, los que se heredan, los que están anclados en el ADN, como son el atractivo físico, la salud o resistencia a las enfermedades, la salud mental, la inteligencia y la personalidad. Cuando buscamos pareja o necesitamos contratar a una persona para que trabaje para nosotros evaluamos esos rasgos estables. La pregunta que surge es: ¿por qué diablos gastamos tanta energía, recursos y dinero, en consumir objetos que añadan algo a los rasgos que no son importantes? Ya que los demás no los consideran determinantes al elegirnos como pareja, amigo o empleado, ¿por qué nos equivocamos y les damos valor? Somos obedientes, tenemos miedo a salirnos del grupo.

Estas y muchas otras preguntas surgen cuando nos detenemos a pensar en lo que compramos, en lo que consumimos.

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