Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Teresa de Jesús y el concepto de santidad

Infierno, Bosco.

 

El 28 de marzo, hace 500 años, nació en Ávila Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida como santa Teresa de Jesús o simplemente Teresa de Ávila. Ya desde niña mostraba una personalidad con características de santa. Así escribió:

Hacía (yo) limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario… Gustaba (yo) mucho cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios como que éramos monjas.9

Después, adulta, fue su obsesión fundar monasterios para la estricta observancia de aquellas reglas que ella consideraba necesarias para la santidad: la pobreza, el pie desnudo, la soledad y el silencio.

Desear la pobreza, el silencio y el martirio se considera hoy la muestra de una mente anómala. Por razones que no conocemos, las mentes místicas presentan atributos parecidos, el más común es el de creer que ven, oyen y sienten entidades extraterrenales; ven el futuro y se comunican con ángeles, espíritus, dioses y demonios. Nada de malo tiene el que una persona le hable a Dios, pero cuando es Dios el que le habla a la persona, allí pasa algo, por lo menos hay una muestra de que la persona se siente excepcionalmente importante, con un ego desproporcionado que merece semejante atención.

La vida de las Santas deberían ser reevaluadas, sus comportamientos no son loables, no son sanos ni repercuten de manera positiva en los demás. Santa Teresa de Jesús fue una gran escritora, pero también fue lo que hoy llamamos una persona chiflada. Dice en Wikipedia:

“Según su testimonio se le apareció Jesucristo (1542) en el locutorio con semblante airado, reprendiéndole su trato familiar con seglares”. “Tuvo en 1558 su primer rapto y la visión del infierno”.

Y dice el biógrafo Pierre Boudot:

En todas las páginas (del libro de su vida) se ven las huellas de una pasión viva, de una franqueza conmovedora, y de un iluminismo consagrado por la fe de fieles. Todas sus revelaciones atestiguan que creía firmemente en una unión espiritual entre ella y Jesucristo; veía a Dios, la Virgen, los santos y los ángeles en todo su esplendor, y de lo alto recibía inspiraciones que aprovechaba para la disciplina de su vida interior. En su juventud las aspiraciones que tuvo fueron raras y parecen confusas; sólo en plena edad madura se hicieron más distintas, más numerosas y también más extraordinarias. Pasaba de los cuarenta y tres años cuando por vez primera vivió un éxtasis. Sus visiones intelectuales se sucedieron sin interrupción durante dos años y medio (15591561). Sea por desconfianza, sea para probarla, sus superiores le prohibieron que se abandonase a estos fervores de devoción mística, que eran para ella una segunda vida, y la ordenaron que resistiera a estos arrobamientos, en que su salud se consumía. Obedeció ella, mas a pesar de sus esfuerzos, su oración era tan continua que ni aun el sueño podía interrumpir su curso. Al mismo tiempo, abrasada de un violento deseo de ver a Dios, se sentía morir. En este estado singular tuvo en varias ocasiones la visión que dio origen al establecimiento de una fiesta particular en la Orden del Carmelo.

Hoy, estas declaraciones serían motivo suficiente para correr donde el siquiatra, pero, cuando se trata de santas y en el contexto de otras épocas, las aceptamos sin “verlas” en su justa medida. Cuando el sacrificio personal no repercute en el bienestar de nadie, es mejor ahorrárselo, pues ¡para qué! El éxito de los monasterios es perfectamente comprensible en el mundo descrito por el Bosco en El jardín de las delicias. Así era Europa hace 500 años, sobre todo para la mujer: un infierno entre las neblinas de la ignorancia. El paso de Santa a bruja era muy corto; una palabra, un enemigo de más, y las visiones se convertían en tretas del diablo, y a la hoguera. La organización social en Europa en el siglo 16 era misógina y despiadada, eso explica el que los monasterios tuvieran éxito, eso explica el miedo, los comportamientos absurdos y la locura colectiva. El monasterio ofrecía una salida para muchos; la sola santa Teresa fundó más de quince.

Cuando santo significa ser “escogido” por una entidad superior, se convierte en un concepto extraño, elitista y de un corazón poco humilde. Cuando santo denota una perfección moral es más interesante y los parámetros de hoy son definitivamente distintos a los del siglo 16, 17, 18, 19 y 20. Santo es alguien destacado por sus virtudes. Hoy el concepto de virtud ha cambiado, sobre todo para la mujer. Una inteligente ley moral dice (David Rowe autor intelectual): deberías comportarte como si el resto del mundo fuera a hacer lo mismo que tú. Claramente el comportamiento de las santas no es digno de emulación.

Hablar con admiración de una persona que se autoflagela para “agradar” a Dios, hablar bien de los ayunos o del uso de cilicios como formas de complacer a una entidad superior no suena correcto; estos comportamientos se apartan de lo que es saludable, son aberraciones de mentes deformadas o trastornadas. Es verdad que la capacidad de sacrificio es una muestra inequívoca de la importancia que damos a un evento, a un estado o a una relación. Los padres, por ejemplo, dan la vida por sus hijos, y no al revés. Hay buenas razones genéticas para que así sea. Pero el sacrificio para pedir favores es una forma de soborno. Cómo podría una entidad moralmente superior y todopoderosa no darse cuenta de las necesidades de sus fieles y atenderlas sin necesitar oraciones, ruegos o súplicas. ¿No es una forma de narcicismo querer que nos alaben o nos digan incesantemente que nos aman? La justicia no puede ser obtenida  mediante favores, sacrificios,  ruegos o alabanzas pues dejaría de serlo.

 

 

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