Parte segunda

En esta segunda parte deseo continuar con mi análisis sobre la belleza como se expone en el artículo de Jürgen Schmidhuber, titulado Driven by Compression Progress: A Simple Principle Explains Essential Aspects of Subjective Beauty, Novelty, Surprise, Interestingness, Attention, Curiosity, Creativity, Art, Science, Music, Jokes (Impulsado por el progreso de la compresión: un principio simple explica aspectos esenciales de la belleza subjetiva, la novedad, la sorpresa, el interés, la atención, la curiosidad, la creatividad, el arte, la ciencia, la música y los chistes).

Después de leer la primera parte, surgen de manera natural preguntas como ¿todo lo compresible es bello? ¿no es lo feo compresible también? ¿Los grados de sensación de belleza son proporcionales al grado de compresibilidad?

Afirma Jürgen Schmidhuber que un avance de compresión inusualmente grande merece el nombre de descubrimiento. Previamente nos había dado el ejemplo de la Ley de la Gravedad, de Newton: un fragmento de código muy breve nos permite comprimir, en gran medida, todas las observaciones previas sobre los objetos cuando caen. Lo belleza no estará en los objetos que caen, sino en la síntesis que la ley de Newton presupone, pues comprime las observaciones acerca de todos los eventos que ocurren todas las veces que soltamos un objeto en un mundo donde hay gravedad.

Taj Mahal. Una edificación reconocida por su belleza.

Dice Jürgen Schmidhuber que el buen arte es capaz de revelar regularidades previamente desconocidas, pues permite que el observador conecte patrones previamente desligados, y logra de esta manera que la combinación de esos patrones sea subjetivamente más compresible. El buen arte es un opener que abre nuestros ojos. Eventualmente, con el paso del tiempo, dice Schmidhuber, el buen arte deja de serlo, pues, según él, éste se vuelve manido, y por ende poco interesante. El buen arte, según su argumento, sería un gran descubrimiento mientras dura la experiencia. Schmidhuber también argumenta que la creación activa y la percepción atenta de todo tipo de obras de arte son solamente subproductos de nuestro principio de interés y curiosidad, que recompensan las mejoras que se den en los compresores de información.

Afirma que muchos obtienen placer y recompensa al percibir obras de arte, en ciertas pinturas o canciones, pero que diferentes observadores subjetivos, con diferentes aparatos sensoriales y algoritmos de mejora del compresor, preferirán diferentes secuencias como datos de entrada. De allí que cualquier teoría objetiva sobre lo que es buen arte deberá incluir al observador subjetivo como parámetro.

Si se trata de una melodía, para dar un ejemplo, dice, ¿Qué canción elegiría un humano en una circunstancia determinada? Ciertamente, no la canción que acaba de escuchar diez veces seguidas, pues esa sería demasiado predecible. Tampoco una por completo extraña, digamos con ritmo y tonalidad completamente desconocidos, pues sonaría a sus oídos demasiado irregular, demasiado “aleatoria, arbitraria y subjetiva”, como lo es el ruido. Posiblemente optaría por una melodía que sea lo suficientemente desconocida como para contener armonías, melodías o ritmos inesperados, etcétera, pero lo suficientemente familiar como para permitirle reconocer rápidamente la presencia de una nueva regularidad o compresibilidad que se puede aprender en el flujo de sonido. Claro, esta canción se volverá aburrida con el tiempo, pero no lo será hasta que resulte trivialmente aprehensible.

He leído que los estudios que se han hecho sobre la manera como el público aprecia nuevos objetos que salen al mercado están de acuerdo con el postulado anterior. Al cliente le gusta que le muestren cosas novedosas, pero con las cuales tiene un cierto grado de familiarización. Lo muy nuevo es desconcertante, y las personas no saben cómo “entenderlo”. En el arte ocurre algo muy similar. Por esa razón, posiblemente, las Señoritas de Aviñon, de Picasso, fueron rechazadas por el gran público en su momento. Lo mismo ocurrió con las obras del Barroco y del Impresionismo, que también fueron rechazadas en su momento porque, en los términos de Schmidhuber, las mentes no tuvieron la manera de comprimir la nueva información que se les ofrecía; los patrones incorporados en sus mentes no servían para “descifrar” las nuevas obras. No podían ni codificarlas ni comprimirlas.

En mi opinión, su tesis se queda corta para explicar la sensación de belleza que despiertan dos obras del mismo estilo y categoría. No sabemos si su postulado permitiría saber, por ejemplo, si el David de Miguel Ángel es más bello que el David de Donatello o al revés. ¿cómo se explicaría uno o lo otro según su teoría?

De Wikipedia. Escultura fang del siglo XIX, similar en estilo a las que Picasso conoció en París antes de finalizar Las señoritas de Aviñón.

Creo que el problema de la apreciación de la belleza es de hecho mucho más profundo, y no podría resolverse solo en los términos que propone Schmidhuber. Con frecuencia experimentamos que después de conocer una obra canónica, y ser expuesto a otra muy similar, tenemos la experiencia de que la segunda nos impresiona más, aunque el proceso cognitivo y la compresión involucrada en la cognición haya sido necesariamente menor en el segundo caso.

Parece olvidar Schmidhuber el papel esencial que juega el contexto en la apreciación de los objetos y de las obras de arte. El contexto modifica la apreciación, porque necesariamente altera la información, ya sea, porque añade información o suprime información sobre el objeto cuando lo percibimos. Por ejemplo, no es irrelevante el hecho de que la obra de arte esté en la plaza del Retiro, Antioquia, o en la plaza de la Señoría, en Italia. Un objeto blanco sobre un fondo negro contrasta y es muy visible, mientras que un objeto blanco sobre un fondo blanco es difícil de percibir.

Creo, y este es mi crítica fundamental, que Jürgen Schmidhuber confunde el concepto de belleza con la emoción o placer que nos suscita la belleza. Es verdad que la habituación disminuye, y hasta suprime el placer, pero, aun así, sabemos que el objeto bello sigue siendo hermoso, aunque ya no nos despierte el mismo interés ni el mismo placer (como decía la canción: hasta la belleza cansa).

Schmidhuber anula la belleza cuando se anula el placer de apreciarla. Creo que comparamos los objetos de la misma categoría y sentimos que hay unos más bellos que otros, aunque no obtengamos el mismo placer que tuvimos cuando los vimos por primera vez. Recordando experiencias, a veces el placer como respuesta a la observación de un objeto se mantiene repetidamente durante un tiempo. En el objeto hay unas cualidades que somos capaces de apreciar, aunque estemos habituados a él. Al mismo tiempo la apreciación de esas cualidades varía dependiendo de nuevos objetos de la misma categoría que entren a la competencia por alguna de sus virtudes, una, entre muchas, puede ser la belleza. Me parece que la belleza produce un placer que tiene que ver con su contemplación, y no solo con el proceso cognitivo que Schmidhuber plantea.

En conclusión, la tesis de Schmidhuber podría resumirse en el hecho de que el principio algorítmico de compresión explicaría aspectos fundamentales de la atención, la novedad, el interés, la sorpresa, la curiosidad, la belleza, los chistes, la ciencia y el arte en general. Los ingredientes fundamentales de su teoría son:

  1. La existencia de un predictor o compresor que mejora continuamente el historial de datos en continuo crecimiento.
  2. La existencia de una medida computable del progreso del compresor (para calcular recompensas intrínsecas.
  3.  Un optimizador de recompensas o un alumno de refuerzo que traduce las recompensas en secuencias de acción que se espera maximicen el futuro premio.

Coincido con Schmidhuberen en que optimizar el aprendizaje está en el origen de todos los comportamientos humanos, y por consiguiente optimizarlos es una regla universal a la hora de fijar cualquier meta. Pero no basta con señalar que la belleza reside solo en el hecho de que un objeto bello comprima la información o sintetice la “idea” o categoría, mejor que otros objetos de su misma clase.  

Creo que el arte, en definitiva, es el resultado de un óptimo alcanzado hasta un cierto momento por un objeto o comportamiento dentro de una cultura, pero existen muchas otras variables susceptibles de ser optimizadas, además de las mencionadas por Schmidhuberen. La idea de haber alcanzado un óptimo para entrar en la categoría de “obra de arte” es una idea que explico en mi libro sin publicar todavía, El arte al desnudo, y aunque en algunos aspectos coincide con la idea del autor, difiere en el hecho de que, además de la compresibilidad, existe en mi opinión una constelación de factores diferentes que debemos considerar, también susceptibles de ser optimizados. Desde mi perspectiva, la tesis del autor es interesante y novedosa, pero adolece de un reduccionismo que la vuelve precaria e insuficiente para explicar la complejidad de esa actividad humana que llamamos “arte”.

El artículo de Schmidhuber: https://arxiv.org/pdf/0812.4360

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