Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Tener o no tener hijos

Es increíble que una decisión como esta, definitiva para nuestro futuro, se tome con un cerebro de reptil y no con la razón; que se tome sin considerar las consecuencias o los motivos que nos mueven a traer niños al mundo.

En muchas sociedades, independientemente de las leyes, las mujeres son responsables en gran medida de la crianza de los hijos. Existe una razón biológica de fuerza mayor para que esto sea así: la madre está segura de serlo, el padre, no. Para la madre, el embarazo es muy costoso en salud y recursos energéticos; en cambio, para el padre puede o no serlo, dependiendo del compromiso y la responsabilidad que sienta con la mujer embarazada.

Es incomparable el número de mujeres respecto al número de hombres que crían a sus hijos sin la ayuda del otro. Cuando la pareja se separa, casi siempre los hijos quedan al cuidado de la madre, y no solo para la crianza, también para el mantenimiento económico. En los países subdesarrollados, el tener hijos significa para la mujer despedirse de su carrera o vida profesional. En los países del primer mundo, las mujeres adquieren automáticamente dos trabajos: el de madres y el de profesionales. Dado lo anterior, se entiende el por qué la decisión recae sobre las mujeres.

La evolución nos ha diseñado para que busquemos procrear. Pero así como lo evitamos para no tener decenas de hijos, para no tener tres o cuatro, podemos pensarlo bien para tener uno, dos o definitivamente ninguno. La ciencia nos ha permitido gozar sin consecuencias de una vida sexual plena. La razón y la educación nos han enseñado a descubrir nuestras necesidades, detectar nuestras prioridades y defender nuestra libertad y capacidad de elegir.

El mandato de natura dice: reprodúcete y deja tantas copias de tu ADN como sea posible. Por eso es tan difícil y hasta ofensivo decir: mujeres, no tengan hijos en las situaciones en las que la decisión no las favorece. No tenemos que actuar como robots animales que obedecen a los mandatos de la naturaleza o de las religiones, cuyo propósito en la prohibición de evitar los hijos no es más que la de aumentar el número de fieles. Evidentemente, hay superpoblación de humanos, evidentemente el más grande aporte que podemos hacer a la Tierra es tener pocos hijos: no más de dos seres por pareja. La población se envejece, sí, pero esto es transitorio, ocurre por un determinado periodo, después se vuelve a equilibrar.

Otro aspecto para considerar es el de que los niños que nacen deben tener el derecho a la alimentación, a la educación y al amor. La pobreza es una forma de maltrato. La pobreza extrema causa deficiencias en la inteligencia y en la sicología del individuo. Por supuesto, todas las personas, ricas o pobres, deben tener el derecho a tener hijos, pero si la futura madre ha sido educada, es probable que dé prioridad a su seguridad económica y a la de su hijo, antes de meterse en este cambio de vida definitivo y tan costoso. Desafortunadamente, las mujeres menos educadas y con menos recursos multiplican su pobreza y perpetúan la condición de pobreza, pues procrean más que las mujeres educadas.

Las mujeres que tenemos hijos no tenemos que lidiar con la presión social, tenemos que lidiar sí con la realidad de sacar a los hijos adelante. Las mujeres jóvenes, que lo han puesto en duda, se enfrentan a un mundo que las considera bichos raros. No, este estigma hay que borrarlo: ellas son solo mujeres que tienen buenos motivos para evitar la procreación, son desobedientes a las demandas de la naturaleza y a las demandas sociales o de la pareja. Estas son mujeres cuya realización personal apunta a otros objetivos, muchas veces profesionales y más grandes para sus vidas.

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