Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Sobre la homosexualidad, una mirada seria

Del libro Homo sapiens, del divugador científico Antonio Vélez, se presenta aquí su aparte Homosexualidad, sobre todos para quienes ignorantemente creen que ser homosexual es un asunto de elección.

El filósofo y matemático inglés Bertrand Russell decía que a un hombre que se cree un huevo cocido se lo interna en un manicomio sólo por que está en minoría. Y es que la tragedia de muchos homosexuales en un mundo de mayoría heterosexual se reduce, en el fondo, a estar en minoría (se calcula que el 4% de los hombres son homosexuales, y que hay 1% de bisexuales y 2% de mujeres lesbianas). De ahí que se los tilde de pervertidos, degenerados, enfermos mentales, dañados, entre otros epítetos denigrantes. Ahora bien, el simple hecho de ser minoría ha llevado a su discriminación en casi todas las sociedades del mundo, hasta el punto de no ser aceptados para desempeñar ciertos cargos, cuando no es que se los ha perseguido sin piedad. Al genial lógico británico Alan Turing (Martinón, 2000) lo obligaron a seguir una terapia hormonal contra su homosexualidad, de lo contrario iría a la cárcel. El tratamiento arruinó por completo su salud, hasta el punto de que tuvo que abandonar sus trabajos en criptografía, mientras que la policía lo vigilaba como si fuese un criminal. El 7 de junio de 1954 comió una manzana envenenada con cianuro. Tenía 42 años y estaba en plena actividad creativa.

 

La Asociación Psiquiátrica Americana tuvo por muchos años la homosexualidad en la lista de los desórdenes mentales. Hasta 1980, en el Código Penal Colombiano la homosexualidad masculina era considerada un delito (la femenina no se menciona). Por fortuna, los tiempos han cambiado, y ahora la homosexualidad empieza a ser entendida, no como una enfermedad, ni como una degeneración, tampoco como una perversión, sino como lo que es, una variante sexual. La realidad es que toda persona verdaderamente civilizada considera hoy que los individuos homosexuales están en igualdad de condiciones con los heterosexuales, si se los considera desde los puntos de vista de la inteligencia, la creatividad y otros atributos intelectuales, aptos para desempeñar los mismos oficios. Igualmente, no se encuentra diferencia al comparárselos con los heterosexuales en los aspectos morales, cuando estos se entienden sin prejuicios.

 

Por siglos se ha considerado que la homosexualidad es una aberración del individuo, consecuencia de una niñez equivocada. Experiencias tempranas inapropiadas o malos ejemplos pueden sacar la sexualidad de la vía natural, la de la mayoría. Los llamados constructivistas sociales consideran que la orientación sexual es un fenómeno altamente maleable, inducido por el entorno social, y con variaciones notables de una cultura a otra. El sicoanálisis, por su lado, atribuye la homosexualidad masculina a dificultades en las relaciones del niño con su entorno familiar, de tal modo que un padre distante o una madre posesiva y protectora son factores capaces de producir una orientación sexual inapropiada (Ridley, 2000). Un sicoanalista colombiano concibe así la génesis de esta conducta: “El joven ha estado apegado a su madre con una intensidad inusualmente grande. Con la pubertad llega el momento de sustituir a la madre por otra mujer. Sucede, entonces, que el joven no se desprende de su madre, sino que se identifica con ella y busca a quién amar y cuidar como lo hizo su madre con él”. Y agrega el mismo sicoanalista: “La identidad sexual es una conquista del sujeto, y en ese proceso es igual de difícil llegar a ser heterosexual que homosexual”. En otras palabras, la homosexualidad es un simple juego de cara o sello.

 

Tesis biológica

 

Aunque se sabe bastante sobre el desarrollo embrionario, es más lo que se ignora. Sin embargo, sobre el desarrollo sexual, en particular, se conocen algunos detalles que son básicos en la formación de los órganos sexuales y en la identidad sexual del futuro ser humano. Por ejemplo, hasta la sexta semana de la gestación, todos los varones comienzan su existencia con género femenino. A partir de ese momento, para los varones se inicia una etapa crucial en la que el gen denominado SRY (Sex determining Region of the Y chromosome), situado en la rama corta del cromosoma Y, toma por un momento el comando de las acciones que cambiarán la dirección inicial del proceso, femenina, en masculina.

 

Cuando el embrión se acerca al cuarto mes de gestación los distintos órganos genitales, ya diferenciados, inician la producción de hormonas, femenina o masculina según el caso (Acarín, 2001). Estas hormonas son las que determinan la apariencia externa del individuo y sus órganos sexuales. Las hormonas sexuales, la masculina producida por los testículos, y la femenina por lo ovarios, actúan durante la etapa embrionaria y, si la dotación genética no contiene mutaciones perturbadoras de la sexualidad, y si las condiciones ambientales bioquímicas del vientre materno son normales, determinan lo que se llama sexo aparente, o apariencia externa. Asimismo, configuran una estructura cerebral masculina o femenina, según el caso. Adviértase que si por algún motivo falta o se inhibe la acción de los andrógenos en el varón, la morfología y la sicología resultantes se conservan femeninas. Cuando el desarrollo embrionario marcha con normalidad, en la octava semana aparecen los testículos (los ovarios, si se trata de una mujer). Y un mes más tarde comienza a distinguirse el pene (en las mujeres, la vagina y el clítoris). En la semana dieciséis, la maravillosa alquimia del sexo ha terminado su función y la pequeña criatura tiene ya su sexo anatómico bien definido.

 

Es importante señalar que el medio ambiente hormonal del embrión es responsable de que su cerebro se masculinice o feminice. Si está presente la testosterona (Uribe, 1998), esta circula por todo el torrente circulatorio e impregna a su paso el tejido cerebral, de tal modo que se forman receptores específicos para la hormona masculina en el hipotálamo, la amígdala, las áreas frontal y prefrontal y el cínguli. El efecto es permanente, pues tiene una acción organizadora, la que luego, después del nacimiento, se traducirá en características del comportamiento. Algunas áreas especiales, como el núcleo del área hipotalámica preóptica, la amígdala y la corteza frontal orbital, entre otras, presentan dimorfismo sexual, esto es, hay diferencias apreciables entre hombres y mujeres. Se ha encontrado, también, que el núcleo del área hipotalámica preóptica está estrechamente relacionado con la orientación sexual del sujeto.

 

En aquellos casos en los que el gen SRY presenta alguna anomalía severa, el proyecto de varón aborta y el sujeto conserva su condición femenina inicial. También existe en el cromosoma X un gen denominado DAX, que cuando aparece por doble partida se vuelve antagonista del SRY y hace que los portadores sean genéticamente varones, pero mujeres en todos los demás sentidos (Ridley, 2000). La nadadora norteamericana Marilyn Saville era una mujer muy bien definida en todos sus rasgos, pero sus células portaban los cromosomas XY, correspondientes a los varones. Marilyn había desarrollado testículos, pero éstos permanecían ocultos y subdesarrollados dentro de su cuerpo. La atleta española María José Martínez Patiño tuvo que luchar con fortaleza para que se la dejara competir con las damas en los Juegos Olímpicos de Barcelona, pues su dotación genética era XY; sin embargo, en todos los demás aspectos era una mujer completamente normal. Lo que ocurre en casos como éstos es que si bien las hormonas masculinas pueden estar presentes, no existen receptores específicos para dichos compuestos; de ahí que las atletas fuesen femeninas, tanto por sus características sicológicas como por sus atributos anatómicos, con talla y musculatura correspondientes a su sexo aparente, exactamente como si el cromosoma Y no estuviese presente.

 

Estos casos de dotación genética masculina en cuerpo femenino se explican al admitir que hay fallas en algunos genes complementarios, encargados de crear los mecanismos receptores, con el fin de que los embriones puedan detectar la presencia de la testosterona, hormona secretada por los testículos cuando aún su desarrollo es incipiente. El resultado final es una mujer, tanto en lo anatómico como en lo sicológico, incluido en este último la orientación sexual. En otras palabras, una mujer normal puede obtenerse a partir de un proyecto abortado de hombre.

 

La verdad es que el sexo anatómico, el sicológico y la orientación sexual son determinados, al igual que toda característica compleja, por una constelación de genes que trabajan en perfecta coordinación entre sí y con el ambiente. Ahora bien, cualquier falla en uno de esos genes puede conducir a malformaciones, a la esterilidad y, algunas veces, a inducir una forma de comportamiento y una orientación sexual que no se corresponden con el género anatómico. Pueden aparecer todas las combinaciones posibles: sujetos de anatomía y sicología masculinas, pero con orientación sexual femenina; sujetos de anatomía masculina, pero con sicología y orientación sexual femeninas (con frecuencia, estas personas, inconformes, pasan por el quirófano para cambio de sexo físico); sujetos de anatomía femenina, pero con sicología y orientación sexual masculinas, o con orientación sexual masculina y sicología femenina. También los hay bisexuales, esto es, personas con doble orientación sexual. Asimismo, hay quienes se muestran indiferentes ante los dos sexos, los asexuales. Como ocurre con casi todas las características humanas, el abanico de las características sexuales forma un continuo, con los machos y las hembras en los extremos.

 

Las investigaciones sobre la incidencia de lo biológico en la orientación sexual permiten conjeturar, con múltiples razones, que además de los factores culturales, los orgánicos tienen una influencia notable, con seguridad mayor que los primeros. Y es de esperar que así sea, pues antes de nosotros poseer consciencia y cultura, pasamos en el transcurso evolutivo por etapas zoológicas, durante las cuales las razones para explicar la orientación sexual defendidas por las tesis ambientalistas quedan sin ningún piso. En el mundo animal cada individuo está programado genéticamente para lograr una correspondencia perfecta entre su anatomía, su sicología y su apetencia sexual. Este saber implícito le indica al animal si debe comportarse como macho o como hembra, y lo guía para que elija espontáneamente una pareja sexual acorde con su sexo físico.

 

Un estudio realizado por el Instituto Kinsey para la Investigación Sexual, en el que se analizaron dos muestras, la primera compuesta por 1.000 homosexuales, en la que había sujetos de cada uno de los dos sexos, y la segunda por 500 heterosexuales, arrojó un resultado en total desacuerdo con lo afirmado por los constructivistas. El estudio reveló, también, un desacuerdo total con aquellos que aceptan la existencia de una estrecha relación entre homosexualidad y relaciones difíciles de los niños con sus padres de sexo contrario. A la vez, se encontró en el estudio una correlación significativa entre la orientación sexual y la elección de los roles genéricos.

 

Por claros motivos evolutivos, el hombre, una especie zoológica más, debe tener aún programadas en su material genético las instrucciones para lograr una orientación sexual acorde con su sexo físico, pues la aparición de la especie humana es muy reciente, en términos evolutivos, y las instrucciones correspondientes no han tenido tiempo de extinguirse, ni ha existido razón alguna para que ello ocurra. Más aún, dado que la eficacia reproductiva es el determinante primordial del proceso evolutivo, la evolución tenderá obligatoriamente a producir cerebros que conserven la orientación sexual apropiada. En consecuencia, tanto el niño como la niña, en un ambiente normal, deben llegar a una correcta identificación sexual, sin ninguna participación importante de los padres y adultos que los rodean. No obstante, en ocasiones, las instrucciones genéticas relacionadas con lo sexual sufren mutaciones o el entorno bioquímico en el que se desarrolla el embrión y luego el feto presenta alteraciones, lo que conduce, con frecuencia, a que el sujeto asuma una orientación sexual disonante con su anatomía.

 

Cabe advertir que en múltiples oportunidades el sexo físico no está bien definido, lo que hace el problema de la identidad sexual aún más difícil. Es tan compleja a veces la separación de los sexos, que la genetista de la universidad de Brown, Anne Fausto-Sterling (Fausto-Sterling, 1993), no duda en proponer, además de los dos conocidos, la existencia de por lo menos tres sexos intermedios. La literatura médica corriente divide la población en tres clase de sexos: machos, hembras y hermafroditas, clasificación en la que los hermafroditas, o intersexuales, son aquellos individuos con característica físicas sexuales mixtas, intermedias entre macho y hembra; paralelo con ellas, los rasgos sicológicos también son intermedios entre masculino y femenino. Pero a este tercer grupo, a su vez, la investigadora Anne lo divide en tres subgrupos: los Herms (abreviatura de hermaphrodites), que comprende a aquellos individuos de composición cromosómica XY, pero que tienen un ovario y un testículo, en la pubertad desarrollan los senos y, aunque tiene vagina y clítoris, no menstrúan; los Merms (de male hermaphrodites, o hermafroditas masculinos), subgrupo formado por individuos de composición XY, que poseen testículos y, no obstante presentar ciertos aspectos de la anatomía femenina, no tienen ovarios; por último, los Ferms (de female hermaphrodites, o hermafroditas femeninos), clase formada por aquellas personas que poseen ovarios, composición cromosómica XX (femenina) y, en ciertas oportunidades, útero, pero que también tienen algunos genitales masculinos, no siempre bien desarrollados. En todos los casos estudiados, aunque se note la presencia de estructuras correspondientes a los dos sexos, una sola entra en acción al llegar el sujeto a la pubertad.

 

La gama de resultados finales es amplia: podemos tener hombres metidos en alma de mujer, o viceversa. Los especialistas llaman transexuales primarios a las personas que síquicamente pertenecen a un sexo, pero anatómicamente pertenecen al otro (hombres que se sienten mujeres y mujeres que se sienten hombres). Los individuos pertenecientes al grupo denominado transexuales secundarios caen en el limbo sexual: ni se sienten hombres, ni mujeres. Es común que los del primer grupo deseen cambiar de sexo anatómico, mientras que los del segundo se muestren indiferentes ante dicha elección. Estos casos intermedios que presenta el sexo físico, por lógica, van casi siempre acompañados por posiciones intermedias entre masculino y femenino, en lo concerniente a intereses, apetencias, aficiones, roles sociales y comportamiento general.

 

Se sabe que aquellos varones que por causa de alguna irregularidad genética no producen testosterona en estado embrionario, resultan feminizados, tanto en sus características físicas como en las sicológicas. Asimismo, en múltiples oportunidades, el déficit hormonal altera la orientación sexual. De manera similar, la presencia de testosterona en un embrión femenino puede conducir a características físicas y sicológicas masculinas. A veces, y no son tan raras, el medio ambiente hormonal del vientre de la madre no concuerda con el género del embrión, en cuyo caso puede quedar seriamente comprometida la correcta orientación sexual del futuro ser humano.

 

En estudios llevados a cabo con animales (Adler, 1997) se ha observado que al aplicar ciertas hormonas en las hembras preñadas aumenta enormemente las probabilidades de tener crías homosexuales. Por otro lado, si en forma temprana se castra a un animal o se le suministran ciertas drogas que inhiben la producción de la enzima aromatasa, los individuos así tratados son atraídos por miembros de su mismo sexo. Si a las hembras se les suministra estradiol o testosterona, muestran algunas veces comportamiento homosexual. En síntesis, la modificación del balance hormonal en animales muy jóvenes tiene como efecto inmediato modificar las relaciones naturales de atracción entre sexos opuestos, lo que demuestra la enorme incidencia de los factores hormonales en el comportamiento sexual (hormona viene de una palabra griega que significa excitar o mover).

 

Se espera que la presencia de hormonas prenatales femeninas en el hipotálamo de las hembras humanas deje programada la variación cíclica mensual, encargada de poner en marcha todo el mecanismo hormonal que más tarde dirigirá la maduración del óvulo y la menstruación. En los cerebros masculinos, por el contrario, estas variaciones cíclicas deben quedar inhibidas. Además de estas necesarias diferencias funcionales del hipotálamo, en el cerebro humano empiezan a detectarse otras de carácter anatómico. La bióloga Christine de Lacoste-Utamsig (Kimura, 1987), investigadora adscrita a la universidad de Columbia, ha observado que el cuerpo calloso es sensiblemente mayor en las mujeres que en los hombres. Por otro lado, un equipo de científicos de la universidad de California, en Los Ángeles, encontró que el cuerpo calloso de los cerebros de los homosexuales era aproximadamente un 33% mayor que el de los heterosexuales.

 

El neurobiólogo norteamericano Simon LeVay (LeVay, 1994), investigador del Instituto Salk, en California, ha encontrado diferencias anatómicas apreciables entre cerebros masculinos y femeninos. En investigaciones anteriores, realizadas por la neuróloga Laura S. Allen, en la universidad de California, se había observado que los cerebros masculinos diferían de los femeninos en una zona específica del hipotálamo, denominada NIHA3, encargada de regular el comportamiento sexual de los varones. Se encontró que esta zona era por lo menos tres veces más voluminosa en los hombres que en las mujeres. A la luz de estos resultados, el profesor LeVay pensó que en esa misma zona podrían existir diferencias entre hombres homosexuales y heterosexuales. Para su experimento, el investigador examinó 41 cortes cerebrales de personas que habían muerto antes de los 60 años de edad, entre los que había 19 homosexuales masculinos (muertos de sida), 16 varones heterosexuales y 6 mujeres heterosexuales. Pues bien, LeVay encontró que el NIHA3 de los sujetos homosexuales era más parecido, en tamaño, al de las mujeres, y que en los varones heterosexuales era entre dos y tres veces mayor que en los homosexuales. Debe añadirse que un año antes de conocerse los resultados de LeVay, un grupo de investigadores alemanes había descubierto que en el hipotálamo existía cierto grupo de neuronas que era más grande en los homosexuales que en los heterosexuales. Y otros investigadores han encontrado una extraña relación: es mayor la proporción de zurdos entre los homosexuales que entre los heterosexuales.

 

En 1993, el doctor Reuter Dean Hamer y su equipo de investigadores del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos informaron en la revista Science que en 76 familias estudiadas, seleccionadas por haber en cada una de ellas un homosexual masculino, era mayor la proporción de gays que en la población general; asimismo, la desproporción mayor se daba en la línea femenina de las familias. Inquietos por este descubrimiento, realizaron un estudio del ADN de 40 pares de hermanos homosexuales. La investigación mostró que 33 de los pares (83%) compartían cinco marcadores genéticos idénticos, localizados en el extremo largo del cromosoma X, segmento denominado Xq28. Ahora bien, se sabe que los hermanos varones reciben al azar uno de los dos cromosomas X de la madre, por lo que se esperaba que, aproximadamente, el 50% de los hermanos fuesen portadores del cromosoma mutado, contra el 83% observado.

Pero si el 83% de las parejas de hermanos homosexuales compartían un segmento único del mismo cromosoma, eso significaba que en él debían residir instrucciones importantes relacionadas con la orientación sexual. La existencia de un segmento del cromosoma X involucrado en la orientación sexual explica también por qué un rasgo desadaptativo, como lo es buscar el apareamiento con individuos del mismo género, se haya conservado durante generaciones en todas las poblaciones estudiadas. Dice un teorema bien comprobado de la teoría evolutiva, que todo rasgo desadaptativo tiende a desaparecer con el paso del tiempo. Pero cuando la característica negativa reside en uno de los cromosomas X de la madre, las deficiencias, si las hubiere, son remediadas por el otro cromosoma X, siempre presente en las hembras, pero ausentes en los varones, pues en ellos el X va acompañado por el Y, de composición, este último, muy distinta de la del primero. Además, si el efecto del cromosoma mutado es feminizante, esto no se advertirá en la madre, ni afectará su eficacia reproductiva. Por tanto, la característica inducida en los machos por dicho cromosoma, aunque desadaptativa para ellos, tenderá a permacer en la población, arrastrada por las hembras. Suerte igual corren el daltonismo, la distrofia muscular y la hemofilia.

 

El estudio de Hamer recibió algunas críticas por parte de ciertos colegas suyos (Byne, 1994), hecho que obligó al autor a emprender un segundo estudio, esta vez con veintitrés pares de hermanos homosexuales, en los cuales encontró que dos terceras partes, en vez de la mitad, como es lo usual entre hermanos, compartían el mismo segmento cromosómico ya señalado. En otra prueba más, el mismo equipo de investigadores examinó el cromosoma X en doce heterosexuales, hermanos de los homosexuales estudiados, y encontró que sólo una cuarta parte de ellos compartían la región sospechosa de homosexualidad, contra una mitad, que era lo esperado.

 

La conclusión lógica, a la luz de estos primeros experimentos, es que resulta muy probable que el segmento genético supuestamente comprometido con la orientación sexual desempeñe un papel importante, sin ser suficiente ni necesario para determinarla completamente. En otras palabras, que propone, pero no siempre dispone. De la diabetes, por ejemplo, nadie duda que está influida por factores biológicos; sin embargo, se da el caso, no muy raro, de gemelos idénticos en los que uno solo sufre la enfermedad, no obstante poseer ambos la misma dotación genética. Entre gemelos idénticos (Plomin y DeFries, 1998), si uno padece de dislexia, el otro tiene una probabilidad de 0,68 de sufrirla; mientras que entre gemelos no idénticos esa probabilidad se reduce a 0,38. En el llamado desorden de hiperactividad y atención deficiente, si un gemelo idéntico la padece, el otro tiene una probabilidad de padecerla situada entre 0,55 y 0,92. Estos hechos prueban que, muchas veces, lo que se hereda no es más que, o bien una propensión, o una especie de fragilidad frente las fuerzas del ambiente.

 

Michael Bailey y Richard Pillard, sicólogo y siquiatra, respectivamente, estudiaron 56 pares de mellizos idénticos y 54 fraternos, de tal modo que en cada pareja al menos uno de los dos era homosexual, y encontraron que el 52% de los idénticos eran ambos homosexuales, contra el 22% de los fraternos (Wright, 1997). En otro estudio con 161 homosexuales que tenían un hermano varón, en el 22% de los casos, ambos eran homosexuales, mientras que con hermanos de adopción, el porcentaje anterior bajó al 11%. En general, se ha determinado que en los gemelos homosexuales varones, la probabilidad de que su otro hermano tanga la misma orientación sexual es del 57%, mientras que en los gemelos fraternos, la proporción desciende al 24%. En lesbianas gemelas idénticas, la posibilidad es del 50%, mientras que en el caso de fraternas es del 16%. Lo anterior se refuerza por el hecho de que los gemelos idénticos son muy parecidos en intensidad sexual, comienzo de vida sexual y disfunciones sexuales. Esto resultados prueban que el material genético, si bien posee un efecto nada despreciable en la orientación sexual, no es un determinante absoluto. No olvidemos que son muy escasos los rasgos humanos determinados por un solo factor. Lo cierto es que la mayoría de nuestras características son multifactoriales. En general, tratar de reducir la explicación de un rasgo del comportamiento humano a una sola causa no es más que una simplificación abusiva.

 

Pero hay más argumentos a favor de una fuerte incidencia de lo biológico en la génesis de la homosexualidad. Recientemente se ha encontrado que la orientación sexual se correlaciona con el orden del nacimiento. Un niño con uno o más hermanos mayores tiene más probabilidades de resultar homosexual que uno sin hermanos varones. Para explicar este fenómeno, Ray Blanchard propone una teoría sobre el orden de nacimiento de los hermanos. Los cálculos indican que cada hermano mayor que se posea en el momento del nacimiento, aumenta en 33% la probabilidad de resultar homosexual, fenómeno que no ocurre con el lesbianismo. Blanchard cree que el mecanismo yace en el útero, no en la familia. Hay algo específico en ocupar un útero que ya ha contenido varones, de tal modo que la homosexualidad aumenta (Ridley, 2003). Algunos biólogos adelantan una explicación, basados en un grupo de genes presentes en el cromosoma Y, llamados de histocompatibilidad menor. Un gen similar codifica una proteína antimülleriana, sustancia vital para la masculinización del cuerpo, que provoca la regresión de los conductos de Müller -precursores del útero y las trompas de Falopio- en el embrión masculino. Creen que podría presentarse una reacción inmune que crece a medida que aumentan los embarazos, reacción que desencadena una de la madre que impide la masculinización del cerebro, pero no de los genitales.

 

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