Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Sentir escalofrío al oír música

Gallo despeinado jaja... | Rep. Dominicana. | maryloly guerrero | Flickr

La gente joven dejó de oír, ya solo escuchan. Ese verbo tan corto y práctico que es oír no gusta ya. Algunos jóvenes alegan que uno no puede oír música, que, si uno le está poniendo atención, es que la está escuchando. Independientemente del verbo que usemos, casi se podría alegar que el arte más ampliamente popular o con más éxito entre la gente es la música. Los niños gozan y se calman con las canciones de cuna, la música es la religión de los adolescentes y el consuelo de los adultos. Los neurocientíficos hacen experimentos para descubrir por qué nos fascina de la manera que lo hace.

El hecho de que sea un gusto universal, o sea, compartido por todos, y que toma expresión en todas las culturas, ha hecho pensar a muchos que tenemos incluido en el material genético un instinto musical, así como tenemos un instinto para el lenguaje. Pero eso no se ha comprobado. Muchos sicólogos creen que es un producto emergente, resultado de otras adaptaciones que evolucionaron en nosotros. El sicólogo y lingüista Steven Pinker escribió en su libro Cómo funciona la mente que «La música es una especie de pastel de queso auditivo, una exquisita confección elaborada para estimular los puntos sensibles de al menos seis de nuestras facultades mentales». Para Pinker, la música no es un instinto, porque puede muy bien desaparecer de nuestra especie, y nada malo nos pasaría en términos evolutivos.

Un aspecto característico de la música es el de la forma como se fija el gusto musical en la mente de cada uno. Sorprende ver la seguridad con la que cada persona asegura que la mejor música es Tal. Y resulta que Tal, con seguridad, fue la que oyó cuando estaba joven. Las personas sienten de manera muy profunda que la música “verdadera”, la “buena”, es a la que estuvieron expuestos cuando eran muchachos. Es como si al dicho de loro viejo no aprende hablar se le pudiera añadir el de loro viejo no aprende a oír. El oído se endurece para la música, el paladar para los sabores, el cerebro para cualquier cosa que no se aprendió de joven. ¿Han oído hablar de “ventanas” del aprendizaje?, pues falta mucho por decir sobre las ventanas para un segundo idioma, para aprender a tocar violín, para aprender a bailar, para aprender a ver, a caminar, para aprender matemáticas, química, física, etc. El cerebro joven es plástico, y una vez madura —alrededor de los veinte años—, se cierran las ventanas (casi nada más se cuela por estas), se va perdiendo plasticidad; luego se va endureciendo para aprender cualquier cosa, y luego se petrifica, para más adelante perder densidad y desgranarse. La música culta no es muy popular, precisamente porque solo las personas cultas exponen a sus hijos, desde temprana edad, a ella. No olvidemos: nos suena atractivo, aquello que conocemos bien; y, además, solo apreciamos con detalles mínimos lo que conocemos muy bien.

TRIBUS URBANAS: LOS HIPPIES

Pero el asunto de este artículo es que casi todas las personas hemos experimentado eso de que un fragmento musical nos ponga la piel de gallina. Al oír la música que nos gusta sentimos un gran placer, se nos vienen recuerdos a la memoria, a veces experimentamos emociones de amor, de romanticismo, de dicha, de pasión, y de repente se nos eriza la piel. En la universidad de Bourgogne Franche-Comté, en Besançon, hicieron un estudio, examinando el cerebro de personas mientras oían música, para entender por qué y cómo ocurría esto de erizarse el pelo y la piel en ciertos momentos de la pieza musical.

La primera conclusión a la que llegó el equipo investigador fue que esto ocurría en los momentos menos pensados, que no se podía predecir, y que cuando ocurría el escalofrío, se excitaban varios lugares del cerebro involucrados en la sensación de placer: se veía actividad eléctrica específica en la corteza orbitofrontal (una región involucrada en el procesamiento emocional), en el área motora suplementaria (una región del cerebro medio involucrada en el control del movimiento) y en el lóbulo temporal derecho (una región en el lado derecho del cerebro involucrada en el procesamiento auditivo y la apreciación musical). Estas regiones trabajan conjuntamente en el procesamiento de la  música; además vieron que la música activababa los sistemas de recompensa del cerebro y hacía liberar dopamina, la hormona que nos hace sentir bienestar. El sicólogo Daniel Gilbert (el mismo de La sorprendente ciencia de la felicidad) asegura que la felicidad responde a las expectativas. La felicidad se anticipa a la felicidad: nos ponemos muy felices cuando anticipamos que estaremos felices. Y estos investigadores lo corroboran con la música: nos erizamos con la anticipación de lo que vamos a oír en seguida. La música se oye de una manera predictiva, no pasiva. Uno espera un sonido y luego el otro. Por eso, uno entiende lo que está oyendo. La respuesta fisiológica de escalofrío indica que hubo una mayor conectividad cortical.

¿Estamos solos en esto de sentir escalofrío con la música? La respuesta es: NO. Jaak Panksepp estudió las gallinas mientras oían música, y notó que de hecho experimentaban el “factor estremecimiento” ante la canción de Pink Floyd The final cut. Dice Panksepp, que parecían hippies en edad de jubilación (Carter, Rita, El nuevo mapa del cerebro, Ediciones de Librerías, S.A.,Barcelona,1998).

 

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