Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Qué no usar y qué no hacer después de los 50

Ha circulado un video con la fundadora de Creps & Waffles cantando un rap, y no se podría decir que baila, pero al menos lo intenta. La polémica no ha dado espera, y el motivo es simple: para algunos, ella no es lo suficientemente joven para estar en esas. La mayoría de la gente no puede evitar reírse al ver el video. Beatriz Fernández es una mujer dulce y bella, sin duda, y rapea bien, no obstante, el video da risa.

La risa es, entre muchas otras cosas, una forma de sanción social. En su libro El humor, Antonio Vélez nos lo explica: “La risa también es una forma agresiva de sanción y crítica, diseñada para desinflar una pretensión vana, aprovechando cualquier debilidad de la víctima: una peluca que se cae inoportunamente, un orador prestigioso que se bloquea y olvida lo que debe decir, un predicador famoso con hipo, una persona muy pulcra apresurada por una diarrea, un hombre muy elegante que resbala en plena vía pública, una caja de dientes que se sale en un momento solemne, o justo cuando el usuario pretende chiflar a otro”. Y podemos agregar: en el caso de Beatriz, observamos la pretensión vana de una mujer mayor que hace cosas de colegiala.

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Al analizar las decenas de consejos que dan las revistas y gurúes de la moda para no desentonar cuando se tienen más de cincuenta años de edad se encuentra una constante, una que lo resume todo: no ponerse lo que los jóvenes usan para explotar los atributos de su juventud. Y la juventud no es solo belleza y sexualidad, es también desenfado, agresividad, creatividad, extravagancia y desafío a las normas. Por eso la ropa que deja ver mucha piel, o la muy ajustada, tipo vestido de baño, las minifaldas y los minishorts desflecados, las camisitas que muestran el ombligo, las espaldas escotadas, caen en la lista de “no se use”. Los agujeros, los desteñidos, las blusas de cuello ancho por las que se sale uno de los hombros, los combinados de botines con faldita o vestido, son adecuados solo para las jóvenes armónicas y tonificadas.

Si nos desplazamos a la cabeza caerían por fuera de lo deseable el pelo muy largo, el pelo de colores, las trenzas y cholos, las boinas, las gafas amarillas o rosadas, muy grandes o muy chiquitas; y al bajar a los pies: las plataformas, las botas por encima de la rodilla, la ropa de cuero, las medias hasta la rodilla con vestido tipo uniforme; en general, los tacones muy altos, los zapatos de colores pastel o adornados con flores o piedras grandes, las chanclas trespuntadas, los zapatos con flecos. Sobre el cuerpo, se salen de la norma las uñas muy largas o con calcomanías, el maquillaje colorido o excesivo, todo lo postizo, sean pestañas o extensiones de pelo, los añillos en los dedos de los pies, las pulseras en los tobillos, las candongas gigantes, las cadenas, los aretes grandes, el uso garrafal de adornos.

Las jóvenes, en el pico de su atractivo sexual, se pueden dar el lujo de usar cuanto elemento esté a su alcance para llamar la atención sobre parejas potenciales. La joven se deja arrastrar por fuerzas interiores sin percatarse de que lo que hace va encaminado a aumentar su eficacia reproductiva. Lo desadaptado, lo cómico o lo ridículo surge cuando esas pautas siguen haciendo fuerza en la mujer cuya capacidad reproductiva ya pasó, y ella no las ha reconocido o controlado. Es ahí cuando suena la nota que todo el mundo reconoce como discordante. La moda y los accesorios se han inventado con muchos propósitos; uno bien importante es el de aumentar el atractivo sexual y alargarlo en el tiempo. Si la mujer mayor logra engañar a la población circundante sobre su estado reproductivo, sobre su edad, entonces no hay juicio ni hay risitas. Es cuando no lo logra, cuando la gente se mira de reojo y se aguanta la risa ante la facha o el performance. Lo patético resulta al tratar, si es en vano, de esconder lo que se es. Lo que da risa es que se note el artificio, como cuando un infante está haciendo una payasada y nos hace reír, no porque nos convence con su performance, sino porque precisamente no nos convence y su pretensión es evidente, excepto para sí mismo. Si todos caemos en algún momento en la ridiculez es porque no es nada fácil ver con realismo y aplomo el reflejo que nos devuelve el espejo que es la sociedad.

Para curarse en salud queda la posibilidad del decorum, como se entendía en el Renacimiento: usar el tema apropiado en el lugar apropiado; o el decoro, como lo entendemos hoy, como pudor y cuidado. Esto para quienes es importante el qué dirán; pues siempre habrá quienes piensen que lo mejor de envejecer es no tener que gastar energía preocupándose por los juicios ajenos.

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