Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

No a las corridas, no al sufrimiento animal

Definitivamente los jóvenes, gracias a que no están habituados, han dejado de estar ciegos a la infamia que son las corridas de toros y son capaces de oponerse a estas con fuerza. Por fortuna, en las redes sociales más gente se une a la oposición, con la finalidad de que esta brutalidad acabe de una vez. La parte positiva de las redes sociales es la fuerza del conjunto, la propagación rápida y fácil de las buenas ideas. Lo malo de las mismas es contar con la misma fuerza para creer mentiras y propagarlas.

El alegato de que las corridas son un arte, y seguramente lo son, está mal enfocado, pues sean arte o no, es igualmente inmoral infringir sufrimiento a un animal para el entretenimiento humano. Quienes lo defienden consideran que el animal siente dolor pero no sufre. ¿Cómo lo saben? Se pregunta uno.

En la historia de la cultura, los seres humanos nos hemos caracterizado por una gran arrogancia respecto al mundo animal. Siempre hemos considerado a los animales infinitamente inferiores en todos los aspectos. Actuamos como reyes déspotas que someten sin piedad a las demás especies. Los estudios sobre el sufrimiento animal han empezado solo hace pocos años; antes, ni siquiera el tema era digno de estudio. Hasta el 2007, y gracias al trabajo de los veterinarios y a su trato diario con animales domésticos, sabemos un poco. Algunos animales sufren de una manera muy parecida a la humana. No tiene ningún sentido que no sea así, pues el dolor es el mecanismo que ayuda y protege de hacerse daño, y en el gran árbol de la evolución, las adaptaciones valiosas terminan siendo seleccionadas en todas las especies.

Todavía no se sabe cómo los animales experimentan el dolor, pero se sabe que lo sienten. Los procesos físicos que se alteran cuando hay dolor son muy similares en los vertebrados, y permiten apreciar que el animal sufre. Ante el dolor, el animal deja de comer, el ritmo cardiaco aumenta, y también las hormonas del estrés. Los animales sociales dejan de socializar y se apartan. En laboratorio, se ha visto que los animales con dolor prefieren y seleccionan los alimentos mezclados con analgésicos a los alimentos sin esta mezcla y, además, cambian su comportamiento después de consumirlos. Estas son maneras indirectas de ver que un animal que sufre toma medidas, si están a su alcance, para sentirse mejor. El comportamiento con el que cada especie manifiesta el dolor está enraizado en su proceso evolutivo, por lo cual algunas especies lo expresan con agresividad, otras, con inquietud y otras, con pasividad o quietud absoluta. Como las vías evolutivas de cada especie son distintas, el entendimiento del dolor se hace muy difícil.

La expresión del dolor no ha sido seleccionada en muchas especies. En gran medida nos engaña el hecho de que no oímos gritos ni llantos ni vemos lágrimas o gestos humanos que reconocemos como gestos de dolor. Los veterinarios saben que los perros sí tiene un rictus de dolor en el cual parecen sonriendo. Ni los gatos ni los toros ni las tortugas ni los camellos ni los caballos ni los conejos ni las ovejas poseen expresiones faciales de dolor, no dan gritos ni producen gemidos, pero lo sienten, pues su sistema nervioso no es muy distinto del nuestro.

El mundo progresa moralmente, por eso la Asociación mundial de veterinarios de pequeños animales lanzó un estudio que se puede consultar en la red, para que la gente sea capaz de reconocer cuando el animal está sufriendo, en qué medida, y así pueda tratarlo. En un mundo más ético, la gente no va a aceptar ninguna práctica en la cual los animales sufran por causa humana, por eso, las corridas de toros terminarán siendo historia y nada más, al estilo de los circos romanos.

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