Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

El matrimonio para la generación del milenio

La posibilidad de tener vida sexual antes del matrimonio ha hecho que el deseo y la necesidad de casarse se desplacen; hace unos años, el sexo era el gran aliciente. Los medios sociales como Tinder, Hinge, y OkCupid disminuyen el valor de la relación al ampliar las posibilidades de conseguir parejas momentáneas. Hoy, en los países del primer mundo, la gente se casa más tarde. El 56% de la generación del milenio dice que en el futuro desea estar casada; sin embargo, todo indica que se trata de un plan para el futuro, pues en el presente prefieren la diversión al compromiso.

Otro motivo ha desplazado el matrimonio en importancia y en el tiempo. Algo realmente inesperado está ocurriendo en todo el mundo Occidental: más mujeres que hombres se gradúan de carreras profesionales. En USA, 34% más mujeres que hombres se gradúan de College (primer grado universitario) desde el 2012, y cada año la diferencia aumenta. La consecuencia directa es que más mujeres se quedan sin la posibilidad de encontrar una pareja con su mismo nivel de educación, y al mismo tiempo, una cantidad mayor de mujeres ocupa el espacio laboral. Esto último va a cambiar completamente la percepción del matrimonio.

Todavía los hombres siguen siendo los mayores proveedores a la economía familiar, porque ganan más que las mujeres por hacer el mismo trabajo, y porque la mujer, cuando tiene hijos, gasta más tiempo que ellos en los asuntos de crianza y del hogar, y esto tiene un costo económico. A pesar de que las esposas posean un grado mayor de educación que sus cónyuges, el 73% de los hombres casados aporta más recursos económicos al hogar.

Lo increíble es que la mayoría de la gente piensa en el matrimonio con optimismo. Superponen la esperanza sobre la evidencia, pues en el mundo actual, en menos de 10 años, la mitad de los matrimonios termina en divorcio. Pero la gente se casa pensando que el suyo durará para siempre. Afortunadamente, ninguna mujer se casa pensando lo que nuestras madres pensaban: que el hombre es el jefe de la familia, y que ella debe quedarse allí en las malas y en las buenas y hasta que la muerte los separe. Eso fue válido en una sociedad en la que el hombre valía más que la mujer en términos de capacidad de trabajo. Dos generaciones atrás, la mujer tenía hijos, sin poderlos evitar, como una máquina reproductora, y cuidaba de ellos y del hogar, y no recibía educación profesional. El hombre proveía el ciento por ciento de los recursos del hogar, y la mujer, en esas circunstancias, estaba obligada, por fuerza mayor, a quedarse allí. Hoy, independientemente de quién ponga más recursos económicos en la relación, ambos esperan lo mismo de su pareja: inversión económica, afecto, respeto, apoyo, compañía y diversión.

Se pregunta uno ¿por qué la modalidad legal del matrimonio no ha cambiado? La inercia de la cultura es asombrosa. Muchas parejas que conviven no se casan por miedo a las leyes respecto al divorcio. Desde finales de 1800, ya el sexólogo británico Havelock Ellis había propuesto que el matrimonio fuera una alianza temporal. El paleontólogo americano E. D. Cope, en su libro del siglo 19 The Marriage Problem (El problema del matrimonio), propuso que el matrimonio durara cinco años, renovables al final de cada periodo. Se han propuesto ideas más sensatas: hacer un contrato legal donde ambos deciden la duración y términos del mismo. Así como cuando se arrienda una propiedad. Según los detalles se ajustan las clausulas y penalidades en caso de divorcio. Esto sería bueno para desanimar a los interesados que se casan por dinero y bueno para quienes tienen hijos. Entre más hijos haya más responsabilidades se puede pactar. La experta en el amor, la doctora Helen Fisher, dice que estamos diseñados para estar emparejados durante cinco a siete años, y las estadísticas muestran que no está equivocada. En fin, faltan leyes realistas que esperen de los seres humanos lo que en realidad se puede esperar.

 

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