Se han pintado las superficies del mundo desde que el Homo sapiens existe. Frescos y murales han adornado las paredes de las viviendas desde la Antigüedad. Las funciones, entre conocidas y desconocidas, han sido muchas. Nunca se sabrá qué objetivo tuvieron las distintas pinturas rupestres. Se describe lo que se ha encontrado, pero no su razón de existir. Parece haber un gusto generalizado por dejar manchas y líneas donde se pueda: símbolos, representaciones de plantas, de animales y de acciones. ¿Tuvieron estos dibujos el plan de trasmitir conocimiento o de dejar plasmadas ideas? No lo sabemos.

Una vez se levantaron muros, se hicieron pinturas murales: en viviendas, exteriores, templos y tumbas. Las religiones y los gobiernos se han valido de las representaciones pictóricas para invocar y materializar ideas, para convocar y persuadir a los fieles y aldeanos. Las imágenes pictóricas aumentan la importancia y valor del lugar que las contiene.

Las pinturas son fácilmente trasportables cuando van sobre materiales livianos y sueltos: en libros, pergaminos (cuero) y papiros (lámina de papiro). Los retablos o pinturas sobre madera, en los que se representaban los personajes cristianos, permitían llevar al santo a hacer milagros a otro pueblo. Más adelante, el lienzo agilizó y abarató el proceso todavía más.

En el Renacimiento, los artistas pintaban lienzos para colgar en las casas y palacios de quienes podían darse el lujo de pagarlos. Usualmente, los cuadros eran grandes e importantes. En los siglos 16 y 17, las pinturas se comercializaban en gran cantidad, y su tamaño se redujo. Hay evidencia de que se ponían en las paredes, colgadas del techo de las casas. Los cuadros se consideraban parte del mobiliario, y por eso, muchas veces se encastraban en la pared, para lograr una perfecta alineación y que no se movieran; la decoración siempre ha jugado con el sentido del orden y de la perturbación.

En los siglos 17 y 18 hubo dos costumbres rigurosas, nos lo asegura E. H. Gombrich en su libro Los usos de las imágenes: la de colocar un cuadro sobre la chimenea, y los demás, sobre las puertas, en las sopraportas. Para los estándares de hoy, estos cuadros estarían lejos de los ojos, muy altos en la pared. Tengamos en cuenta que en la medida en que se van colocando cuadros en las paredes, los espacios vacíos empiezan a importar. Los sicólogos y decoradores saben que los cuadros que están colgados en fila tienden a perder sus identidades individuales; por tanto, una manera de darle énfasis a un cuadro es creando una disrupción, controlando los llenos, los vacíos y los ejes de alineación verticales y horizontales, para ubicar el cuadro “importante” en un lugar inesperado.

Algo sin duda llamativo de los Países Bajos en el siglo 17 era el hecho de que los cuadros importantes se cubrieran con una cortina, para que no se empolvaran. Algo parecido: hace unos años, las personas cubrían con plásticos los sofás de la sala elegante de sus casas. El marco de los cuadros debía ser suntuoso, pero esto lo habían puesto en uso los italianos, desde el Renacimiento. El marco puede darle o quitarle valor a una obra, ya que el marco crea un “marco” de referencia para su apreciación.

Un filisteo me preguntaba si la pintura solo existía para “decorar” paredes. La evolución de los objetos no sigue los caminos de la lógica, así como no los siguen las especies. Los precursores evolucionan por caminos inesperados, según el nicho donde existen y las contingencias que allí se presentan. Las funciones de los cuadros han variado. Las pinturas para colgar en las casas tienen sin duda una función decorativa, pues interfieren con los muebles de la casa, pero también tienen, de una manera más solapada, una función indicadora de estatus, conocimiento, cultura, riqueza económica e intereses de la familia que la posee.

Miremos lo que dice Gombrich sobre la función del cuadro:

“Creo que aquí existe una sutil pero importante transformación en la función del cuadro sobre la pared. Está destinado a servir como recordatorio, como souvenir, y a rivalizar con los libros como fuente de conocimiento. Por los recuerdos de infancia de Goethe, sabemos que su padre había traído consigo de su travesía por Italia una serie de grabados de panorámicas de Roma que estaban colgados en el salón de la entrada de su amplia casa de Frankfurt”.

Más adelante, Gombrich agrega:

“Lo que me interesa aquí es que este estilo de vida supuso una clave para las clases educadas de Alemania y de otras partes. Aquellos que podían permitírselo tenían una copia a tamaño natural de alguna obra maestra admirada; aquellos que no podían permitirse una copia pintada compraban una reproducción. Un delicioso cuadro de 1849 de una familia de músicos de Basilea nos muestra sin lugar a dudas grabados que fundamentalmente se encuentran protegidos con un cristal, incluyendo, justo en el centro entre las ventanas, La Última Cena de Leonardo, probablemente en el famoso grabado de Morghen que Goethe recomendaba (figs. 181 y 182)”.

En el uso de los cuadros, Gombrich nos cuenta lo importante que fue el grabado como remplazo de la pintura, porque el grabado permitía, y permite, sacar muchas copias de un solo trabajo, y así el costo baja. Hoy el grabado se ha convertido en una forma de arte pictórico en sí mismo.

Luego Gombrich dice que la gente quería comprar cuadros para sus casas y: “Para satisfacer esta demanda, la llegada de la fotografía fue casi como una enviada de Dios, ya que las fotografías pueden reproducir un cuadro tanto con exactitud como de forma más barata”.

Y este fenómeno fue tan violento y velozmente trasformador que se extinguió: hoy nadie quiere tener una reproducción fotográfica de una obra famosa, pues, con lo fácil que es tener una copia sacada de una impresora casera, desaparece el deseo ante algo tan común y barato; además, nadie necesita recordatorios de las pinturas famosas, casi que ni en libros, pues hoy estamos a un clic de distancia de poder ver con lupa las obras maestras en: Google Art Project.

La mejor manera de dejar de “ver” una obra es tenerla permanentemente al frente de los ojos. Los sicólogos y neurólogos han descrito un fenómeno que ocurre en el cerebro: el de la habituación. Estamos dotados para poner atención a lo nuevo y para dejar de sentir, de percibir y de apreciar lo que está siempre rodeándonos. Por eso, cuando alguien le preguntó al pez que cómo estaba el agua, contestó: De qué hablas, ¿cuál agua, qué agua?

La tecnología va más rápido que nuestra capacidad de ajustarnos a ella. La tecnología está cambiando el nicho social, natural e intelectual. Estamos viviendo la explosión más gigantesca y veloz de la historia, de cambios en la percepción de la realidad debido a las nuevas tecnologías y a la IA. Las artes plásticas responden lentamente a estos, y las mentes de los jóvenes parecen no sintonizarse con las respuestas. Parecería que para ellos lo que no está en la pantalla del teléfono no existe. La pintura tradicional, el grabado y la fotografía como arte… no sabe uno si se van quedando sin espacio, sin función o sin razón de existir.

Gombrich, E. H. (2003). Los usos de las imágenes. Fondo de Cultura Económica.

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