Algo me llamó la atención en la reseña que hizo Isabel Coixet de la novela La señorita, escrita por Ivo Andrić, Premio Nobel de Literatura en 1961. La novela, publicada en 1945, se centra en la capacidad ahorrativa de Rajka Radaković. Un solo fin predomina en su vida: primero mantener y luego aumentar la herencia…
Algo me llamó la atención en la reseña que hizo Isabel Coixet de la novela La señorita, escrita por Ivo Andrić, Premio Nobel de Literatura en 1961. La novela, publicada en 1945, se centra en la capacidad ahorrativa de Rajka Radaković. Un solo fin predomina en su vida: primero mantener y luego aumentar la herencia precaria que les ha dejado su adorado padre a ella y a su madre. Rajka Radaković vive desde los quince años hasta su muerte obsesionada por no perder un céntimo de ésta. La historia explora cómo esta obsesión moldea su carácter y sus relaciones a lo largo de su vida en Sarajevo y Belgrado. Andrić hace un profundo estudio psicológico sobre las consecuencias de vivir una vida dominada por la obsesión por ahorrar. En las primeras páginas del libro el escritor nos anuncia el final, pero todos sabemos que es en el desarrollo de la historia dónde encontraremos el arte de su narrativa.
Cuando muere su padre, la señorita se toma en serio su situación, y adapta una actitud austera, que raya en la locura. Poco a poco se va alejando del mundo, de las personas de la calle, de los amigos, de sus propios familiares. Pero esto no basta: también se va alejando o para mejor decir va desconociendo sus propias necesidades primarias y humanas. La señorita centra toda su capacidad física e intelectual, su voluntad, esfuerzo y sacrificio —de una manera metódica, informada, minuciosa y extrema— en acumular y en ahorrar. Se me viene a la mente el hecho, verificable si se mira alrededor, de que cada persona tiene una relación consigo misma en la que se siente con la avidez y el derecho a disfrutar de todo lo bueno que la vida puede ofrecerle o que se priva voluntariamente de lo mismo. No todo el mundo vive para darse gusto; hay quienes dan prioridad a los deseos de los familiares o parejas sobre los propios. En eso de darnos gusto y de los “derechos” que creemos tener se encuentran variaciones gigantes entre los individuos.
Al leer La señorita recordé un cuento de Kafka que se llama Un artista del hambre pues ambos casos son similares. En ellos se expone cómo es la búsqueda de la excelencia. Puede sonar irónico que algo que parece malo se pueda llevar a la excelencia. En ambos se está en la búsqueda desesperada, concentrada e invencible de conseguir una meta. El artista del hambre no quiere que lo obliguen a dejar el ayuno, pues sabe que tiene el poder de mantenerse sin comer más y más días hasta que se muere de hambre. Él busca la alabanza, el reconocimiento a su gran e inusitada capacidad. A la señorita no le interesa ni un poco cómo es vista y juzgada por los demás. El avaro es por excelencia un caradura. Los avaros no caen bien, nunca van a ayudar ni a compartir con nadie un mínimo bien; además van a sacar cuanto provecho puedan de los otros. La señorita no es menos avara consigo misma y con su madre que con los demás. El placer máximo para ambos es lo que otros llamamos el dolor. El artista del hambre actúa como artista, es decir necesita ser notado, necesita que su obra sea reconocida, a la señorita avara y codiciosa no le interesa ser notada, no le interesa existir para los demás, pues no existen relaciones sin inversión o gasto. Su placer es oscuro e íntimo.
A ambos los miramos con ojo crítico; sin embargo, yendo más hondo tenemos que reconocer que hay ejemplares similares en la sociedad a los que aplaudimos. Aquí una lista: los artistas de la anoxia, esos buzos que se sumergen en el mar sin tanque de oxígeno. Muchos han muerto o han quedado con el cerebro para siempre en la oscuridad bajando a las profundidades abisales. Los escaladores de rocas, como Alex Honnold, que subió a la cima de El Capitán sin cuerdas que lo sujetaran. Como él son muchos los que se han caído y matado por el placer de ser los más capaces de hacer la hazaña más asombrosa. Los faquires y los ermitaños, también artistas del dolor y de la soledad, del hambre y de la resistencia. Las monjas de clausura y sus opuestos: los acumuladores y los coleccionistas.
No hay duda de que tener control sobre los apetitos es algo de lo que todos nos sentimos orgullosos. Bueno, conozco excepciones, pero en general todos queremos tener control sobre las emociones y sobre los instintos e impulsos animales, y esta es una pelea que damos contra nosotros mismos desde que nos despertamos, para vencer la pereza, asearnos, hacer ejercicio, ser sociales como es debido, trabajar con atención y esmero, cuidar los bienes, cuidar a los otros, poner nuestro grano de arena en el planeta, vencer los deseos, la lujuria, la codicia, el egoísmo la xenofobia y una lista muy larga…
Recomiendo la lectura de la novela y del cuento. La historia de la señorita tiene aspectos inesperados fascinantes. La historia de Kafka es impactante y dolorosamente fría.
Ana Cristina Vélez
Estudié diseño industrial y realicé una maestría en Historia del Arte. Investigo y escribo sobre arte y diseño. El arte plástico me apasiona, algunos temas de la ciencia me cautivan. Soy aficionada a las revistas científicas y a los libros sobre sicología evolucionista.
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