Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Las delicias de la rutina

Rutina es una palabra que le suena mal a la mayoría de la gente. Se le teme a la rutina, pues se cree que empobrece la vida. Es como si en la rutina se quedara uno inmóvil, embrutecido, siendo el mismo; como si la falta de aventura y de cambio pudieran matar de aburrición. Pero la rutina tiene otra cara: la rutina “agiliza, apresta, aguza…” (de la misma manera que lo hace la pereza, según León de Greiff).

La rutina encarna un principio de economía. Cuando sabemos qué y cómo debemos hacer, no tenemos que pensar, no tenemos que decidir. Cuando hemos vuelto rutina un proceso que implique pasar de A a B para llegar a C, podemos saltarnos B y llegar directamente a C. Ese es una de las ventajas de la rutina: utilizar el camino más corto, saltar algunos pasos del proceso o hacer como si los saltáramos, pues no nos exigen gasto alguno de energía.

Granos de arena ampliados

 

Las sacudidas de los cambios nos obligan a atender lo importante, lo inmediato, nos hacen prestar atención a lo nuevo, y debemos ser rápidos enfrentándolo y decidiendo. La rutina es el dios de las pequeñas cosas: nos invita a sentirlas y a apreciarlas. La rutina permite saborear la vida. En la rutina, cuando todo es conocido, somos capaces de ver lo invisible, lo sutil, lo que se escaparía si fuéramos de prisa. La rutina permite profundizar en las ideas, en las sensaciones, en las emociones. La rutina es necesaria para el trabajo serio intelectual, científico o artístico, pues es la que nos hace expertos. Sin rutina no hay especialización, sin rutina, las minucias se escaparían de la atención.

Obra de Luis Fernando Peláez

Rutina no significa aburrición. El que no le teme a la rutina es porque no se aburre, porque encuentra interesante lo que hace con cuidado y repetidamente. La vida, de hecho, tiene más significado en la regularidad que en los cambios. Las ocasiones especiales son escasas: los viajes, el día del grado, el día de la boda, el nacimiento del primer hijo, los grandes eventos, son pocos y quien los está esperando con ansias se aburre durante los largos intermedios. El que ama la rutina encuentra significado y propósito en la vida. Si la rutina tiene significado, la vida más íntima lo tiene también pues ambas son una sola cosa. La rutina lleva al orden, el orden a la eficacia, a la coherencia y todo esto a la sensación de que lo que hacemos tiene sentido.

 

La vida en la rutina es una eterna ceremonia del té. La ceremonia del té, aunque no se encuentre entre en las costumbres occidentales –la nuestra es la del café–, es la rutina llevada a la expresión artística. La ceremonia del té sería impensable e imposible sin el soporte del hábito. Es el perfeccionamiento de un hábito, su repetición, el ajuste precioso y perfecto, en pequeños cambios, los que hacen de un acto mundano un acto espiritual, como lo son las formas de arte. Es una manera de adorar lo bello que pueda encontrarse en lo banal, es la exaltación de la repetición de los actos comunes, es dar a lo simple y sencillo complejidad e importancia. La rutina, cuando se saborea con cuidado, es como el Aleph, permite ver la geometría de lo minúsculo, sus proporciones en relación con el Universo.

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