La mujer barbie
Para continuar con algunos aspectos que se quedaron por fuera en el pasado blog, uno importante es el de la identidad. El yo, la consciencia y la identidad son conceptos complejos sobre los que se han escrito cientos de libros, cosa que hace pensar que estos conceptos se mueven todavía en el reino de la especulación.
En la realización de cirugías estéticas, la gente busca casi siempre cambiar un poco, mejorar su aspecto, sin perder su identidad. Cabe aclarar que en los asuntos humanos se habla de promedios, pues siempre hay seres excepcionales que buscan lo que nadie más busca. Imposible no mencionar la mujer Barbie, cuyo plan es parecerse a una de las famosas muñecas, o la artista Orlan, cuyo deseo ha sido filmar las trasformaciones temporales de su rostro. En una ocasión pretendió parecerse a la reina egipcia Nefertiti, pero en otras, ha buscado simplemente hacerse cambios monstruosos; también hay quienes se han puesto siliconas tan grandes en los senos, que estos llegan a adquirir el tamaño de balones de basquetbol.

Es curioso, la belleza aumenta cuando nos parecemos más al promedio de la población en la que vivimos, y esto se ha probado en experimentos. Para comprobarlo toman una fotografía frontal del rostro y la fusionan con muchos otros rostros, la mezcla resulta más atractiva para el ojo crítico de muchos que la califican como más o menos bella en la medida en que se va promediando. La belleza del cuerpo y del rostro está, como se ha dicho un sinfín de veces, ligada a la simetría y a una cierta relación y proporción entre las partes. Para decir feo también usamos la expresión “desproporcionado”. Cuando decimos “esa persona tiene la nariz muy grande”, o cuando pensamos que esa persona tiene la cumbamba muy chiquita, o que tiene mucho o poco pelo, estamos comparando lo percibido con un promedio interno que hemos hecho, inconscientemente, a partir de un gran número de personas que vemos a diario, casi siempre de las que nos rodean. Contaba una vez el director de cine Sergio Cabrera, que viviendo en China, a los chinos les llamaba la atención su nariz, les parecía enorme.
El escándalo que produjo en los medios de comunicación la última aparición de la actriz Renée Zellweger, en octubre del año pasado, no fue por su belleza sino por el hecho de haber quedado irreconocible después de las cirugías. A ella no parece importarle, pero el asunto es que a la mayoría de la gente sí le importa mantener su identidad. Tenemos una idea del yo, sicológica, personal, social y física, y nos interesa mantenerla, ser reconocibles. Como el exagerar permite a veces ver lo invisible, pensemos en lo que ocurriría si cada semana amaneciéramos con un nuevo rostro, con nuevos comportamientos que no reconociéramos como propios; movernos por el mundo, relacionarnos con otras personas sería imposible, sería caótico, no podríamos enamorarnos. En las proyecciones que hacemos para el futuro contamos con una cierta estabilidad y coherencia del yo. Todos tenemos una idea de quienes somos, aunque esa idea se trasforme y sea, en gran medida, una construcción del cerebro, hasta cierto punto “inventada”. En la vida social humana es de suma importancia ser capaces de “leer” la mente del otro, de predecir su comportamiento, de conocer de antemano sus intenciones. Si no hubiera en cada persona una unidad y coherencia, la vida social sería imposible.
Porque soy capaz de mirar al otro y entenderlo, soy capaz de mirarme a mí mismo. Dicen algunos que lo que sabemos de nosotros es lo que nos dice ese espejo que son los demás, al relacionarnos con ellos. En la idea del yo juegan la propia imagen, la propia estima y el ideal de lo que nos gustaría ser. Nuestro juicio puede ser pertinente o puede estar desfasado. Los anoréxicos creen que son gordos, estando en los huesos. En el trastorno llamado dismorfofobia, la persona considera que un rasgo suyo es feo o raro, aunque nadie más lo vea así. La propia estima juega un papel importante en la estética, no solo porque la seguridad en sí mismo y la alegría aumentan la belleza o el atractivo de la persona, hasta cierto punto, sino porque la inseguridad lleva al sujeto a pensar que es necesario cambiar para verse mejor. No todo el que busca hacerse cirugías tiene baja la autoestima o es inseguro; podría tenerla muy alta pero perseguir optimistamente el “ideal” de lo que le gustaría ser. En ese ideal juegan aspectos como la reacción que queremos producir en los demás, la forma como nos comparamos con los otros y nuestro rango social o jerarquía.
Las cirugías plásticas aumentan cada año: en el 2013 en USA se realizaron 15.1 millones de procedimientos de este tipo, y en España, 15.000, llegando a ser uno de los lugares del mundo dónde más operaciones de este tipo se realizan. Colombia es el quinto país donde se hacen más procedimientos estéticos, 420.955 al año. Se puede augurar que si las cirugías fueran más baratas, muchísimas más personas se las harían. Esto hace pensar, o que la imagen proyectada en el espejo, que son los otros, no nos deja tranquilos, o que la mayoría de la gente quisiera gustarse más a sí misma.