Goya, Moribundo impenitente León Tolstoi escribió La muerte de Iván Ilich entre 1884 y 1886 impresionado por el relato que el hermano del difunto le relató sobre los terribles sufrimientos que precedieron a su muerte. El juez Iván Ilich Méchnikov había muerto de cáncer abdominal en 1881. Lo primero que sorprende de esta vívida historia…
León Tolstoi escribió La muerte de Iván Ilich entre 1884 y 1886 impresionado por el relato que el hermano del difunto le relató sobre los terribles sufrimientos que precedieron a su muerte. El juez Iván Ilich Méchnikov había muerto de cáncer abdominal en 1881.
Lo primero que sorprende de esta vívida historia es la percepción que tiene Ivan Ilich del doctor y la comparación que Tolstoi hace entre la relación del reo con el juez y del médico con el paciente, una relación jerárquica donde el superior decide sobre la libertad y la vida y donde ni el reo ni el enfermo tienen ninguna posibilidad de discutir su situación, ni de entenderla en términos médicos o jurídicos. En el siglo 19, los doctores eran unos “sabios” que no sabían nada, prácticamente, pero con una gran investidura y poder. Hoy, los doctores saben muchísimo, tienen menos investidura, son más humanos, menos distantes, son más cercanos y sinceros con el paciente.
Ivan Ilich fantasea con lo que lo está matando, como sucede cuando tenemos un síntoma y tratamos inútilmente de encontrar la causa. Que si es el riñón, que si es el páncreas, se pregunta, mientras trata de visualizar los órganos dentro de sí. Nunca obtiene una respuesta. La enfermedad es un fantasma sin rostro, sin nombre, que lo tortura. Durante unos meses se cree enfermo, pero pronto se sabe moribundo. Tolstoi expresa con maestría lo que acontece en la mente de Ivan Ilich en esos momentos: el repaso que hace de su vida, de lo inútil y vana que le parece; su percepción de falsedad en todo lo que le rodea; su lejana relación con el amor; sus sentimientos de gratitud, que solo tiene por su paje.
Luego, Tolsoi se explaya en la agonía de Ivan Ilich. Es terrible, es impactante. El dolor, el dolor que nos pone los pies en la tierra, como casi ninguna otra cosa puede hacerlo, el dolor del que no hay escape, el dolor que llega a enloquecer la mente. ¿Por qué será que podemos sufrir tanto? ¿cuáles ventajas evolutivas puede haber en que podamos tolerar tanto? El dolor es muy importante para la supervivencia, pero este dolor, el dolor de un cáncer terminal no tiene sentido biológicamente hablando. Ivan Ilich grita durante varios días, grita inerme en su tortura incesante.
El dolor es algo que hoy en día no conocemos en sus profundidades y no tenemos que soportar porque tenemos acceso a los medicamentos que lo desaparecen. Hay drogas potentes como la morfina, y hay la posibilidad muy civilizada de que nos ayuden a morir, cuando ya no tenemos un futuro mejor. Cada día, se les agradece a los científicos sus aportes. No hay personas que den más felicidad indirecta en este mundo. Químicos, físicos, médicos e investigadores encuentran más y mejores formas de aliviar nuestros dolores físicos y mentales, nuestros defectos, deficiencias y daños genéticos y accidentales.
La muerte de Ivan Ilich nos hace reflexionar sobre la muerte con sin igual maestría. Tolstoi también va a los remordimientos, al balance total de la vida, al juicio final que seguramente muchos harán. Algunas personas, sobre todo del gremio de las enfermeras han escrito sobre este tema, pues han acompañado durante años a cientos de moribundos que se quejan de lo que hicieron y de lo que dejaron de hacer.
Acabo este blog enumerando los cinco remordimientos más comunes según Bronnie Ware, cuidadora y autora, tomados de su Best seller, Los 5 remordimientos del moribundo. Lecciones de vida que todos aprendemos cuando es demasiado tarde (The 5 Regrets Of The Dying: Life Lessons Everybody Learns Too Late):
No haber tenido el coraje de vivir una vida de acuerdo a los propios principios e ideales y, en cambio, haber vivido la vida que nos impuso la sociedad. Complacer a los demás en detrimento de lo que uno es y desea.
Haber trabajado demasiado. Yo complemento: hacerlo solo por la plata, pues haber trabajado en algo que uno adora es lo opuesto a la infelicidad y al aburrimiento.
No haber tenido el coraje de expresar los sentimientos. Y añadiría: y el coraje de dar nuestra opinión y disentir de los demás.
Haber perdido el contacto con los amigos. Y también me parece: y no haber gastado más plata y tiempo en regalos y ayudas para otros.
No haberse permitido ser más feliz. No entiendo bien este, pero se puede pensar como darse mucho fuete a uno mismo, o se puede entender como proyectar menos hacia el futuro y aprovechar más conscientemente las pequeñas felicidades del presente.
Ana Cristina Vélez
Estudié diseño industrial y realicé una maestría en Historia del Arte. Investigo y escribo sobre arte y diseño. El arte plástico me apasiona, algunos temas de la ciencia me cautivan. Soy aficionada a las revistas científicas y a los libros sobre sicología evolucionista.
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