Primero llega el movimiento y con este el cerebro. Por eso ni los minerales ni las plantas lo necesitan. Las plantas crecen pero no se puede decir que se mueven. Un ser tan extraño como la ascidia posee cerebro mientras lleva a cabo una vida de animal. Más tarde, de adulta se adhiere a una roca, y allí se queda con comportamiento de planta, hasta que muere. Ella misma devora todo su sistema neurológico, pues estándose quieta, este le sobra.
En sus inicios, el cerebro aparece para poder decidir la dirección hacia la cual moverse. Supongamos que un organismo nada en aguas saladas que se encuentran a una determinada temperatura; de súbito, detecta que el agua se está poniendo caliente en una determinada dirección. Su supervivencia puede depender de la dirección hacia la cual se mueve. En un cerebro más complejo, las conjeturas sobre lo que ocurre en la realidad o lo que puede ocurrir son más finas y capaces de absorber mayor cantidad de información del medio ambiente. El cerebro de los animales separa la información del entorno y la de su propio cuerpo. Un animal no se muerde así mismo cuando quiere morder a su contendor, calcula distancias con un conocimiento implícito de su capacidad de moverse, de su tamaño y del medio en el cual se desplazará, además de tener en cuenta los obstáculos. Por eso el cerebro está listo para detectar los cambios, pues en aquello que permanece igual no hay información interesante.
Los biólogos llaman al sentido del cuerpo “agencia”. La “autoagencia” está involucrada en cada acción que emprende un animal (cualquier animal). Los murciélagos y los delfines poseen una tipo inusual de autorreconocimiento, pues distinguen los ecos de sus propias vocalizaciones de los sonidos emitidos por otros de su especie. El neurocientífico Daniel Wolpert dice que el cerebro posee una especie de mapa de los eventos internos y un mapa de los externos, y que de no diferenciarlos, confundiría los pensamientos con los hechos.
Los datos que llegan al cerebro son suministrados por la percepción sensorial, pero en su procesamiento influye el conocimiento previo guardado en la memoria. Luego se aplica un algoritmo, sin exagerar, un proceso probabilístico, Bayesiano, y las decisiones aparecen. Así que primero deducimos y luego decidimos. Además, los animales aprenden. Aprender es adquirir información para luego utilizarla cuando sea necesario, y sacar provecho de ella. El cerebro es costoso pues consume veinte veces más calorías por unidad de peso que el tejido muscular.
Descubrir cómo es la inteligencia de los animales no es nada fácil pues lo que es importante para los humanos puede no serlo para otras especies. La inteligencia está especializada en lo que cada especie necesita saber. Cada especie tiene el tamaño de cerebro que estrictamente necesita; y es más, varía según su uso. Cuando las aves canoras están en la época en que necesitan cantar, el área del cerebro especializada en el canto se expande y luego se achiquita de nuevo. Los cerebros se adaptan a los requerimientos ecológicos. Si los seres humanos poseemos inteligencia, no es ilógico suponer que existe un tipo de continuidad en los tipos de inteligencia animal. Darwin ya lo había anunciado cuando dijo que la diferencia mental entre las personas y los otros animales era de escala y no de tipo.
Estos son aspectos experimentables de la inteligencia animal: la capacidad de hacer inferencias, la capacidad de solucionar problemas, la de hacer herramientas o utilizarlas, la de engañar, la de distraer, la de compartir o ayudar a otros congéneres, la del autocontrol y la del autorreconocimiento.