La oscuridad no es sólo la ausencia de luz. Es algo vivo. Te domina por completo.

Sabine Hossenfelder

En este blog, rara vez escribo de mí o de algo personal. No es mi interés; sin embargo, haré una excepción a la regla pues mi valoración de la novela La clase de griego es absolutamente personal. No tengo otra salida. No podría explicar cómo La clase de griego debería ser leída o entendida por otras personas; es más, llevo varios días intentando explícame lo que sentí y pensé al leerla. 

He leído toda mi vida, he escrito varios libros, entre ellos dos novelas, pero no me dedico a la crítica literaria. El asunto es que terminé la clase de griego a las 9 de la mañana, la había empezado el día anterior, y la volví a comenzar unas horas más tarde, para leerla de un tirón. Pocos libros he leído dos veces y ninguno justo al terminarlo. De Han Kahn leí La vegetariana y me cautivó, por eso quedé con el interés de leer más libros de la autora, y encontré La clase de griego. Además, el tema me parecía todavía más atractivo.

La sinopsis que ponen en todas las librerías dice así (no escribiré lo que ya está escrito):

En Seúl, una mujer asiste a clases de griego antiguo. Su profesor le pide que lea en voz alta, pero ella permanece en silencio; ha perdido la capacidad del lenguaje, así como a su madre y la custodia de su único hijo de ocho años. Ella tiene la esperanza de recuperar el habla mediante el aprendizaje de una lengua muerta. El profesor, que acaba de regresar a Corea después de pasar media vida en Alemania, se encuentra dividido entre dos culturas y dos lenguas. También él afronta pérdidas: su vista empeora irreversiblemente a cada día que pasa, y convive con el miedo de saber que, cuando llegue la ceguera total, perderá toda autonomía.

Pero no es exactamente la historia lo que me cautivó. Voy a tener que usar metáforas para explicar. Me pareció una novela sublime, usando la palabra en su sentido filosófico. Lo sublime es un concepto que se refiere a un sentimiento de elevación hacia algo superior, y a la incapacidad de organizar o contener algo que el entendimiento encuentra.

Como dije, la comencé el mismo día de terminarla, porque mi sentimiento de elevación era nítido, —porque no quería salir de allí, porque si no la volvía a leer tendría que quedarme muchas horas con los ojos cerrados y con tapones en los oídos, para no recibir ninguna otra información— porque era incapaz de organizar lo que mi entendimiento había captado, y no deseaba que se me pasaran las sensaciones que estaba experimentando; además, quería comprender, saber más, ir más hondo; sentía el deseo de sumergirme de nuevo, como lo haría un buzo que justo empezando el ascenso cree percibir algo muy atractivo en el fondo marino.

En La clase de griego la ficción condensa la realidad. Los personajes principales parecen irreales, pero son reales. Conozco a una mujer y a un hombre aquejados de los dos mismos males que sufren los protagonistas de esta novela. Ambos males aíslan de la realidad, encierran al paciente dentro de sí. En la novela nos hablan dos almas solitarias, cada una dentro de un bloque de hielo denso y opaco.

El cuerpo y la mente pueden operar como cárceles, y pueden actuar como instrumentos de libertad también. Es muy difícil tener una conciencia plena sobre nuestra propia condición. Me pregunto: ¿Hasta qué punto estamos encarcelados y hasta qué punto somos libres?, ¿hasta qué punto el cuerpo nos domina o la mente nos domina? Como ejemplo, se me ocurre que una persona muy bella puede usar su apariencia como herramienta de libertad, de atracción, de conquista, sin ni siquiera ser consciente de ello. Si pensamos en lo contrario, un cuerpo feo puede ser un muro, un debilitador, una cárcel. En un extremo de la cárcel estarían los aquejados por el síndrome del enclaustramiento, y en la libertad, estarían las modelos de pasarela y los aventureros. La mente, a su vez, puede servir para revelarnos la verdad o para escondérnosla. Por más que el siquiatra, el sicólogo y el terapeuta lo intenten, es casi imposible modificar o, más aún, erradicar las creencias en las mentes de las personas. Ya es un gran logro cuando una persona se da cuenta de que es una víctima de sí misma. La ilusión de libertad es mejor que la ilusión de encierro, aunque quizás no sean más que dos realidades creadas.

Creo que esta novela es una pequeña obra de arte y voy a explicar por qué. Proporciona un placer estético que conmueve y modifica el estado mental. Después de leerla, exige una reestructuración cognitiva. El psicólogo Gerald Clore propuso una idea que me siempre ha parecido muy valiosa y verdadera, dijo que el sentimiento de intensidad que posee la respuesta estética puede estar directamente correlacionado con la cantidad de reestructuración cognitiva que la experiencia implica.

Le doy valor a la capacidad de conmover, a la capacidad que tienen algunas obras de arte de hacernos salir del yo. Aprecio la potencia de esta novela de haberme movido a un estado de ánimo que no era ni de alegría ni de tristeza, uno que no reconozco propiamente. En esta novela hay misterio, hay algo quieto y sereno, algo doloroso y tierno. Nos sorprendemos cuando notamos la emergencia de un producto que supera sus ingredientes, como ocurre con la buena poesía. Esta novela es como una buena poesía, pues te lleva más allá de la historia, más allá de las palabras.

Los libros pueden tener varias capas y ser pandos, y pueden tener una sola capa y ser profundos, y al revés. Pero no voy a juzgar la profundidad de esta novela, voy a hablar sobre sus capas. En la primera capa está la realidad sólida de lo que les ocurre internamente a los dos personajes principales. Cuando menos pensamos, la novela nos sumerge muy adentro de las palabras, en un estado mental que compartimos con los protagonistas. Todo parece irreal, pero es real. Si hay o no artificio, este es invisible (y te desafía a encontrarlo). No me gustan las novelas de Murakami, precisamente, porque creo detectarles el artificio; lo mismo me pasa con las de Pérez Reverte. En general, me molesta la manipulación y el efectismo en cualquier expresión de arte, sea el cine, la música, la literatura, etcétera. En esta novela, así como en La vegetariana, uno no sabe cómo Han Kahn logra lo que logra con tan pocos elementos, dentro de tanto minimalismo (como si validara la idea de Mies van der Rohe de que menos es más).

En la segunda capa está el amor a las palabras. La autora ama las palabras y revela ese amor en muchos momentos, usando distintos asuntos que recaen sobre la importancia que las palabras tienen para ella; no solo las palabras habladas, también las palabras escritas. Es fascinante.

La tercera capa es lo que ocurre por fuera de la mente, es la historia del profesor, la alumna y las historias aledañas a la historia principal, como la relación epistolar del profesor con su hermana, que sirve para revelarnos quién es el profesor (solo palabras). Los sueños también están en esta capa. En los libros de Han Kahn los personajes sueñan con frecuencia y los sueños son muy importantes. Hay una película en Netflix que recomiendo, se llama On Body and Soul. Tiene algo en común con esta historia, y es una película muy hermosa y conmovedora.

En la cuarta capa está la contención de las emociones, de las ideas, de los actos. Es como si el negativo de las acciones fuera el tema: lo que no se dice, lo que no se ve, lo que se queda en la oscuridad. Ayer, alguien me contó un fragmento de una serie de TV: un niño le dice a su padre que todo está hecho de átomos. El padre le da la razón. La hermanita, que está cerca oyendo, pregunta si las sombras también están hechas de átomos. Esta novela es una historia hecha de sombras, de oscuridad viva.

La clase de griego me parece una obra del arte literario, muy original y, ante todo, supremamente estética.




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