Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Ingenio, agudeza, rapidez mental, sutilezas…

Para que nos alegre este domingo de puente, cedo la palabra a Antonio Vélez

Los repentistas, aquellos sujetos dotados de la capacidad de improvisar sobre la marcha, con la rapidez del rayo, son dueños de un talento bien escaso. De ahí que celebremos sus ocurrencias, sobre todo cuando van acompañadas de sutilezas, de ingenio, de agudeza. Reconozcamos que una parte destacada del humor se basa en respuestas oportunas, inteligentes, rápidas y concisas. He aquí una pequeña muestra.

¿Por qué a un hombre que se cree un huevo cocido lo internan en el manicomio? Pregunta y responde el filósofo Bertrand Russell: Porque está en minoría.

¿Por qué es imposible fabricar algo a prueba de tontos? Murphy tiene la palabra: Porque esos fulanos…  ¡son tan ingeniosos!

¿Cuál es el secreto de un buen sermón? George Burns, experto en sermones sabrosos, responde: El secreto reside en que tenga un buen comienzo, un buen final y, ante todo, que la distancia entre esos dos polos sea la más corta posible. Vale también para los discursos.

¿Por qué corre más el conejo que la zorra? La evolucionista británica Helena Cronin viene en nuestra ayuda: Porque el conejo corre por su vida y la zorra por un almuerzo.

¿Por qué es mejor permanecer callado y parecer tonto? Pregunta y responde Groucho Marx: Porque al hablar podríamos despejar las dudas.

¿Cuál es el secreto de la eterna juventud? La actriz de televisión Lucille Ball (El Show de Lucy la inmortalizó) responde con honestidad: vivir honestamente, comer con lentitud y, ante todo… mentir acerca de la edad.

¿En qué se diferencian la genialidad y la estupidez? Un certero bromista se atreve: En que la genialidad tiene límites. Albert Einstein lo confirma: Hay dos cosas infinitas -decía-: el Universo y la estupidez humana… De lo primero no estoy muy seguro.

Adivinen por qué no existen adivinos. Adivina cualquiera: Porque tales bichos ya serían más ricos que Bill Gates, y ninguno se le aproxima. Y alguien agrega: Porque todos los casinos ya habrían quebrado.

¿Cuál es la paradoja del buen vecino? Contesta un vecino: Mientras más cercas, más lejos.

¿Por qué no hay tratamientos efectivos para la calvicie? Contesta un calvo, y no nos está tomando el pelo: Porque somos muchos.

¿Por qué en el supermercado siempre hay una fila que se mueve más rápidamente que la nuestra? Steven Pinker, lingüista del MIT, contesta con economía: Porque hay varias.

¿Cómo se amasa una gran fortuna? Nelson Rockefeller lo sabe muy bien: Volviendo harina a los demás.

¿Qué se hacen los años que se quitan las mujeres? Un conocedor del eterno femenino mete la cucharada: Se los pasan a las amigas más queridas.

¿Cómo sabemos si un hombre es honesto? Preguntándole -contesta Mark Twain-, y si responde sí, es no.

¿Cuánto dura el amor eterno? Desde ultratumba se escucha la voz de Manuel Mejía Vallejo: Más o menos cuatro meses.

¿Es posible hablar con los muertos? El Gran Houidini se apresura a responder: Sí, pero nunca responden.

¿Dónde puedes encontrar una mano siempre lista a socorrerte? Responde la voz de la experiencia: Al final de tu brazo.

¿Qué es una sociedad sin conflictos? Karl Popper contesta: una sociedad de hormigas.

¿Existe algo mejor que el sexo? Contesta el marqués de Sade: No, porque ya se sabría.

Señor ¿cómo llego al Symphony Hall?, pregunta un turista perdido en Nueva York. Un mendigo sentado en la acera le contesta sin mirarlo: Practicando, practicando, practicando…

¿Para cuántos pasajeros era el primer automóvil traído a Colombia? Contesta don Carlos Coroliano Amador: Para cuatro: dos abordo y dos empujando.

¿Cuál es el camino de la sabiduría? Piet Hein, sabio escritor e inventor danés, contesta: Errar y errar y errar de nuevo, pero cada vez menos, menos y menos.

¿Hasta cuántos maridos puede llegar a tener una multimillonaria? La coleccionista de arte y multimillonaria Peggy Guggenheim contesta preguntando: ¿Míos o de las otras? Cuantos maridos ha tenido señora? Propios o ajenos? Contestó.

¿Cómo envejece un matemático? El genial húngaro Paul Ërdos consulta su propia experiencia: El primer signo de vejez se manifiesta cuando se te olvidan los teoremas; el segundo, cuando olvidas subirte el cierre de la bragueta; el tercero, cuando se te olvida bajarlo.

Al entrar al salón de clase, el profesor observa que en el tablero está escrita la palabra “HIJUEPUTA”. Sin alterarse, el viejo zorro toma la tiza, añade una S al final, e inicia su clase como si nada.

¿Va esto para largo? Iba.

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