Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

El gusto por la belleza, según Michael J. Ryan

Michael Ryan es una de las principales autoridades mundiales sobre comportamiento animal. Es especialista en las formas de cortejo de las pequeñas ranas túngaras, comunes en Centro América.

Túngaras copulando

Los seres humanos percibimos belleza y fealdad en el mundo que nos rodea. El juicio se hace en una línea continua que no separa tajantemente una cualidad de la otra. Algunos casos se encuentran en un verdadero intermedio entre ambos. Sin embargo, respecto a que hay belleza, el consenso es tan general que nos atrevemos a llamarlo universal. En un blog anterior a este se explicaron las ideas del físico David Deutsch sobre la belleza como una cualidad objetiva, que existe independientemente de la mente que la percibe. En este blog se expone la idea opuesta, pues para Michael Ryan, estudioso del comportamiento animal, la belleza no es objetiva, ocurre en la mente de quien la percibe y depende de las necesidades biológicas de la especie, condicionadas por el entorno o nicho habitado por esta.

Charles Darwin (siempre hay que ir al genial Darwin cuando se tocan estos temas) encontró una explicación ingeniosa y atrevida para entender la belleza deslumbrante y excesiva que encontraba en algunos machos de distintas especies. Él sabía que los brillantes y variados colores, las enormes cornamentas, los perfumes, los cantos y los bailes de aves y mamíferos eran “innecesarios” desde el punto de vista de la supervivencia, e incluso eran estorbosos, pues ponían en riesgo de muerte a sus portadores, entonces ¿por qué existían? Tenía que ser porque eran útiles para algo, porque repercutían positivamente en la eficacia biológica del portador. Y sí, en otras palabras, esos atributos sexuales aumentan la supervivencia del material genético del portador.

Así que, en un sentido darwiniano, no hay belleza sin cerebro que la juzgue. No sobra agregar que, en la elección de pareja humana, la belleza es uno de los atributos que más cuentan, pero existen otros que juzgamos muy valiosos: las cualidades éticas, como la bondad, la generosidad y la honestidad; atributos físicos, como la fortaleza, la capacidad deportiva, la destreza; atributos mentales como la inteligencia, el humor, la creatividad, la cultura, etcétera. Existe un atributo muy particular que se da en el reino animal también: el éxito social. Cuando se tiene, el éxito aumenta el éxito. Entre los machos de algunas aves, el macho que por algún motivo empieza a tener éxito se vuelve superexitoso muy rápidamente. Es una característica de contagio que reza: si otros lo piensan así, entonces yo también lo debo pensar así.

¿Para qué tendría que existir la belleza? Las únicas experiencias sensoriales que importan en sentido evolutivo son aquellas que aumentan o disminuyen la habilidad para sobrevivir y reproducirse. Para los animales, para algunos animales, incluyéndonos, existen especímenes portadores de belleza y portadores de fealdad. Sin embargo, el asunto no queda resuelto, y muchas preguntas nacen:

¿Por qué los animales y nosotros percibimos ciertos rasgos como hermosos y otros como feos? ¿Surge el sentido estético general como un subproducto del sentido estético para la escogencia de parejas, ese  que nos hace saber sin pensar por cuáles características debemos sentirnos atraídos y por cuáles debemos sentir rechazo?, ¿tenemos una estética sexual inherente de la especie, común a todos, y de ser así, dónde está arraigada?

Según Michael Ryan, la belleza solo existe para dar placer a los sentidos, por eso queremos poseer, estar cerca, juntarnos con lo que nos da placer. La primera regla de la atracción sexual es que nos atraiga un conspecífico (un ser de la misma especie), pero dentro de los conspecíficos hay algunos que nos atraen más que otros. Para hacer esta escogencia, debe existir la capacidad de hacer generalizaciones. Se generaliza sobre si un individuo es de la misma especie, primero; luego, si es macho o hembra; luego, si está maduro o inmaduro sexualmente. Pero, además, la mente debe ser capaz de sacar promedios de los rasgos que interesan entre los competidores en la arena sexual. Se debe saber cuándo un rasgo es “normal” o se sale de lo normal, cuándo se sale de lo normal para bien, y cuándo se sale para mal (si gana o pierde en complejidad). En asuntos humanos, es fácil entenderlo. Por ejemplo: promediamos la estatura de las personas. Decimos que un hombre es alto cuando mide más de 185 centímetros. Y todavía nos parece normal, pero si mide 220 centímetros, la cualidad se convierte en un defecto, en algo feo.

Ryan cree que un rasgo evoluciona en el macho (casi siempre los atributos sexuales son más claros en el macho de las especies) porque la hembra lo va seleccionando. Para Ryan, el cerebro de las hembras hace el papel de titiritero biológico, pues lleva a que se vayan desarrollando unos rasgos particulares en los machos, que serán más adelante juzgados como bellos. Además, cree que la tendencia a preferir un rasgo determinado existe previamente en el cerebro de la hembra, debido a otras necesidades. Lo que define qué rasgos sexuales evolucionar y qué sentidos evolucionar para juzgar esos rasgos está determinado por el entorno.

El cerebro sexual es blanco de la selección y al mismo tiempo es agente de la selección. Blanco, porque evoluciona respondiendo a la selección; y agente, porque selecciona lo que es bello o agradable en el sexo opuesto, lo cual conduce a una tremenda explotación sensorial: agrado para el olfato o el tacto, y belleza para el oído y para los ojos.

A Taste For The Beautiful. The Evolution of Attraction es un libro interesante, que resulta de la investigación de algunas formas de cortejo en el mundo animal. Proporciona nuevas ideas sobre la forma como nuestra propia percepción de la belleza y la forma como cortejamos se asemeja a la de otros animales.

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