Objeciones posmodernas al arte de Fernando Botero

Es innegable que Botero no hizo arte con las características con las que se hace hoy. Tampoco hacía arte en 1960, ajustándose a las corrientes abstractas y expresionistas de aquel momento. Botero no fue un camaleón, no se mimetizó con las nuevas corrientes, como hacen muchos. No, él fue siempre él, por seriedad, por resolución, por la fe indisoluble e irrevocable que se tenía. Botero, la persona, poseía unas características que conducen, en muchos casos al éxito: persistencia, vocación, confianza, seguridad, tenacidad, persistencia, talento y creatividad. Los críticos posmodernos dirán que Botero fue un artista moderno, por cuanto tuvo una teoría precisa sobre el deber ser del arte y en la posmodernidad se rechazan las ‘narrativas maestras’ y la posibilidad de encajonar el arte en una de ellas. La primera objeción que podrían haberle hecho fue que sus pinturas y esculturas no estaban diseñadas para un lugar específico (demanda posmoderna). Es verdad, las esculturas y las pinturas de Botero se imponen con rotundidad en cualquier lugar; han estado en distintas plazas y museos del mundo y necesariamente transforman los lugares, pero ellas mismas permanecen impávidas en su significado al ser trasladadas de lugar.

El arte contemporáneo, según ideas posmodernas, no pretende existir para ser solo contemplado; está diseñado para ser experimentado activamente, de una manera participativa; por esa razón, más que esculturas sobre un pedestal, en el arte de las metrópolis, de los últimos tiempos, nos encontramos con piezas en el suelo, en los rincones, colgando de los techos, de los puentes, escondidas, en todas partes simultáneamente, o dispuestas para hacer un “ambiente”; espacios diseñados en su totalidad para producir emociones específicas en el espectador. A Botero, esos experimentos no le interesaron, y tampoco copiar el arte del pasado, solo le interesó tomar prestadas algunas de sus características. Es verdad que no existen ni han existido restricciones que sean válidas por siempre para definir qué es lo artístico. Cada época inventa unas y, luego, en otros tiempos estas se abandonan.

Sin duda, las obras de Botero están hechas para ser contempladas. Sus pinturas y esculturas se imponen y no pretenden dialogar con el entorno o no más que la mayoría de las pinturas y esculturas de todas las épocas. Algunos artistas hacen obras persuasivas y sutiles; otros las hacen imponentes y demoledoras; otros, insustanciales e invisibles y todas entran en la categoría de arte. Esto no quiere decir que hoy en día el espectador no se enfrente a productos o artefactos que entran en la categoría de arte, que fácilmente se les puede considerar otra cosa, como muchas de las obras que han ganado el premio Turner; por ejemplo, las de los artistas: Martin Creed, Tracey Emin, Wolfgang Tillmans, Lawrence Abu Hamdan, por mencionar algunos.

El espectador, dependiendo de la cultura que posea, verá e interpretará la obra a su manera y le adjudicará un valor distinto. Pero ésta no vale solamente porque la mayoría de sus contemporáneos la juzguen como buena o como mala, hay muchas variables que entran en la validación de una obra de arte.

Para cumplir con el criterio posmoderno de que el espectador es un colaborador sería necesario plantear qué tipo de colaborador necesita cada obra específicamente. El espectador siempre y sin libertad pondrá su parte en la interpretación. El experto hará lo mismo, pero con muchos más criterios de juicio, como en todas las especialidades humanas.

No hay que ser posmoderno ni moderno para entender que las obras de arte serán objeto de apreciaciones diferentes a las que se hicieron en el momento en el que surgieron. Botero satisface el deseo posmoderno de enfocar y dar valor a lo que ocurre en la periferia, en la provincia, y en alejarse de los estándares globalizantes, precisamente porque nunca entró en ninguna corriente plástica. Al mismo tiempo, no se olvidó de la historia, recalcó que el arte se hace sobre la base de lo que otros han aportado, pues inventar de cero es imposible. Los nuevos lenguajes del arte, en mayor o menor grado, contienen vocabulario de lenguajes anteriores; de no ser así, los códigos y los mensajes quedarían ocultos para todos, excepto para el creador. El lenguaje de Botero es claro, es potente y es versátil; le dio la libertad de decir todo lo que deseó y de ir más allá.

Las imágenes siempre serán metafóricas y simbólicas, pues esta cualidad no está solo en la imagen misma, sino en los cerebros humanos. Estamos condenados a intentar interpretar lo que vemos y lo hacemos en distintos estadios y de distintas maneras. Los contenidos de las imágenes pueden variar y también la apreciación nuestra, pero de todas maneras estamos condenados a interpretar las imágenes.

En este mundo saturado de imágenes, es verdad que nuestra atención hacia ellas disminuye, y por esa razón el artista ha de buscar muchísimas estrategias para lograr que el espectador preste unos minutos de atención. Botero utilizó temas interesantes en sus series, que capturaron nuestra atención: lo local, lo colombiano, lo paisa, Pablo Escobar, las cárceles de Abu Ghraib, etcétera.

Es verdad que Botero no utilizó los recursos del diseño y la publicidad en su obra plástica, mas sí en sus estrategias de mercadeo. El arte no es ni deja de ser arte a causa del medio, la técnica o el estilo que se utilicen, aunque estos influyan incuestionablemente en la recepción de la obra. Que la obra pueda ser efímera o se disuelva en su momento de existencia es una posibilidad que Botero no tuvo interés en aprovechar; por el contrario, su interés fue que su obra perdurara en el tiempo. Es claro que Botero no deseaba hacer nada parecido a lo que hacen los artistas de hoy. Era un artista casi anticuado, si lo juzgamos con los parámetros del siglo 21. Una de las características menos comunes en los artistas contemporáneos es la búsqueda de la excelencia técnica. Botero fue un perfeccionista que depuró incansablemente su lenguaje. Técnicamente y respecto a ser el creador de un lenguaje único, fue un artista asombroso y genial. Cambió de temas y poco relativamente de técnica, pero la variedad es una cuestión de grado, y la demanda de novedad no altera necesariamente la calidad. Se puede ser grande y aburrido y ser variado y tonto. Para mi Botero nunca fue aburrido.

¿Quién dijo que la obra de arte tiene que seguir la moda, o tiene que estar dentro de las últimas corrientes para ser arte? Es conveniente desde el punto de vista comercial, pero al parecer Botero no lo necesitó nunca. La recepción de las obras necesita una expectativa social que las convierta en especiales, y Botero la tuvo. Como su obra entró a la categoría de bien posicional* es poco probable que sea destronada de allí. Los ricos que compran caro no dejarán caer el precio de su inversión. Todo esto ayuda a la obra, la hace más valiosa. ¿Hay un valor intrínseco en la obra de Botero? Yo no creo que haya valor intrínseco en ninguna obra de arte, de nadie. Pero creo que hay obras que satisfacen aspectos profundos que están en nuestra naturaleza y en nuestra cultura. El tiempo dirá si su obra resonará en el ser humano del futuro.

Frente a la obra de Botero existe un consenso social, general, que declara que es arte, digo, hoy; y agrego: arte con identidad. La idea de que su obra sea posmoderna o no es irrelevante, pues para efectos prácticos es eficaz.

*Bien posicional: https://homominimus.com/2010/06/11/bienes-posicionales/

 

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