Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Esta Tierra sucia, tierra nuestra

Nave interplanetaria. Wikimedia.

Constantino Cavafis tiene un poema que se llama La ciudad, en el que le dice a alguien que es inútil intentar dejar las cosas de las que reniega, sean la ciudad, la vida personal o el planeta, pues esas cosas nos van a seguir a donde quiera que vayamos.  Lo copio al final, para que el lector lo conozca (es un poema inolvidable).

El poema La ciudad hace pensar en una realidad innegable: no tenemos a dónde partir. Estamos destruyendo nuestra vida en la Tierra, porque somos muchos, porque la población aumenta exponencialmente, y la velocidad de crecimiento se acelera cada vez más. Evolucionamos para reproducirnos, no para ser cooperadores ni generosos ni buenos, sino para ser más fuertes que nuestros vecinos, para tratar de acaparar más que ellos y para ser coleccionistas de cositas: de bienes, de dinero, de hijos (y si no miren cómo los más poderosos les quitan los recursos a los más pobres). Y eso es así porque en la especie humana la evolución favoreció y seleccionó a los codiciosos, a los egoístas y a los nepóticos.

La fantasía de algunos millonarios, como Elon Musk y Jeff Bezos, de que nos iremos de nuestra sucia Tierra a conquistar otros mundos, es una idea de niños todopoderosos, ilusionados con que todos sus sueños son realizables, porque la mayoría de estos de hecho lo han sido, pero no es más que una fantasía. Ni Marte es habitable ni haremos colonias satélites a la Tierra. Aun, si pudiéramos salir en grupos, en viajes interplanetarios, deberíamos recordar que en esos mundos no hay oxígeno, ni la gravedad es para la que evolucionamos, aquella que nuestro cuerpo necesita para estar sano. No estamos diseñados para resistir la radiación cósmica ni el confinamiento en burbujas. Los humanos no evolucionamos para condiciones distintas de las de la Tierra, lo que todo el tiempo olvidan estos nefelibatas.

La astrónoma Carolyne Porco dice en su conferencia en TED, No Planet B, que el haber ido a la Luna nos hizo pensar equivocadamente que iríamos a otros planetas y los podríamos habitar. La historia ha comprobado muchas veces que somos incapaces de imaginar lo que es posible y de adivinar qué es imposible. Tampoco somos capaces de evaluar nuestras acciones a largo término. Somos malos calculistas del futuro, malos estadistas, por eso, de repente nos damos cuenta de que estamos viviendo en un planeta superpoblado, con un número enorme de gente, que, además, dura mucho tiempo. Sin lugar a dudas, estamos consumiendo por persona más que en toda nuestra historia pasada. El modelo económico que impera es homicida, de crecimiento infinito, pero con recursos finitos. Generamos toneladas de CO2, de contaminación química y de basuras no biodegradables, y lo hacemos sin remordimiento ni piedad por nuestros hijos y nietos. Hemos polucionado el aire y el agua, seguimos tumbando lo que queda de selvas y bosques, y extinguiendo la fauna.

Y es únicamente aquí y solo aquí donde está nuestro futuro o nuestro no futuro. No hay limitadas fuentes de energía y ya las estamos agotando. Dar el mensaje de que la humanidad se puede mover de lugar o de que la tecnología puede resolverlo todo es irresponsable y peligroso. La tecnología es poderosa pero no omnipotente. Los viajes intergalácticos con humanos abordo pertenecen al mundo de la ciencia ficción. La materia no viaja más rápido que la luz. El lugar más cercano en el sistema solar al que podríamos llegar en un vehículo del tamaño de un auto estaría a ochenta años de viaje. Nuestros océanos son únicos, son la vida del planeta, y no sobra saber que no hay nada que se le parezca a menos de seis años luz de la Tierra.

Hemos sido desconsiderados depredadores y nos multiplicamos con más violencia que el coronavirus. La pandemia que vivimos hoy no es el problema más serio que enfrenta la humanidad; no, el problema más serio es como dominar nuestra biología para no reproducirnos de la manera que lo hacemos, para disminuir la población y para consumir recursos y energía de una manera sostenible (no egoísta). Sin controlar la población todo lo que hagamos es inútil, pues no hay otras maneras de proteger la humanidad. La Tierra bien puede recuperarse sin nosotros.

La ciudad

Dices: “Iré a otra tierra, hacia otro mar,
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos solo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí”.

No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad te seguirá siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.

 

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