En estos días Carmen Posadas escribió un artículo en el cual decía que para el arte parecería que no se necesitara talento. Estas son algunas frases de su artículo, Del talento, ¿qué?

Al evaluar un libro, no se habla ahora de la destreza literaria de su autor ni de su originalidad o la belleza de su prosa. Lo único que se valora: los temas sociales que trata.

Que me perdonen los expertos en esta disciplina, pero ¿tiene sentido que un ‘perro globo’ de Jeff Koons valga casi 60 millones de dólares, mientras que un retrato de Rafael de Urbino, en la misma sala de subastas, se venda por menos de 30?

El verano pasado, convidada a casa de unos coleccionistas de arte, pude ver cómo otros invitados miraban extasiados el techo. La causa de tanto arrobo era una frase escrita en letras adhesivas de esas que se compran en cualquier chino. La frase no la recuerdo, pero les aseguro que era una perfecta chorrada escrita en inglés. 

Total, y para resumir, el talento ya no es un criterio para evaluar ni obras artísticas ni tampoco a personas.

Memorias escogidas, de Cildo Meireles

Ella no está sola al pensarlo, muchos sienten lo mismo, y en múltiples casos es así. Para hacer arte se ha necesitado talento, porque las emociones que correlacionamos con la obra de arte son producto del asombro, y sin este, sin que las acciones, sin que los objetos alcancen un óptimo dentro de su campo, dentro de su categoría, no vamos a sentirlo, ni vamos a sentir fascinación ni vamos a tener la experiencia que llamamos estética.

Desde el siglo 20 hasta hoy, los curadores, los críticos y filósofos del arte empezaron a dudar de la importancia de la belleza, la maestría, una buena técnica, una buena factura. Saber por qué no es comprobable. Se puede intuir que esto ocurrió por saturación, por exploración desmedida de todos los caminos, por exceso de técnica, por conocimiento extendido de cómo conseguir la belleza.

Las obras de arte para llamar la atención tienen que proponer algo nuevo. La gente se cansa de lo mismo, se habitúa, y deja de apreciar lo que le es común. Así que, una vez agotados muchos caminos, que en su momento fueron novedosos, se convierte en una opción el camino del escándalo. Como lo escribí hace tiempos en el libro Homo artísticus: “En el ansia por ganar estatus hay otra vía, que también fue observada por Thorstein Veblen: la ofensa conspicua. ´Se trata de darse el lujo de ofender, de insultar y de escandalizar, ya sea con obras de arte, atuendos, acciones o actitudes; es demostrar con actos que se tiene poder, que se es invulnerable, que se posee un prestigio más allá de la humilde opinión del populacho´”.

A principios del siglo 20, el Dadaísmo[i] estaba en ebullición. Muchas obras que no mostraban ni belleza ni talento eran aceptadas y encumbradas por los historiadores y filósofos del arte. Fuera de eso, el Posmodernismo (después de 1960) puso lo bueno y lo malo en un mismo plano, ya que para los posmodernos todo es relativo, no importan los criterios biológicos ni culturales de juicio (ellos niegan los biológicos), no importa que haya detrás alguna o ninguna cultura, pues todo es cuestión de la interpretación. Así que esto catalizó lo de “todo puede ser arte”, incluso lo que no existe. Digamos que ese camino llevó la filosofía del arte a la cúspide del precipicio. Qué más queda si algo que no existe puede ser arte también. Aquí unos ejemplos de piezas que no existían (tomados de un artículo mío, titulado Aberraciones del arte):

“Al llevar a un extremo la idea de obra donde no hay mucho para apreciar, Yves Kline expuso la Galería vacía. En la galería no había nada, estaba vacía, como lo anunciaba la muestra. El artista americano Robert Barry también hizo su exposición con la galería vacía y cerrada, físicamente inaccesible (1969-1970). Llevó la idea, a Los Ángeles, Ámsterdam y Turín. Robert Irwin se propuso él mismo como obra de arte. Él dentro de una galería vacía, en la Ace Gallery, en Los Ángeles (1970). La misma idea la tuvo Chris Burden. En 1975 expuso la obra White Light / White Heat. El artista se ubicó en una plataforma por encima del espectador, estuvo 22 días sin comer ni hablar, y el espectador podía entrar al recinto, pero no lo veía. En la Hayward Gallery, en Londres, en el 2012, se expusieron 50 obras “invisibles” de artistas famosos. A Andy Warhol no le faltó su obra vacía, que llamó Escultura Invisible, “realizada” en 1985 (sabemos la fecha, porque en la galería estaban el pedestal y la ficha técnica). Todavía más inaprensible fue la obra de Tom Friedman: 1 000 horas mirando fijamente. Se trataba de una hoja en blanco a la que el artista aseguró haber mirado mil horas en total, en el lapso de cinco años.

Al respecto, Thomas Crow comentó en su libro El Arte moderno en la cultura de lo cotidiano[ii]: “Frente a otros episodios eclécticos de nuestro propio siglo (siglo 20), lo más llamativo en la actual erupción ecléctica es el desparpajo y la desinhibición con que se doblegan todos los estímulos reales y posibles. Cuando en la actualidad ciertos críticos nos hablan de la «desconexión» o «disrupción» que libera el artista de los constreñimientos del estilo y del contenido de la subjetividad del artista, reconduciendo una realidad plural hacia una síntesis en un yo plural.” Lo tachado no agrega información relevante.

Pero las cosas no se quedaron ahí. Hoy, en el 2024, las obras para ser tomadas como arte que vale la pena deben tener un contenido social o político, o denunciar o señalar o hacer reflexionar sobre los problemas del mundo. Se espera de las obras serias que recapitulen sobre el orden histórico al que pertenecen. El artista debe ser muy consciente de las obras que preceden su trabajo, debe conocer al dedillo la historia del arte. Si recuerdan obras del pasado es porque las están “retomando, reevaluando o reestructurando”. Se espera que las obras de arte plástico sensibilicen al público, se reconcilien con el espectador, o sean instrumento de denuncia. De otra manera caen en el ámbito de lo decorativo (y como tal merecen el desprecio). Por eso, el talento sigue sin importar, como lo asegura Carmen Posadas en su artículo. No quiero decir que no haya artistas que con gran talento hagan sus trabajos, con mucha imaginación y con propuestas novedosas e impactantes. Sí los hay, pero hoy, la moda es ser políticos e influyentes para cambiar el mundo.

No debe molestarnos que se imponga esta preocupación, es loable, pero debe estar claro que es solamente otra moda del arte. Quizás engendre mejores frutos que el dada, el arte conceptual, el minimalismo, en la gente que aprecia el arte, puede que sí, pero debe estar claro que es otra moda.

A lo largo de la historia, el arte, lo que la institución del arte ha incluido en su catálogo, ha tenido muchas funciones, todas las imaginables; ah, y muchas definiciones también.


[i] De Wikipedia: El dadaísmo se caracteriza también por gestos y manifestaciones provocadoras, en las que los artistas pretendían destruir todas las convenciones con respecto al arte, creando, de esta forma, un antiarte. El movimiento dadaísta es un movimiento antiartístico, antiliterario y antipoético porque cuestiona la existencia del arte, la literatura y la poesía. De hecho, cuestiona, por definición, el propio dadaísmo.

[ii] “Historias no escritas del arte conceptual: contra la cultura visual”, Ediciones Akal, 2002. PP. 217-246

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