El sicólogo de la universidad de Pensilvania Paul Rozin explica un tipo de masoquismo “benigno” como adicción a la adrenalina. Cuando comemos chiles picantes, vemos películas de horror o nos lanzamos por una montaña rusa estamos indirectamente creando situaciones que despiertan los sentidos, aceleran el corazón, excitan y producen chorros de adrenalina. Nos exponemos a ellas con temor, pero al mismo tiempo, con la certeza de que no corremos un riesgo verdadero.
Los gringos han sido los genios del entretenimiento y en sus grandes ciudades pululan las formas más puras de masoquismo benigno: los parques de diversiones. Digámoslo así: una montaña rusa es una manera falsa de producir una emoción verdadera.
En los parques de diversiones se paga para entrar. Es la primera pieza en el engranaje. El tiquete incluye todas las pruebas. Los especialistas del mercado saben que lo que se compra es casi siempre una ilusión: no utilizarás todos los juegos por falta de oportunidad y tiempo, pero entras con la ilusión de hacerlo. Al ingresar se revisan los bolsos, los morrales y las carteras. En el negocio se aseguran de hacer negocio. Vas a pagar bastante más por comer y beber, que por el tiquete de entrada. Las filas empiezan desde la carretera: ríos de carros durante el trayecto al parque, y ríos de gente desde la entrada haciendo cola para comprar los tiquetes. Hacer fila es hacer ejercicios de paciencia, que también suben la adrenalina. Que sepas esperar y obedezcas es lo que se espera de ti; además, que te atiborres de comida, mecato, helados gigantes de pura azúcar, bebidas enormes de pura esencia, hamburguesas triples de puro pan y todo envuelto en papeles excesivos, luminosos, brillantes, coloridos, con cintas, dentro de cajas etiquetadas anunciando el producto; ah, y morros de servilletas y pitillos, como si tuvieras más de una boca o te fueras a echar encima la Coca-Cola y la hamburguesa. El parque de diversiones pretende ser un universo en miniatura, la tierra y los astros desafiando las leyes de la física.
Haces la primera fila y por curiosidad pones a correr el cronómetro: una hora y media hasta llegar a la prueba de la montaña rusa que traquea. Además del vértigo, experiencia fundamental de las pruebas, el trencito y la escalera con apariencia de madera desvencijada, producen un ruido ensordecedor de algo que está a punto de desbaratarse, para poner los pelos de punta. En el parque de diversiones los objetos no pueden ser lo que parecen ser. Subes por la escalera al cielo y caes verticalmente durante unos cuantos minutos. Como el Correcaminos de las caricaturas, caes al precipicio en caída libre dando giros violentos. Vas dejando la cabeza a la derecha mientras el cuerpo se queda a la izquierda, te han desarticulado vértebra por vértebra. La ley de la deformación de los cuerpos, producida por la aceleración, ha sido experimentada. Te bajas de la máquina de tortura desmembrado, tembloroso pero orgulloso de haber concluido la primera prueba. Ahora caminas kilómetros para la segunda. No tienes entusiasmo de repetir el vértigo en otra prueba, sin embargo, por esto has pagado y debes intentar descubrir ese algo que está oculto y que lleva a la gente al parque. En la prueba siguiente no solamente subirás y bajarás kilómetros sino que verás el mundo al revés; esperas que al menos cambien para siempre tus perspectivas. Giros, la cabeza para abajo y los pies hacía arriba como en una secadora de ropa. Tienes la oportunidad de convertirte en otras cosas: en trapo, o al menos la oportunidad de sentirte como tal. Te amarran con barras, quedas atrapado, y esperas que no se suelten en la mitad del camino. Ya no puedes arrepentirte, en línea ves las caras de temor; el ruido no te permite identificar si son gritos o risas lo que emiten los muñecos colgantes. Una fila de bocas abiertas cruzan a toda velocidad y crecen y se achiquitan con la cercanía y la distancia. Es tu turno, por fin has llegado. Ya ocurrió, qué sorpresa y nada viste, es todo tan rápido. Estás mareado, el piso se mueve, la tierra voltea y la sensación de irrealidad se ha completado. Antes no sabías si las cosas eran lo que parecían; ahora, no sabes dónde está el cielo, pero sabes dónde está el infierno.
El día ha terminado. A lo lejos percibes la gente en filas ordenadas que suben como puntos luminosos al cielo. La tarde se enfría en el parque para masoquistas. Nada has comprendido.Tal vez el parque de diversiones sirva para recordar que la vida se parece a esa fila larga en subida en la que al final a todos nos espera un precipicio.