Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Dolor para el dolor

Sabemos de oídas que, en otras épocas, metían en un baño de agua helada a los niños cuando les daba una rabieta, y con ello la rabieta desaparecía. Sé de algunos hombres que trotan para quitarse el mal genio y he conocido personas que se golpean así mismas o golpean la pared cuando están angustiadas.

El dolor físico, dicen algunos investigadores, disminuye el dolor sicológico. Suponga el lector que acaba de meter la pata durante una fiesta. La mente vuelve una y otra vez al asunto, la idea sigue volteando en la cabeza, y produce una sensación terrible de culpabilidad. De repente el afectado se golpea el dedo chiquito del pie contra la pata de una mesa, el dolor “mental” desaparece por completo y la mente se concentra en el dolor físico. El investigador Dr. Brock Bastian, sicólogo de la Universidad de Queensland en Australia, ha notado que las personas afectadas por sentimientos de vergüenza o culpa resisten durante más tiempo el dolor que produce sumergir las manos en un balde con agua helada, que aquellos que se sienten sicológicamente cómodos; y además, dicen los probandos, que la culpa disminuye cuando se ha resistido dolor por un rato. Es decir, la culpa aumenta la voluntad para soportar el dolor.

Las doctrinas religiosas ya lo habían descubierto. Para expiar las culpas se sugiere hacer mortificación, atormentarse de alguna manera. El dolor como reparación del “pecado” o sentimiento de culpa presenta los siguientes aspectos según el doctor Brock Bastian:

El dolor encarna la expiación. El dolor físico se experimenta como penalidad y al “pagar” se restablece la pureza moral. El autocastigo comunica a los demás sobre el remordimiento propio. Esto reduce el temor de ser castigado más adelante. Tolerar el dolor se toma como una muestra de virtud que reafirma la identidad positiva de uno frente a los demás.

No lo dice el doctor Bastian, pero es fácil descubrirlo: las medicinas para el dolor físico también quitan el dolor sicológico, la pena moral. Cuando el novio que usted amaba acaba de romper la relación con usted, tómese un analgésico, un acetaminofén, o váyase a caminar por una loma empinada hasta que le duelan las piernas, ambas cosas ayudan a quitar el dolor sicológico.

Por puro contraste, alegra la vida hacer de vez en cuando una pequeña mortificación: un pequeño esfuerzo mental o físico, un trabajito aburridor, no comerse la torta, algo que implique al menos el ejercicio de la voluntad; después, el placer de las cosas “normales” de la vida aumenta.

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