Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

De Richard Dawkins, An Appetite for Wonder, su autobiografía

La última producción literaria de Richard Dawkins es una autobiografía sobre la primera mitad de su vida. Él lo ha dicho en conferencias, pero es bueno saberlo antes de empezarla, pues cuando se termina el libro, la sensación es la de estar apenas comenzado a tener una idea sobre su vida. Las memorias llegan hasta la publicación de su primer libro, El Gen egoísta. En ese entonces Dawkins tenía 35 años y ahora tiene 73. En la primera mitad relata algunas anécdotas de su historia familiar y niñez; en la segunda, cuenta sobre su vida como estudiante, su despertar intelectual y sus estudios de biología en Oxford.

A Dawkins le gusta mostrar el papel importante que juega el azar en el resultado de lo que es nuestra vida y llega a esta reflexión una y otra vez. Nada en su juventud predijo que sería un biólogo. Vivió en África sin mostrar jamás mayor interés por los animales, más bien era un niño de esos que prefieren jugar con sus carritos, dentro de la casa, o leer. Pero tampoco fue un joven intelectual ni especialmente curioso o un científico. Se describe a sí mismo como un niño muy normal al que se le pegaban los sonidos de las palabras y las rimas. A Dawkins le gusta la poesía y en el libro escribe algunos de los poemas que sabe de memoria. Dice que no es fácil reconciliar el niño que fuimos con el adulto que somos, que son dos personas distintas unidas por la continuidad de la memoria, y a veces por nada más.

Sus padres dejan África y regresan a Inglaterra cuando él tiene ocho años, más por miedo a las fiebres repetidas que la madre de Dawkins había empezado a sufrir, que por otras razones. Sus padres lo internan en un buen colegio, a la usanza de la época. Por azar, algunos de los profesores son muy buenos; por suerte estudia en Oxford y vive la edad de oro de la sociobiología (hoy rebautizada con el nombre de sicología evolucionista), y el renacer de la teoría darwinista. Se necesita humildad y criterio para sentir que lo bueno que nos ocurre no es solo producto de nuestros méritos. En general, el que fracasa le echa la culpa al destino, pero el que tiene éxito cree que se debe solo a sus capacidades y buen tino. Dawkins considera que en últimas es imposible conocer y discernir la cantidad de factores que entran en cada situación.

La primera gran suerte es la de nacer, tener la oportunidad de vivir, fruto de un azar improbabilísimo. Todos nosotros debemos nuestra existencia a una cadena, muy precisa, de acontecimientos ocurridos desde que comenzó el universo; un cambio infinitesimal bastaría para que no existiéramos. Dawkins sabe de memoria, y lo escribe, el poema de Adous Huxley que expresa esta idea bellamente:

«Un millón de millones de espermatozoides. / Todos ellos con vida: / De su cataclismo apenas un pobre Noé / tuvo la esperanza de sobrevivir. / Y entre esos miles de millones, uno / pudo haber sido/ Shakespeare, otro Newton, un nuevo Donne. / Pero ese Uno fui Yo”.

Especialmente interesante es su reflexión sobre la resistencia juvenil y humana a ver como despiadados los actos de violencia, el matoneo contra algunos de sus compañeros de colegio. Se pregunta por qué se participa en ellos, por qué no se ven, por qué la compasión huye, desaparece, por qué existe esa tendencia a maltratar al más débil, al diferente, pero no encuentra una explicación.

Nos enteramos de que sabe tocar el clarinete y que le gusta cantar, pero no es muy bueno en eso; de que en el colegio manchaba de tinta las hojas de los exámenes y los profesores se quejaban de la suciedad y de la dificultad para leer su letra; nos cuenta de su asistencia, sin herramientas para tomar nota, a una conferencia muy interesante, y cómo se da cuenta de que tomar nota en realidad es una mala idea, pues impide oír y reflexionar al mismo tiempo; de que aprueba la acertada metodología tutorial de Oxford, pues la educación no puede basarse en la capacidad de memorizar sino de razonar, de usar la lógica, la capacidad de inferencia. Uno se entera de dónde salió la idea de la palabra y el concepto de meme (los ingleses pronuncian mim), y la bonita historia de la coincidencia que lo lleva a comprar la pintura de Desmond Morris, también de su “primera vez”, con una chelista que se quitó la falta para tocar más cómoda. Esos cuentos son deliciosos, pero más bien escasos.

En el libro, las descripciones del trabajo investigativo con pollos, que Dawkins realizó entre los años 1960 y 1970, es larga y minuciosa, también detalla sobre su gran interés y tiempo gastado en programar computadores, cuando estos se programaban con tarjetas. Gastó muchas horas de su vida como ingeniero de sistemas, en esa época, casi el mismo gastado en los temas de la biología.

El premio Nobel en biología y colaborador de Konrad Lorenz, Niko Tinbergen, aparece en el panorama de su vida ejerciendo una influencia decisiva. Dawkins habría sido un investigador de la bioquímica y no un biólogo de no haber sido por este encuentro. Quizás las personas que nos encontramos en la vida sean definitivas en el curso que nuestra historia personal toma. Un buen maestro de escuela, de universidad, un poderoso que nos da la mano, una persona influyente y cercana, y nuestra vida puede voltearse y tomar un curso por completo nuevo.

Aunque relata que a los nueve años se dio cuenta de que el Cristianismo era una entre muchas otras religiones y se le pasó por la mente que no tenía que ser la “verdadera”, nada en su biografía explica cómo llego a ser el ateo activista que es hoy. No hace una descripción sicológica ni da su opinión sobre tantos otros famosos con los que ha tenido contacto, Niko Tinbergen, Desmond Morris, David Attemborough, ni de sus padres, pero sí incluye en el libro el obituario que escribió para el profesor Mike Cullen, a quien describe como el mentor más importante de su vida, y de la mayoría de sus contemporáneos del Grupo de Investigación en Comportamiento Animal. Dawkins se ha casado tres veces y solo menciona a su primera esposa, pero como si se tratara de una colega y nada más.

Comenta sobre el éxito inmediato que tuvo con su libro El gen egoísta, lo hace como si fuera más una cuestión de estar con la gente apropiada y en el momento oportuno. Dice no haber calculado la repercusión que tendría su idea de que el gen es el que ha encontrado endemoniados recursos para ser inmortal. Es una de esas ideas que se materializan y encuentran el nicho abonado de editores y un ambiente intelectual receptivo; un evento de esos que catapultan a una persona, dan a su vida nuevas y generosas dimensiones y aumenta su capacidad de actuar y de influir en la sociedad.

La biografía no es un libro poético ni conmovedor ni inspirador. La verdad es que el no siente interés por hablar de sí mismo, y escribir una autobiografía con tan poco egocentrismo es muy difícil. Dawkins es una persona apasionadamente ocupada. Cuando la revista Prospect invitó este año a votar por internet por el intelectual más influyente del mundo, después de 10.000 votos, Richard Dawkins quedó de No. 1, superando a cuatro premios Nobel. Sin duda es un gran personaje, ha hecho ciencia y divulgación científica, ha escrito de una manera perfectamente comprensible para todos, ha mostrado la importancia de ejercer un pensamiento crítico e independiente, ha luchado incansablemente porque en el mundo se impongan las fuerzas de la razón sobre las locuras del fanatismo y los caprichos de las religiones. Es un escritor digno del premio Nobel en literatura, por su elegancia, creatividad, belleza, poesía, profundidad y la repercusión de sus ideas; claro, pero no por esta biografía.
“A million million spermatozoa, / All of them alive: / Out of their cataclysm but one poor Noah / Dare hope to survive. / And among that billion minus one / Might have chanced to be / Shakespeare, another Newton, a new Donne -/ But the One was Me.”

 

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