Embaucadores hay en todas partes, son inevitables, pero afortunadamente no son tan comunes. En general podemos confiar en la gente, en los extraños. Y podemos confiar porque el porcentaje de esos pillos en una sociedad no puede ser muy grande. Las sociedades no funcionarían si fueran numerosos. Sin base en la confianza ninguna empresa sería posible.

Los embaucadores son cuidadosos, están acostumbrados a serlo, son pacientes y perseverantes, son audaces, creativos, pero sobre todo son amistosos y extrovertidos. Un aspecto relevante, pero invisible a primera vista, es que no les importa el daño que van a infligir, no les importa el dolor de los demás. Valga decir que en los seres humanos las características de la personalidad tienen grados. Si imaginamos que los sujetos difíciles están repartidos en una banda que va del blanco al negro, encontraríamos a los sicópatas en el extremo oscuro; en el más claro, a los mentirosos compulsivos; y en el medio, a las personalidades maquiavélica, capaces de explotar a los demás, de hacer maniobras financieras, y de ganar más de lo que sería justo en todas las transacciones de la vida. Los maquiavélicos se ubican en los sectores financieros y gubernamentales de la sociedad. En la banda que va del negro al blanco, muchos estarán ubicados en la zona clara, pues para mentir lo hacemos bien los seres humanos. Un número más reducido estará ubicado en el medio, en la zona gris; y unos pocos, en la zona negra, donde se ubicarán los asaltantes, ladrones y en verdad aquellos realmente peligrosos para la sociedad.

Los sicópatas se pueden considerar anormales (su dotación sicológica difiere enormemente de la del resto de las personas), ya que son incapaces de sentir remordimiento, compasión o empatía; el bien personal es lo único que cuenta para ellos y no temen hacer daño, no conocen el altruismo ni la reciprocidad. Los embaucadores están definitivamente en la zona oscura, sin caer en el grupo de los sicópatas.

Lo primero que hacen los embaucadores es señalar a la víctima, luego reubicarla y más delante contactarla. Es difícil verlos pues están escondidos mientras nos siguen la pista. El profesional del engaño es paciente: antes de contactar a su víctima, la estudia, para conocer la manera idónea de acercarse.

El segundo paso es ganarse su confianza. Casi siempre para ello usa un artificio: ofrecer o dar algún tipo de bien, para crear una relación de deuda o de compromiso. Otras veces, apela a una cualidad que la víctima se siente obligada a demostrar, como bondad o compasión. El embaucador solicita una acción de la víctima, respecto a la cual solo una mala persona se negaría, como leer una letra diminuta o ayudar a pasar la calle a un anciano o algo por el estilo.

Luego se expone la idea principal. En este paso, el embaucador promete un bien futuro, o la satisfacción de una necesidad, que la víctima ya tiene. El embaucador expone la estrategia. El siguiente paso es la consecución de un fragmento de recompensa. El embaucador se gana la confianza de la víctima, pues comparte con esta algo de la recompensa. Muchas veces, el embaucador deja ganar a la víctima varias veces cantidades pequeñas de la recompensa prometida, con el fin de llegar al meollo del asunto: pedir la inversión “importante”. De repente, surge una crisis, una supuesta crisis. Se trata de la aparición de un evento inesperado que implica actuar, que le implica a la víctima entregar lo que en realidad se le va a quitar, para supuestamente poder obtener lo que se le había prometido. Generalmente, en esta etapa suele haber mucha prisa. El objetivo de la prisa es no dar tiempo para pensar. Muchas veces, en este punto, el embaucador responde a la crisis (creada por él mismo) haciendo un aporte grande, del mismo tamaño del que la víctima debe hacer. Esta es una estrategia más, para aumentar la confianza y crecer la apuesta. En esta etapa, aparece un tercero, “el payaso”, que se pone de parte de la víctima y muestra desconfianza por el embaucador, o que aparece para mostrar los beneficios del plan, él supuestamente ya ganó en el pasado haciendo lo mismo. Una vez la víctima suelta “el tesoro”, el embaucador y el payaso desaparecen ágil y repentinamente. La victima tarda en darse cuenta del engaño.

Los jóvenes y los viejos son más fácilmente presa de los embaucadores. Pero todos podemos caer en sus trampas; básicamente, porque tendemos a confiar en los demás, porque tardamos en defendernos y nos envuelven. Caemos también por codicia, o por vanidad, o por falta de honradez, o por compasión, o por irresponsabilidad, o por desesperación, y siempre por ingenuidad. Somos confiados por naturaleza; la vida sería muy difícil si desde niños desconfiáramos de lo que dicen nuestros padres o profesores. Ser educados y agradecidos puede facilitar la patraña del embaucador, pues es grave no ser capaces de cortar la comunicación, el acercamiento, en los momentos iniciales. Los felinos deben aproximarse a su presa a una distancia muy corta para apresarla. Si la presa los detecta y corre es casi seguro que escapa. No es fácil ser duro, cortante y grosero con el embaucador, ya que este utiliza toda su simpatía para conquistarnos, pero definitivamente hay que correr a tiempo.

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