Las religiones todas poseen una doctrina y un catálogo de conducta. Los diez mandamientos de la religión católica parecen funcionar muy bien dentro de una aldea pequeña, no en la aldea global en la que vivimos hoy.

Los tres primeros demandan fe y obediencia: amarás a Dios (al nuestro) sobre todas las cosas, no jurarás su nombre en vano y santificarás las fiestas. Antes que nada es fundamental demostrar lealtad a la religión misma; sigue en importancia el respeto por los padres y luego están las reglas para una tranquila convivencia en comunidad. Yahvé olvidó (pues en ese mundo de entonces, despoblado, nuestro planeta no corría el peligro de ser devastado) unos mandamientos necesarios para convivir con el hábitat: cuidarás de no contaminar las aguas, te cuidarás de no malgastarlas, sean ríos, lagos, mares, pozos subterráneos; cuidarás la atmósfera, no emitirás indiscriminadamente dióxido de carbono ni otros gases tóxicos, cuidarás la capa de ozono; respetarás los bosques y las selvas; evitarás el desperdicio de bienes no renovables; no maltratarás a los animales, ni los matarás por placer, solo lo harás por necesidad y ahorrándoles cualquier tipo de sufrimiento; no pescarás indiscriminadamente y, muy importante, regularás la población de humanos y mascotas.

Los ateos no creen que una voz del más allá dicta mandamientos o tablas de la ley a ciertos hombres privilegiados; no, cree que los mandamientos son impuestos por los hombres, convenidos por ellos, y se llaman ética civil. Por eso el mandamiento “no desearás la mujer del prójimo” suena machista e injusto para el sexo femenino, así como espeluznantes y sádicos los castigos y piedras que han recaído sobre las mujeres infieles. Y entre los hombres falta un mandamiento, necesario, civilizado: no torturar. Si el decálogo de Moisés lo hubiese tenido, las torturas de la inquisición podrían haberse evitado.

También olvidó Yahvé incluir dentro de los pecados capitales la ostentación de riquezas, la emisión de ruidos, incluso, poner música a un volumen alto, y por supuesto, realizar actividades que atenten contra la vida de los otros: manejar autos estando borrachos o drogados, tener hijos sin la capacidad de educarlos o de darles sustento emocional y económico.

Para muchos creyentes tienen gran valor el sacrifico, la oración, la abstinencia, la mortificación, las privaciones, la flagelación en algunos casos y el sufrimiento, por el simple amor a Dios. Dar la vida, recordemos a los mártires de la iglesia, para alcanzar el cielo. En algunas religiones se adoran animales: papiones sagrados, vacas, ratas, langures…

Nada de esto tan inocente ocurre en el mundo de los ateos. Para el ateo no hay sino esta vida, se muere y se recicla en la cadena infinita de la vida. La meta del ateo es vivir la vida a plenitud, sin esperar recompensas de ultratumba, libre de la tensión causada por los castigos después de la muerte. O tal vez sí se desean y buscan recompensas, pero en vida: el Nobel, el Púlitzer, el Óscar de la Academia, medallas de oro, menciones honoríficas y la recompensa de hacer el bien, de cumplir con el compromiso personal, moral, político, social. Para el ateo, el infierno está en esta vida y el demonio son los otros, o aún el mismo cerebro cuando está enfermo. El cielo hay que traerlo a la tierra y ofrecerlo al prójimo, pues el ateo civilizado sabe que su felicidad depende indirectamente del bienestar general de la población.

Todas las religiones tienen su libro sagrado o biblia. Los ateos también disponen de su biblia, no sagrada. Esta comienza por el génesis. En la biblia atea, el génesis comienza con la teoría del Big bang o creación del universo, y con este, el origen del tiempo y el espacio. Temas estudiados por físicos y astrofísicos de renombre. La astronomía y la física además explican la relación entre los elementos del macromundo y del micromundo: planetas, estrellas, galaxias, átomos, partículas elementales, y las leyes que gobiernan la materia y la energía. Y continúa la biblia del ateo con la descripción del árbol de la vida y la evolución de las especies, hasta llegar a la aparición del hombre, explicaciones encontradas en los evangelios según Darwin, en los textos de genética moderna y en los hallazgos paleontológicos. En los libros de ciencia se encuentra la fecha de la creación del universo, la de la tierra y la de las especies que conocemos (sobre este asunto particular existe un libro maravilloso: Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson).

Todas las religiones hablan de milagros, curaciones, en su mayoría. Los ateos también hablan de los suyos: se los debemos a la ciencia y a la tecnología. Uno de ellos es el internet, cuya complejidad está por encima de la comprensión de la mente humana. Para reemplazar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, citan la invención de la agricultura y la domesticación de animales, milagros sin los cuales no habría crecido la población a los niveles de hoy. Para devolver la vista a los ciegos, los milagros de la ciencia ocurren a diario: operaciones de cataratas, implantes de córnea, remplazo de cristalinos y las sencillas gafas inventadas a finales en el siglo 13 en occidente, y desde el siglo 10, en China. Los sordos vuelven a oír: audífonos, implantes cocleares. Hoy podemos, de manera más que milagrosa, mirar dentro del cuerpo que se ha vuelto trasparente por medio de los rayos X, las tomografías, las resonancias magnéticas, las ecografías, mientras que los exámenes de laboratorio revelan lo que ocurre en nuestro interior, y sin abrirnos en dos como a peces, sin invasión del cuerpo. Los paralíticos no tiran las muletas y echan a correr como en los tiempos bíblicos, pero se movilizan usando miembros artificiales o sillas mecánicas. La curación de los leprosos ocurre ahora bajo la acción de los antibióticos, y no se requieren oraciones. Debemos también recordar el milagro de los implantes y los trasplantes. Un corazón doliente por uno indolente, un nuevo hígado, nuevos riñones, y hasta cuerdas vocales importadas. Las sanaciones milagrosas, los ateos las han remplazado con la medicina moderna: cirugía, antibióticos, vacunas, analgésicos, anestésicos… El milagro de volar y caminar sobre las aguas también es común en el mundo ateo, y ocurre con frecuencia, y son más atrevidos: trasantlánticos, viajes por la atmósfera y por el espacio exterior, satélites artificiales… Las voces no se oyen en la montaña sino en el teléfono, y en el computador, mientras que en la televisión podemos presenciar en vivo lo que está ocurriendo en otros continentes. Estamos todos cada vez más cerca, con el desarrollo milagroso de las comunicaciones. La música y las voces las eternizamos en películas, discos compactos, memorias estáticas… Por medio de la cinematografía podemos revivir a los muertos y ponerlos a caminar y a hablar. El niño prodigio y pródigo es el computador personal, ¿no es mágico? El escritor Arthur C. Clarke afirma que cualquier tecnología avanzada es indistinguible de la magia.

Las religiones tienen profetas. Los ateos también los tienen: hombres de ciencia como Einstein, Newton, y muchísimos más…, que predicen con seguridad lo que más adelante se podrá verificar.

Los rituales son muy importantes para las comunidades. La oración puede ser reemplazada con técnicas de relajación, meditación yoga, escuchando música, con ejercicios físicos. La poesía aprendida de memoria sirve para repetir, remplaza el rezar. Sin embargo es urgente y necesario diseñar rituales para celebrar las ocasiones importantes de la vida.

Misterios como el de la divina trinidad y en general los misterios de las religiones existen y seguirán existiendo, pero en el mundo ateo son más interesantes: la consciencia, el origen de la vida y de la materia, el código genético…

El arte religioso, arte con función al servicio de hacer de la doctrina y del ritual algo convincente, se remplaza por un arte que embellece, mejora la vida, y no solo con entretenimiento, sino también con estrategias de persuasión que nos lleven a ser mejores social y moralmente. Los momentos trascendentales están mediados por el arte y la información.

La doctrina se remplaza con la argumentación y la discusión. Se requiere un espacio que por ahora son las aulas de clase y las salas de conferencias, virtuales o reales, para hacer reuniones y conversar, discutir, exponer las ideas que pueden hacer de este un mundo mejor.

El filósofo Allan De Botton además de dictar conferencias sobre lo que el mundo laico debe copiar de las religiones, ha anunciado que va a construir en el Reino Unido una serie de templos para ateos, templos que representen la idea de perspectiva. Alan De Botton considera que es una de las ideas importantes que han tenido las religiones. Los nuevos templos no estarán destinados para adorar ningún dios, sino para discutir y escuchar descripciones del mundo más poéticas, más maravillosas y complejas que las que cualquier religión ha inventado.

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