La conexión entre la estética —lo bello y el arte— y la ética —lo bueno y el bien— ha sido un tema propuesto por los filósofos desde la Antigüedad Clásica hasta nuestros días. Para Platón, la belleza-en-sí y el bien-en-sí eran ideas supremas y absolutas que a menudo se asemejaban. Según él, lo bello se…
La conexión entre la estética —lo bello y el arte— y la ética —lo bueno y el bien— ha sido un tema propuesto por los filósofos desde la Antigüedad Clásica hasta nuestros días. Para Platón, la belleza-en-sí y el bien-en-sí eran ideas supremas y absolutas que a menudo se asemejaban. Según él, lo bello se equiparaba con la verdad, lo bueno y el bien. El ideal griego de persona virtuosa se expresaba en el concepto kalokagathia (ojo, no calocagata) donde la belleza externa e interna, la estética y la ética, se reflejaban mutuamente. Sócrates creía que las justas proporciones no solo definían la belleza, sino que estaban ligadas al orden, a la medida y a los valores éticos.
En el Romanticismo alemán, el arte debía elevar intuitivamente a la conciencia los intereses superiores del espíritu y la voluntad, lo humano y lo sublime. Kant argumentó que el juicio de lo bello (placer desinteresado) y el juicio de lo moral (respeto a la ley) compartían una estructura formal similar: ambos eran juicios universales y desinteresados, aunque el estético fuera subjetivo y el moral, objetivo. Para Friedrich Hegel, el Espíritu Absoluto era la razón autoconsciente que se realizaba a sí misma en el mundo, y el arte era la primera forma en la que este Espíritu se hacía consciente de sí mismo, logrando la unión entre lo espiritual (la idea) y lo sensible (la forma material). Por lo tanto, para Hegel, el arte era una actividad esencialmente espiritual y cognoscitiva, no solo un entretenimiento o una habilidad técnica. Hasta finales del siglo 19, se esperaba que las experiencias artísticas representaran y expresaran los valores más altos de la sociedad, incluidos los éticos.
Hoy algunos intelectuales están de acuerdo en que, en la mente de las personas, los valores sociales han estado ligados con la valoración jerárquica o el estatus; de ahí el uso de términos como “gesto noble” o “actitud villana”. En la crítica de arte, los adjetivos de índole ético han sido tan frecuentes que sugieren una relación subyacente entre arte y ética; ejemplos de esto son: “colores vulgares”, “honestidad de la paleta”, “efectos impuros” o “trabajo sincero”. La analogía es un recurso de la mente para verbalizar juicios y hacer extrapolaciones. De igual forma, utilizamos metáforas relacionadas con el sentido del gusto tanto para los juicios morales como para los estéticos. Decimos: una “pintura dulzona”, una “obra de arte empalagosa”, un “performance saleroso”, una “experiencia amarga”, “colores frescos”, “comportamiento tóxico” o “mente podrida”.
Desde el siglo 20 hasta hoy, todas estas ideas de arte y moral cayeron por un abismo. El establecimiento del arte empezó a mirar con un mayor interés todo lo que sacudiera, lo que escandalizara, lo que espantara o fuera un desafío a las normas. Las ideas de ser mejores, de ser más espirituales, de alcanzar experiencias trascendentales o cimas de bienestar espiritual o de cualquier índole —claro, excepto en el ámbito económico— simple y llanamente desaparecieron del establecimiento que ordena y valora (pero no de la mente de los individuos).
Muchos artistas han usado la mierda, el semen, la sangre y los orines, tanto para llamar la atención y ganar notoriedad (“mojar prensa”) como para parecer excéntricos, brutales y contestatarios. Crear obras complejas no es para cualquiera, obtener la belleza con ingenio tampoco es fácil en un mundo tan competitivo, y hacer un arte que nos haga mejores en algún aspecto es más que arduo. Veamos lo que han hecho algunos artistas con las excreciones humanas y animales.
El arte del Performance nos tiene acostumbrados a la desnudez y al dolor. Se ha caracterizado por representaciones que incluyen gritos, insultos, llantos, mutilaciones, sangre o vómito. Una de las obras más nauseabundas fue la del artista colombiano Fernando Pertuz (1968) en Cali, durante el Festival de Performance de 1997: defecó frente al público y se comió sus propios excrementos entre dos tajadas de pan, acompañados de una copita de orines. Su obra se llamaba “Indiferencia”. Según el artista, aspiraba a hacernos reflexionar sobre nuestra indiferencia frente a quienes comen mierda. Lo que consigue es la náusea, y no creo que más.
La mierda más citada y conocida del mundo es la de Piero Manzoni (1933–1963). La obra se llama Merda d’artista, de 1961. Existen 90 latas, cada una con 30 gramos de sus heces. Manzoni vendió las latas al peso, basándose en la cotización del oro. La sustentación conceptual, — que siempre la hay— fue hacer una crítica directa al mercado del arte y al concepto de la obra de arte como una reliquia invaluable.
A continuación, veamos una lista más o menos cronológica de artistas que han trabajado con excrementos y otros desechos.
Andy Warhol (1928–1987) sin duda fue un creador y ensayó todo lo que había para ensayar. En su obra Piss Paintings (Pinturas de orina) o Oxidation Paintings (Pinturas de oxidación), de 1978, Warhol orinó directamente sobre lienzos preparados con una base de pintura de cobre o que contenían sales metálicas, provocando con la reacción entre el amonio y las sales patrones y texturas variadas.
Paul McCarthy (1945–) es conocido por un amplio uso de fluidos y materiales de desecho en sus performances y esculturas, pero en este contexto se destaca su gigantesca escultura inflable de una caca de perro, titulada Complex Shit (Mierda Compleja).
Ana Mendieta (1948-1985) utilizaba sangre (su propia sangre menstrual o sangre animal) para dibujar o marcar la forma de su cuerpo en la naturaleza o en espacios interiores, vinculando la feminidad, la vida y la mortalidad.
Andres Serrano (1950–) logró escandalizar a medio mundo con su obra Piss Christ (1987): una fotografía de un crucifijo de plástico sumergido en un vaso con su propia orina.
Piss Christ
La pareja gay de artistas ingleses Gilbert & George (Gilbert Prousch, 1943; George Passmore, 1942) utilizaron, en su serie de finales de los años 80 y principios de los 90, Piss, Shite, Blood, Spunk, fotografías de fluidos corporales —incluido el semen (llamado spunk en inglés coloquial)— junto con sus propios retratos, para crear composiciones escatológicas, desafiantes y estilizadas.
Marc Quinn (1964-) tiene una serie de esculturas que llamó Self. Estas se realizaron a partir de un molde de su cabeza en el que se vaciaron aproximadamente 4.5 litros de su propia sangre, que luego se congeló y desmoldó para obtener su autorretrato. Obviamente, para ser exhibidas requieren refrigeración constante. Esta obra es quizás el ejemplo más literal y conocido del uso de sangre humana como material principal de una escultura.
Self
Itziar Ocariz (1965–), la artista vasca, ha explorado la acción de orinar en espacios públicos, lo cual es una transgresión de las normas sociales y de género. Un vídeo de ella orinando en la calle fue parte de la representación de España en la Bienal de Venecia en 2019.
Chris Ofili (1968–) pintó The Holy Virgin Mary (La santa Virgen María) en 1996. Este artista nigeriano-británico uso excremento de elefante (tratado y barnizado) como base material para sus pinturas, así como para sostener la obra de arte en el suelo. Su pieza de la Virgen María, que incorporaba heces y recortes de revistas pornográficas, causó una gran controversia, especialmente en Nueva York.
Werner Härtl (1980-) pinta con estiércol diluido en agua, para crear diferentes tonos y texturas en sus pinturas. Recolecta el estiércol de las vacas y lo prepara, trabajando por capas para crear efectos de luz y sombra.
Milo Moiré (1983-), la joven artista suiza, es conocida por sus performances provocativas. En 2014, realizó una acción llamada PlopEgg donde introducía huevos llenos de pintura en su vagina y los expulsaba sobre un lienzo. Aunque no se trata de vómito, ni caca ni de sangre de menstruación, sí comparte la idea de utilizar fluidos y aberturas corporales para crear arte. Dentro de las mujeres que hacen performances hay muchas que en sus obras se meten o sacan distintos materiales de la vagina.
En este escrito no se hicieron conjeturas sobre el porqué de este cambio de propósito en el arte, pero sí se evidenció que las expresiones culturales están tan fuertemente ligadas al prestigio social que los desechos del cuerpo, que naturalmente nos producen asco, pueden, una vez “enchapados”, ser nombrados obras de arte. La realidad es que hasta la mierda puede ser exhibida, comprada y vendida como arte. Todos percibimos la verdad: que “el emperador va desnudo”, que la caja de mierda no tiene más que mierda, que la silla con cera encima no es más que una silla con cera encima. Sin embargo, entendemos que, si hay suficientes personas que apoyan la idea de que es un bien de intercambio o de que es una obra de arte, el grupo social —indiferente o atento, no importa lo que piense— no puede tirar la mierda por el inodoro (nadie sería tan bobo como para deshacerse de la mierda a precio de oro) ni puede comprar la caja de mierda por el precio que desee, sino por el precio del mercado, sujeto a la oferta y a la demanda del mercado mundial.
Por más que los críticos, marchantes y museos hagan exhibiciones y aplaudan estas obras, a las personas normales —en el fondo de su razón— no les parecerán más que cagadas.
Steven Pinker escribió un artículo hace varios años, What The F * (Fuck) en este hay dos párrafos que vale la pena traer a colación:
“Los efluvios tienen tal carga emocional que ocupan un lugar destacado en el vudú, la brujería y otros tipos de magia empática en muchas culturas del mundo. La importancia que se suele dar a los efluvios —tanto a las palabras como a las sustancias— ha desconcertado a muchos investigadores. Al fin y al cabo, somos seres encarnados, y la excreción es una parte ineludible de la vida humana.”
“Los biólogos Valerie Curtis y Adam Biran identifican la razón. No puede ser casualidad, señalan, que las sustancias más repugnantes sean también los vectores más peligrosos de transmisión de enfermedades. Las heces son una vía de transmisión de virus, bacterias y protozoos que causan al menos 20 enfermedades intestinales, así como ascariasis, hepatitis A y E, polio, amebiasis, anquilostomiasis, oxiuros, tricocéfalos, cólera y tétanos. La sangre, el vómito, la mucosidad, el pus y los fluidos sexuales también son buenos vehículos para que los patógenos pasen de un cuerpo a otro. Aunque el componente más fuerte de la reacción de asco es el deseo de no comer ni tocar la sustancia repugnante, también resulta asqueroso pensar en los efluvios, junto con las partes del cuerpo y las actividades que los excretan. Y, debido a la involuntariedad de la percepción del habla, resulta desagradable escuchar las palabras con los que se nombran.”
Ana Cristina Vélez
Estudié diseño industrial y realicé una maestría en Historia del Arte. Investigo y escribo sobre arte y diseño. El arte plástico me apasiona, algunos temas de la ciencia me cautivan. Soy aficionada a las revistas científicas y a los libros sobre sicología evolucionista.
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