El método científico es hasta ahora la mejor forma que tenemos de conocer la realidad. Implica aguda observación, utilización de instrumentos, originalidad de pensamiento, capacidad de ir contra lo establecido, acumulación de evidencias y capacidad de síntesis. Hay que empezar por enamorarse de la búsqueda de la verdad, aunque el enamorarse conlleve en sí sus fantasías. El método científico arroja conocimientos con los cuales se pueden hacer predicciones acertadas de los distintos fenómenos, pero es fundamental por otra razón: nuestras maneras de pensar y nuestras costumbres han cambiado en aras de un mayor bienestar para todos debido a esa fantástica herramienta.

Las verdades de la ciencia han ido poco a poco destruyendo la aceptación de ese mundo injusto, instintivamente estratificado, producto de la religión y la filosofía. Como dios y sus súbditos están organizados a imagen y semejanza del hombre, el pensamiento religioso tiende a dar distintas jerarquías, no solo a las habilidades y al conocimiento, sino también a los elementos del Universo; un modo de pensar la realidad que impide llegar a un punto de vista evolutivo (sin propósitos ni finalidad).

Cuando la “realidad” aceptada es producto solo de la imaginación es peligrosa, pues cualquier cosa inventada puede sustentarse con otra fantasía. Que desde el nacimiento sufrimos el Complejo de Edipo es lo mismo que decir que desde el nacimiento portamos el Pecado original, ambas pertenecen a la misma categoría de ideas absurdas e inútiles, con repercusiones nefastas.

En contra de la filosofía y de las “narrativas” con las que se han explicado los fenómenos naturales, el método científico se caracteriza por su independencia: no importa quién haya propuesto la teoría, esta tiene que resistir el examen, pasar las pruebas y mantenerse erguida. Los postmodernos consideran que ciencia y religión no son más que productos histórico- sociales, y que creer en uno u otro depende de las contingencias históricas, niegan que haya aproximaciones mejores a la comprensión de la realidad, y olvidan juzgar la “historia”, para evaluar las consecuencias terribles causadas por las malas ideas.

Utilizando, sin saberlo, el método científico, hace 6.000 años los caldeos observaron las estrellas con el cuidado y rigor necesarios para llegar a poseer unas tablas con horarios y calendarios que calculaban la longitud del año con similar precisión que la de los astrónomos del siglo 19 (que utilizaban telescopios). No se predice con suposiciones presuntuosas, sino con observaciones detalladas de los hechos. 600 años antes de Cristo, para Tales de Mileto la Tierra era un disco que flotaba en el agua, para Platón, 200 años más tarde, la realidad no era más que una copia borrosa del mundo perfecto de las ideas. La idea de Platón de que el mundo tenía que ser una esfera y todo movimiento debía darse en círculos perfectos y a una velocidad uniforme, no fue solo errónea, sino dañina: costó dos mil años de atraso científico. Los pobres seguidores se desgastaron tratando de acomodar todas sus observaciones a estas ideas (dejando la honestidad y el rigor a un lado). Y Aristóteles sí que fue un mal científico: convirtió la idea del movimiento circular en un dogma. El prestigio de los dos hombres detuvo el conocimiento sobre el mundo cósmico durante siglos. Triste es pensar que antes de estos, Eratóstenes había calculado el diámetro de la Tierra en 12 560 kilómetros, con un error insignificante; Hiparco había estimado la distancia a la Luna en treinta y un cuarto de diámetros de la Tierra; y Aristarco había proclamado que el sol gobernaba el movimiento de los planetas, todos trabajando dentro de los  parámetros de la ciencia. Las buenas observaciones habían flotado en el aire, pero nadie, con la fuerza suficiente, les dio la unidad que se necesitaba para que las fichas fueran a parar a su sitio; por el contrario, los filósofos se encargaron de dislocarlo todo. Las opiniones, vengan de quien vengan, sin respaldo experimental, sin discurso coherente, sin apoyo empírico y sin lógica no dejan de ser opiniones (o trabajo de filósofos).

Pongámosle el nombre que queramos a la ciencia, pues ahora se discute sobre si se debe ampliar a la idea de “conocimiento” o “caminos de la razón”, y confiemos en que si en este enfoque prima la lógica y la evidencia vamos por buen camino. La verdad se va colando como los rayos de luz en la oscuridad, pensamos algunos; otros insisten en que lo iluminado es producto de otro tipo de fantasía iluminada por una loca pirotecnia y que la realidad seguirá siendo inalcanzable.

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